PRENSA INDEPENDIENTE
Febrero 26, 2004

SOCIEDAD
Perros callejeros (I)

Oscar Mario González, Grupo Decoro

LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - El castrismo y su peor etapa, el período especial, ha sido devastador para todos los seres vivientes de la Isla, y en particular para los perros.

Perros y humanos se han profesado suficiente cariño durante estos últimos años como para evitar, pese al hambre y la miseria, que unos y otros se hubieran comido entre sí.

Los gatos tal vez no puedan decir lo mismo, porque es de sobra conocido que en los años más duros, y aún en nuestros días, el hombre no siempre lo ha llevado al sillón de la sala para acariciarlo y adormecerlo, sino que ocasionalmente lo ha puesto en la mesa después de haberlo hecho pasar por la sartén. Pero con todo lo frecuente que hubieran sido los sacrificios de felinos con propósitos alimenticios, las manos "gaticidas" siempre eran extrañas. El amo cuidaba de su gato.

Definitivamente, en nuestro país existen suficientes personas amantes de los animales, y de los perros en particular, como para garantizarles a éstos una vida lo más confortable posible. Este amor hacia la fauna doméstica se demostró en los peores años de la década de los noventa del pasado siglo.

Es digno de alabanza que en una situación en que el hambre tocaba a las puertas de todos, excepto a la de los "mayimbes"; paralizando hornillas y fogones; rompiendo récords necrológicos, abarrotando los sagrados servicios póstumos de las capillas de los cementerios, no pocos cubanos compartieron lo que tenían con el perruno y fiel amigo. Dispuestos a morir juntos. Unidos siervo y amo cual matrimonio favorecido por la gracia sacramental.

Resulta curioso constatar cómo, a pesar de los pesares, estos amigos del corazón no llegan a extinguirse. De haber sido así, hoy tendríamos que importarlos, junto al azúcar y el muslo de pollo, de los Estados Unidos. De las mismas entrañas del "enemigo"; de donde está viniendo casi todo lo de comer y la mayor parte de la plata que hace falta para vivir. Entonces, junto a vacas lecheras y toros sementales tendríamos también a perros americanos para restablecer la población canina.

Pero en la supervivencia de éstos jugó un papel preponderante el continuo entrenamiento a que fue sometida la sociedad humana y animal en cuanto a necesidades, carencias y tribulaciones se refiere. Realidades inherentes al comunismo. Ideología que niega las pamplinosas ideas del confort. Capaz de curtir y templar a todo lo que se mueve y respira, y crear no sólo un hombre nuevo, sino también un perro nuevo.

Nuestros canes, a diferencia de los perros capitalistas, son indiferentes al hueso desde el propio año 1959, como consecuencia lógica de la obligada abstinencia humana al consumo de carne. Desde entonces se fueron acostumbrando a los más insospechados y hasta increíbles alimentos, hasta llegar a nuestros días, cuando se hace realidad el viejo dicho que reza: "El animal come todo lo que el dueño le enseñe a comer".

Perros y criaturas humanas han logrado desarrollar un estómago de piedra, capaz de devorar lo impensable, y de meterle mano a cualquier cosa. Tratándose de perros, se alimentan de boniato y col sancochados; de viejos mendrugos, de pepinos, lechugas, acelgas, tomates y hasta de cáscaras de plátano hervidas y hollejos de naranja. Son tipos de perros revolucionarios; duros y a prueba de balas. Impasibles e indiferentes a las veleidades del alimento canino capitalista. Sólo así se explica que algunos receptores de significativas remesas familiares logren criar a uno y a veces a más de uno de esos enormes canes, verdaderas máquinas de matar. Entrenados pacientemente para destripar o degollar a cualquier ladrón que se atreva a burlar la cerca o la reja de entrada a la casa.

Los amos de estas fieras domésticas son verdaderos esclavos del boniato, la calabaza y la col de mala calidad y a bajo precio que llega a la bodega o al puesto de viandas.

Pero tal esfuerzo del dueño, tal aceptación de una esclavitud penosa y a veces agotadora, se ve compensado y retribuido por esa sensación de seguridad y protección que le infunde la presencia de la fiera canina.

No ha sido el afecto el móvil de su esfuerzo y dedicación al servicio del animal, sino la confianza y tranquilidad que su presencia le proporciona en estos tiempos cargados de duendes y demonios.



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