PRENSA INDEPENDIENTE
Enero 8, 2004

SOCIEDAD
Los Magos están de vuelta

LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Este sábado 3 de enero se proclamó, casi de manera oficial, como Fiesta de Cuba. Aún estamos bajo el influjo del recién estrenado año 2004. Las llamadas tiendas "recaudadoras de divisa" no han parado de vender en ese afán característico del comercio capitalista. Ya la Navidad se va alejando para recorrer un nuevo ciclo de vuelta, pero la gente continúa ávida de ver, aunque no puedan comprar.

Y precisamente este sábado los establecimientos fueron surtidos de una nueva mercancía. Decenas de juguetes, de los que no estamos acostumbrados a ver normalmente aunque sean ofertados en moneda fuerte, están nutriendo los departamentos más visibles de numerosas tiendas. Camiones, autos de vistosos colores, muñecas, juegos de diferentes tipos, todos con dos cosas en común: el tamaño grande y los elevados precios. Para un visitante de otras latitudes puede parecer módico que uno de estos artículos cueste 10 dólares. Pero para un nacional esto significa el salario de todo un mes de trabajo. Si recibe la divisa por otras vías, quizás le sea más factible el acceso al regalo, pero siempre significa un sacrificio.

No obstante, la gente comienza a movilizarse para conseguir algún obsequio destinado a los pequeños de la familia. El 5 de enero las tiendas ya son un hervidero de compradores. La voz de que están sacando juguetes se ha corrido definitivamente por la ciudad. Y es que estamos en vísperas del Día de Reyes.

Un niño viaja en el repleto ómnibus. Le cedo el asiento al pequeño y éste insiste para que su padre comparta el sitio con él. El papá responde con afecto que su deseo no es sentarse, sino que está desesperado por llegar a la casa. El niño le dice que está también desesperado, pero por saber qué le han traído los Reyes Magos.

Aún recuerdo aquellos últimos agónicos días de los viajeros orientales, quienes ponían fin al feriado navideño. La ilusión de los juguetes nuevos, la carta escrita con larga lista de peticiones dirigida a los atribulados "magos", que no tendrían suficiente magia para complacer tantos deseos. Algunos más cándidos y caritativos llegaban a ponerle hierba y agua a los fatigados camellos. Siempre el sueño lograba cerrar los párpados del más curioso de los infantes, que luchaba a brazo partido con el cansancio para lograr ver a los misteriosos personajes. Quizás lo más que alcanzaran a ver eran unas difusas sombras, que ponían los regalos bajo la cama o en otra habitación, para dar un susto y una sorpresa.

Al amanecer se frustraban muchas esperanzas, pero siempre la recompensa de tener algún nuevo juguete superaba el disgusto. Los niños se complacen con poco y superan fácilmente las tristezas. Un día nos hicieron saber que los padres y otros familiares cercanos eran los verdaderos reyes. Que toda aquella "bobería" de los dromedarios y las carticas era rezago de un pasado que no iba a volver.

Si alguien luchó para mantener el sueño y la ilusión de la añeja tradición, la realidad le jugó una mala pasada. Primero fueron aquellas noches sin fin, de las que los padres salían con los dedos ampollados de tanto discar el teléfono para alcanzar un turno en las tiendas de La Habana. Podía tocarte la suerte de alcanzar un número bajo, en una tienda de Marianao, mientras usted vivía en Habana del Este, y viceversa.

Los niños "disfrutaban" esta nueva versión del día de Reyes ayudando a sus padres en la dura misión de conectar lo más rápido posible con uno de los comercios. Después las cosas se simplificaron. Como amantes de la bolita que somos los cubanos, a alguien se le ocurrió el uso del Bombo (¡que popularidad ha tenido siempre ese juego de azar en Cuba!), para sortear los turnos.

Las tiendas ya estaban predeterminadas según el domicilio de los compradores. Al paso de los años comprendí que algo raro había en esto, porque siempre la suerte me destinaba el tercer día de compras, mientras otros coincidían año tras año con el día inicial. Esto era muy importante, porque el que primero accedía al comercio se llevaba lo mejor.

Así fuimos aprendiendo a ser conformes. La cantidad de juguetes era pareja, al menos en número. Tocaba a cada niño un juguete básico (los más grandes y bonitos, las muñecas, los de baterías e importación) y dos no básicos (el hecho en Cuba, las bolas, carritos de cuerda, trompos y otras menudencias). Siempre hubo quien tuvo mejores juguetes que otro. Ahora no por el dinero, pero sí por la poca cantidad disponible. No obstante, quedaba cierto aire de resignación y hasta de comprensión. Todos podíamos tener tres juguetes.

También aprendimos a compartir. El puntillazo vino con la transferencia del 6 de enero al tercer domingo de julio, proclamado Día de los Niños. Los primeros años hubo juguetes. Después sólo quedó el día. Parecía que se había logrado erradicar la dañina tradición.

A poco más de treinta años, me duele ver cómo muchas personas luchan para obtener unos exiguos dólares para comprar estos juguetes modernos. Siguen siendo chinos en su mayoría, pero hasta China ya no es la misma. Tampoco sus juguetes.

Las diferencias adquisitivas hacen evidentes las diferencias existentes en el país. Se puede hablar de ricos y pobres. De gente con grandes posibilidades y otras con poca o ninguna. Lo triste es que para los que no tienen ninguna no existan esos juguetes sencillos, de producción nacional, que puedan ser comprados por los menos favorecidos. Un bate cubano vale 50 pesos si te lo oferta un vendedor callejero, pero en las tiendas cuesta hasta 45 dólares.

Pero si algo bueno hay en esta vuelta de hojas, es que los berridos de los viejos camellos se están oyendo de nuevo. Melchor, Gaspar y Baltasar están haciendo su aparición nuevamente en este rincón del mundo. Nuestros niños no son nada ingenuos. Al final ellos, y nosotros en nuestros días, saben que los padres son los verdaderos artífices de esta fiesta. Pero ¿y el sueño? ¿Quién puede acabar con la magia de la imaginación? De la misma manera que la Navidad siempre estuvo con nosotros, los Reyes han permanecido inmanentes en esa presencia oculta. La tradición ha terminado por vencer la ortodoxia de la imposición renovadora. Los Reyes están de vuelta. A pesar de los trastornos y sinsabores, de los que ellos no son responsables, les estamos diciendo: ¡Bienvenidos, mágicos viajeros! cnet/43



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