La
cubanidad culpable
Emilio Ichikawa. El
Nuevo Herald, 3 de enero de 2004.
Hace unos días coincidí en una
reunión con un par de amigos cuya pista
había perdido un año atrás.
El reencuentro, sin embargo, no resultó
muy interesante pues ellos se encargaron de repetir
durante toda la noche, con insolencia y hasta
con agresividad, aquello que postulaban cuando
les dejé de ver.
Sus argumentos estaban detenidos, y ese estatismo
tenía que ver más con la esclerosis
intelectual que con la coherencia. Hablaban de
algunos lugares comunes que presentaban como ideas
propias; por ejemplo, de la necesidad de entenderse
con la gente de dentro de la isla, de la inviabilidad
de las soluciones armadas y de la urgencia de
cambios en la política del exilio.
Ellos creaban con su afán un falso enemigo,
porque nadie en Miami defiende ya la violencia
contra Castro, ni cuestiona la necesidad de acercarse
a los compatriotas de la isla, ni cree que el
exilio es infalible. En verdad eran ellos quienes
reactualizaban al pasado con sus acusaciones,
comportándose como los verdaderos protagonistas
de lo muerto.
Pude distinguir otros síntomas preocupantes,
como una inclinación autoritaria que, aparentando
una idealización de Miami como ciudad,
no hace más que reinventarla como un contexto
desde el cual se puede usurpar el derecho de opinar
sobre Cuba. La frase ''en todo Miami se dice''
esconde la aspiración de un pequeño
grupo de convertir su opinión particular
en una pauta indiscutible de la opinión
general.
Estas personas dicen oponerse al radicalismo
de un sector que identifican como ''viejos del
exilio'', simplificando así, a través
del clásico choteo, lo que no es más
que una opinión radical en el espectro
de criterios sobre la política cubana.
Se trata de la llamada opción conservadora,
ciertamente extrema, pero tan legítima
como todas las demás. En el diálogo
con ellos, a veces muy difícil, se podía
percibir cierta envidia a la diafanidad y la definición
moral de aquello mismo que objetaban.
Esa crítica festinada a ''los viejos''
olvida varios puntos. Primero, que la gerontocracia,
aquel modelo de sociedad que da a los ancianos
un importante rol en la dirección social,
está fundada en el hecho de que la vejez
es una arcada de la experiencia, la memoria y
la práctica existencial. Segundo, no se
tiene en cuenta que una democracia no se funda
creando previamente nuevas víctimas; excluir
a los llamados ''viejos'' es, de hecho, una pretención
antidemocrática. Por demás, no debe
olvidarse que una de las vías a través
de las cuales se puede sensibilizar a la juventud
cubanoamericana con los asuntos políticos
de la isla es la influencia que padres y abuelos
tienen sobre ellos en el nivel afectivo; es decir,
la tradición familiar, depositada precisamente
en ''los viejos'', es un recurso político
en el proceso de democratización de Cuba.
Es curioso además que estas personas,
tan politizadas de facto, insistan de jure en
su derecho a no meterse en cuestiones políticas,
o en la pertinencia de ni siquiera mentar la dictadura
de Fidel Castro. Es fácil darse cuenta
de que su apoliticismo es simplemente una pose;
resulta que nada hay más político
en Cuba que el pretender situarse más allá
de la política. Dada la fuerza que por
tradición tiene el tema político
entre cubanos, amplificada por la naturaleza totalitaria
del actual régimen, pretender posicionarse
más allá de lo político roza
lo grosero. Es de muy mal gusto insinuar que uno
está por encima del tema que preocupa a
la mayoría de los contertulios; incluso
cuando esa distancia es apenas un recurso poco
imaginativo para colarse de forma privilegiada
en la charla.
Salirse de la política cubana por decreto
es entrarle a Cuba y a su política por
la puerta del fondo; es hacer un ejercicio vergonzante,
culpable, de esa cubanidad vertiginosa que nos
marca a todos. Hay pocas cosas tan cubanas como
el tratar de huir de lo cubano, sobre todo de
su dimensión política. Rechazar
la cubanidad política es un privilegio
de Miami y La Habana, un exceso que los demás
añoran con desesperación nihilista.
De nuestra adicción política parece
que hablaban Fermina Daza y Florentino Ariza en
el crepúsculo de El amor en los tiempos
del cólera, conocida novela de Gabriel
García Márquez:
--¿Hasta cuándo vamos a estar en
este ir y venir del c.....? --pregunta ella.
--Por toda la vida --asegura él.
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