PRENSA INDEPENDIENTE
Febrero 27, 2004

RELIGION
"Todo lo he ofrecido ya": Monseñor Salvador Riverón Cisneros

LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - El pasado domingo en horas de la mañana dejaba de existir Salvador Riverón Cisneros, obispo auxiliar de La Habana. Monseñor Riverón había recibido la ordenación episcopal en el año 1999. El día de su deceso cumplía una semana de calvario en la sala de terapia intensiva del hospital habanero "Manuel Fajardo". Allí fue intervenido de urgencia el domingo anterior ante la acción sorpresiva de dos tumores en el colon. Pareciera que hay determinadas personas marcadas en su vida por un rico valor simbólico en sus hechos. Siete días de sufrimiento y el tránsito a la vida eterna justo en el día del Señor, en momentos en que la mayoría de las iglesias del país celebraba la Santa Misa.

De andar parsimonioso, algo encorvada su alta figura, transmitía una calma y serenidad que sus palabras acentuaban. Sus homilías eran así de tranquilas, con un hondo contenido pleno de enseñanza del magisterio eclesial. Sus cabellos completamente blancos desmentían la edad de Monseñor Salvador, quien contaba con 55 años de existencia. Todos los que le conocieron de manera poco íntima, le recuerdan como una persona amable, sencilla y afable, de pronto saludo. Los que le conocieron de manera más cercana le reconocen un profundo sentimiento de caridad. Graduado en Biología, se desempeñó por corto tiempo en el CENIT. Renunció a su vida civil y recomenzó sus estudios para graduarse nuevamente, esta vez en la difícil carrera de pastorear hombres para conducirlos a Dios. Su nombre se correspondía plenamente con esa bella tarea de salvar almas.

En la revista diocesana "Palabra Nueva" aparecieron al menos tres trabajos que reflejan su pensamiento, profundas reflexiones llenas de sentido teólogo-eclesiológico. Estos escritos proclaman además su amplio conocimiento en esa materia. El último de ellos, aparecido en diciembre del 2003, es una disquisición sobre la verdad, recogida bajo el título "La cuestión de la Verdad", que fuera su última conferencia, pronunciada durante el encuentro Nacional de Comunicadores Católicos celebrado en noviembre del mismo año en Camagüey.

Recuerdo haber emitido mi criterio sobre la inclusión de ese apartado en las páginas de la revista, por lo complejo que resultaba el tema para aquellas personas que iban a leer la revista. Los caminos de Dios son inescrutables. Ahora doy gracias por la inserción de aquel segmento. En uno de los párrafos decía: "Sin la verdad no hay la libertad, si no hay una verdad a la que todos, absolutamente todos, tenemos que respetar, entonces la libertad se transforma en libertinaje. Si la libertad se transforma en un absoluto, si no está referida y subordinada a la verdad, desaparece como libertad y se convierte en arbitrariedad absoluta, desaparece todo valor que fundamente una ley y es el imperio de la fuerza, la anarquía y la imposibilidad de una convivencia digna de los seres humanos".

Las honras fúnebres fueron impresionantes. Los habaneros no recuerdan ceremoniales como éste. El cuerpo del obispo Riverón estuvo expuesto sobre un túmulo funerario y revestido con los ornamentos que proclaman su dignidad de Pastor. Las innumerables misas ofrecidas cada una hora, se realizaron de manera ininterrumpida desde que su cadáver fue llevado a la Catedral de La Habana, donde ejerció como párroco. Miles de fieles desfilaron por el recinto religioso, destacándose sus hermanos en el episcopado, sacerdotes, religiosos y religiosas presentes en esta parte del país. El dolor compartido solidariamente por hermanos de otras denominaciones cristianas y la presencia de los representantes de la Iglesia Ortodoxa Griega fue un gesto de impresionante valor ecuménico.

El redoble de campanas quedó enmarcado por un ambiente de silencio al que contribuyó la suspensión de todos los ajetreos tan comunes en esta zona turística de la ciudad, y una actitud a destacar de respeto por parte de la Oficina del Historiador. Finalmente la Misa presidida por Jaime Ortega, donde se personó gran parte del cuerpo diplomático, personalidades de la vida sociocultural de diferentes estratos de la sociedad capitalina y el pueblo humilde que desde diferentes regiones del occidente vino a despedir a su obispo.

Una enorme caravana acompañó al cuerpo sin vida hasta su última morada en el panteón de los obispos del Cementerio de Colón. El tránsito se vio afectado y en algunos tramos de la Avenida del Puerto se llegó a paralizar.

Contrasta todo esto con el silencio habitual mantenido por los medios de comunicación del país que ni siquiera una reseña se molestaron en publicar. Dicen que en la versión internacional de Granma apareció una breve esquela, la cara externa que se contrapone a la interna que mira a nuestro acontecer cotidiano. Pero una vez más, con sólo la convocatoria de su Iglesia, el pueblo agradecido superó con su magnánimo gesto las pequeñeces de esta índole.

Mucho quedaba por dar a Salvador Riverón en esta Cuba tan necesitada de de hombres con su erudición y fe. Pero si creemos que en verdad la muerte no existe; si afirmamos la verdad de la resurrección en la vida que continúa ante la presencia de la Verdad eterna, entonces tenemos que saber que Monseñor Salvador no ha muerto. Quizás le haya sido asignada una nueva misión, muy superior para ser comprendida por nuestra capacidad humana tan limitada. Es posible que ahora tengamos en el Cielo un nuevo intercesor abogando por tantas penas y dificultades que se ciernen sobre el pueblo cubano.

Recientemente le han precedido en el camino hacia la Morada Eterna, Monseñor Boza Masvidal, Monseñor Adolfo Rodríguez y apenas hace un mes el padre Santana. ¿Acaso urge la presencia de estos hombres ante el Señor de la Historia? Son simples conjeturas, pero en las últimas palabras dirigidas al Cardenal Jaime Ortega y pronunciadas por Salvador antes de caer en el estado crítico del que apenas se recuperaría hasta su fallecimiento, se recoge el sentimiento de su oración personal y de sacrificio por el pueblo de Dios a él encomendado en esta región de la Tierra: "Todo lo he ofrecido ya". En esa frase, dicha a modo de conclusión, está contenido el espíritu del Crucificado que apela por la redención de la humanidad. Sabemos que el Padre acogerá ese ofrecimiento generoso que redundará en bien de Cuba. Mucho tiene que ofrecer aún Monseñor Salvador Riverón Cisneros desde esa otra vida que no acaba jamás. cnet/43



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