De
aniversarios y fracasos
Adolfo Rivero Caro, El
Nuevo Herald, 9 de enero de 2004.
Es un poco obligado que en mi primera columna
del año me refiera al fatídico 45
aniversario. ¿Cómo se debe interpretar
este aniversario? ¿Qué lecciones
se derivan del mismo?
Evidentemente, lo primero que salta a la vista
es el enorme fracaso de la famosa revolución
cubana. Nadie debe dejarse engañar por
la retórica del régimen: desde el
primer día, la revolución tuvo un
gran objetivo a nombre del cual se le pidieron
duros sacrificios al pueblo cubano. Ese gran objetivo,
proclamado una y otra vez, fue el desarrollo económico
de Cuba. ¿O es que nadie se acuerda de
que en los primeros planes del gobierno revolucionario
se suponía que el país iba a dar
un enorme salto adelante para 1970? ¡Qué
lejano parecía 1970 en 1962 y 1963! Ibamos
a producir más leche que Holanda. Luego
más carne que Argentina (las F1 y los F2
se iban a encargar de eso). Luego fue más
café que Colombia. ¿No en balde
el Che dijo en una reunión internacional
que Cuba iba a superar muy pronto el nivel de
vida de Estados Unidos. ¿Quién lo
recuerda? Casi nadie. La historia es renuente
a recordar estupideces.
Ahora bien, lo que sí es importante recordar
es la seriedad con que se tomaron todos estos
disparates. La seriedad con que incontables economistas
e intelectuales del mundo entero tomaron estas
pretensiones delirantes. Esto sólo puede
explicarse por la enorme popularidad que ciertas
ideas tenían en la época. Sólo
puede explicarse si se piensa que el desarrollo
es una tarea relativamente sencilla y que su principal
obstáculo está en los intereses
que se oponen al mismo. Y que, una vez eliminados
esos obstáculos, una vez eliminados ''los
intereses creados'' que se le oponen, cualquier
país pude enriquecerse de manera fulminante.
Esta, por supuesto, era la concepción marxista-leninista.
Como planteaba la Internacional Comunista en 1920,
la ''penetración del capital extranjero''
se apropiaba de los países subdesarrollados
y los convertía en eternas semicolonias
de las potencias imperialistas. De ahí
la necesidad de las nacionalizaciones de las empresas
extranjeras, de la autarquía, de la ''sustitución
de importaciones'' y otras medidas similares.
Esas empresas extranjeras, por cierto, eran ''las
venas abiertas de América Latina'' en la
bella frase de Enrique Galeano. Así que
lo que había que hacer era enfrentarse
a los intereses creados y declararse antiimperialista.
Claro, lo que a casi nadie se le ocurría
pensar era que para poder barrer con todos esos
''intereses creados'' había que tener un
poder absoluto. Y que ese tipo de poder tiende
a concentrarse en un dictador. Todos los intelectuales,
por supuesto, están seguros de que van
a poder influir sobre ese gran jefe revolucionario.
Están profundamente equivocados.
Es fácil comprender, y burlarse, de los
disparates económicos de Castro. Más
difícil es recordar que contaba con el
apoyo y las simpatías de buena parte de
los economistas e intelectuales de América
Latina, y del mundo entero. En realidad, tuvo
ese apoyo y esa simpatía porque defendía
ideas enormemente populares en la época.
En definitiva, era la época del sputnik,
de la Guerra de Vietnam y de lo que parecía
el avance incontenible del comunismo en el mundo
entero. Es por esto que rechazo la tendencia a
criticar personalmente a Castro. No es que no
lo merezca: todas las críticas se quedan
cortas. Lo que me preocupa es que esas críticas
hacen perder de vista lo fundamental: que lo que
ha devastado a Cuba no es un cierto hombre, sino
unas ciertas ideas. Ideas defendidas, insisto,
por muchos de los más famosos intelectuales
de la época. Me aterra pensar que cuando
hablemos de gangsters y de la ''barbarie comunista''
creamos que lo único que hace falta es
sustituir a esa nomenklatura por un grupo de personas
irreprochables para que Cuba pueda volver a tener
un futuro. Eso es seguir pensando como hace 45
años. Por aquel entonces se decía
que lo único que le hacía falta
a la vida política cubana eran hombres
jóvenes sin compromisos con el pasado.
¿No se acuerdan? Tú lo quisiste
Fraile Mostén.
Es por eso que el balance de estos 45 años
no es tan simple como parece. Es cierto que la
revolución cubana ha sido un colosal fracaso.
¿Quiere esto decir, por consiguiente, que
Fidel Castro ha fracasado totalmente? No, no es
lo mismo. En primer lugar, Castro ha superado
los sueños más audaces de su adolescencia:
ha vivido como dictador perpetuo de todo un país.
Ahora bien, él aspiraba a más que
eso. Sabemos que no sólo aspiraba a un
lugar en la historia --algo que, después
de todo, han conseguido Atila, Gengis Khan y Jack
el Destripador--, sino a un brillante lugar en
la historia. Esto sólo puede conseguirse
defendiendo una causa verdaderamente progresista.
Castro, al igual que muchos otros, mucho más
talentosos que él, creyó encontrar
esa causa en el comunismo.
Sí, es cierto que el comunismo ha sido
barrido del poder en gran parte del mundo. Sí,
es cierto que sus ideas están formalmente
desprestigiadas. No hay que olvidar, sin embargo,
que el comunismo era colectivismo, subordinación
del individuo a la sociedad; que era, por consiguiente,
enemistad a la libre empresa, al libre comercio,
a los empresarios privados. Y que, en su anticapitalismo,
el comunismo era profundamente antiamericano,
acremente hostil al país emblemático
del capitalismo mundial. Reflexionemos. Colectivismo
y antiamericanismo. ¿Siguen siendo populares
estas ideas en el mundo, a despecho de la experiencia
histórica? Que se respondan mis lectores.
La total derrota de Fidel Castro tiene que ser
la total derrota de sus ideas. Mientras tanto,
siempre habrá quienes crean que su fracaso
económico ha sido un accidente desafortunado.
Y lo seguirán admirando. Mientras sea así,
su fracaso sólo habrá sido relativo.
Y el único fracaso absoluto habrá
sido el del pueblo cubano.
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