SOCIEDAD
Perros callejeros
(I)
Oscar Mario González,
Grupo Decoro
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - El castrismo
y su peor etapa, el período especial, ha
sido devastador para todos los seres vivientes
de la Isla, y en particular para los perros.
Perros y humanos se han profesado suficiente
cariño durante estos últimos años
como para evitar, pese al hambre y la miseria,
que unos y otros se hubieran comido entre sí.
Los gatos tal vez no puedan decir lo mismo, porque
es de sobra conocido que en los años más
duros, y aún en nuestros días, el
hombre no siempre lo ha llevado al sillón
de la sala para acariciarlo y adormecerlo, sino
que ocasionalmente lo ha puesto en la mesa después
de haberlo hecho pasar por la sartén. Pero
con todo lo frecuente que hubieran sido los sacrificios
de felinos con propósitos alimenticios,
las manos "gaticidas" siempre eran extrañas.
El amo cuidaba de su gato.
Definitivamente, en nuestro país existen
suficientes personas amantes de los animales,
y de los perros en particular, como para garantizarles
a éstos una vida lo más confortable
posible. Este amor hacia la fauna doméstica
se demostró en los peores años de
la década de los noventa del pasado siglo.
Es digno de alabanza que en una situación
en que el hambre tocaba a las puertas de todos,
excepto a la de los "mayimbes"; paralizando
hornillas y fogones; rompiendo récords
necrológicos, abarrotando los sagrados
servicios póstumos de las capillas de los
cementerios, no pocos cubanos compartieron lo
que tenían con el perruno y fiel amigo.
Dispuestos a morir juntos. Unidos siervo y amo
cual matrimonio favorecido por la gracia sacramental.
Resulta curioso constatar cómo, a pesar
de los pesares, estos amigos del corazón
no llegan a extinguirse. De haber sido así,
hoy tendríamos que importarlos, junto al
azúcar y el muslo de pollo, de los Estados
Unidos. De las mismas entrañas del "enemigo";
de donde está viniendo casi todo lo de
comer y la mayor parte de la plata que hace falta
para vivir. Entonces, junto a vacas lecheras y
toros sementales tendríamos también
a perros americanos para restablecer la población
canina.
Pero en la supervivencia de éstos jugó
un papel preponderante el continuo entrenamiento
a que fue sometida la sociedad humana y animal
en cuanto a necesidades, carencias y tribulaciones
se refiere. Realidades inherentes al comunismo.
Ideología que niega las pamplinosas ideas
del confort. Capaz de curtir y templar a todo
lo que se mueve y respira, y crear no sólo
un hombre nuevo, sino también un perro
nuevo.
Nuestros canes, a diferencia de los perros capitalistas,
son indiferentes al hueso desde el propio año
1959, como consecuencia lógica de la obligada
abstinencia humana al consumo de carne. Desde
entonces se fueron acostumbrando a los más
insospechados y hasta increíbles alimentos,
hasta llegar a nuestros días, cuando se
hace realidad el viejo dicho que reza: "El
animal come todo lo que el dueño le enseñe
a comer".
Perros y criaturas humanas han logrado desarrollar
un estómago de piedra, capaz de devorar
lo impensable, y de meterle mano a cualquier cosa.
Tratándose de perros, se alimentan de boniato
y col sancochados; de viejos mendrugos, de pepinos,
lechugas, acelgas, tomates y hasta de cáscaras
de plátano hervidas y hollejos de naranja.
Son tipos de perros revolucionarios; duros y a
prueba de balas. Impasibles e indiferentes a las
veleidades del alimento canino capitalista. Sólo
así se explica que algunos receptores de
significativas remesas familiares logren criar
a uno y a veces a más de uno de esos enormes
canes, verdaderas máquinas de matar. Entrenados
pacientemente para destripar o degollar a cualquier
ladrón que se atreva a burlar la cerca
o la reja de entrada a la casa.
Los amos de estas fieras domésticas son
verdaderos esclavos del boniato, la calabaza y
la col de mala calidad y a bajo precio que llega
a la bodega o al puesto de viandas.
Pero tal esfuerzo del dueño, tal aceptación
de una esclavitud penosa y a veces agotadora,
se ve compensado y retribuido por esa sensación
de seguridad y protección que le infunde
la presencia de la fiera canina.
No ha sido el afecto el móvil de su esfuerzo
y dedicación al servicio del animal, sino
la confianza y tranquilidad que su presencia le
proporciona en estos tiempos cargados de duendes
y demonios.
|