POLITICA
Cómplices: buenos
y malos
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org)
- Concientes o no de su enrolamiento en el complot
para encubrir póstumamente las culpas del
comunismo, para algunos la complicidad con ciertos
crímenes es más grave que con otros
igualmente execrables, pero justificado por un
signo ideológico. Al menos para ellos.
Hace varios meses la muerte de la centenaria
cineasta alemana Leni Riefenstahl volvió
a colocar sobre el tapete el espinoso y nunca
resuelto tema de la responsabilidad cívica
del artista.
La obra de la directora de "Olimpia"
y "La luz azul", a la vez que revolucionadora
del lenguaje cinematográfico de su época,
constituyó una apología del Tercer
Reich. Algunos aseguran que la realizadora fue
amante de Adolfo Hitler. En 1947 fue juzgada por
complicidad con el régimen nazi. La sombra
de su pasado nazi la persiguió implacablemente
durante más de la mitad de su larga vida,
pese a sus reiterados alegatos de desconocimiento
de lo que realmente ocurría en los dominios
hitlerianos.
Sin embargo, nada parecido ocurrió ni
siquiera a uno de los miles de intelectuales europeos
y latinoamericanos que, con sus deslumbradas apologías
del paraíso proletario soviético,
se hicieron cómplices de los crímenes
comunistas. Su fascinación no la lograron
disipar las purgas stalinistas, los procesos de
Moscú, la colectivización forzosa
o el pacto Molotov-Ribentrop. Tenían una
coartada que los inmunizaba de culpa. Aunque reconocieron
cierta similitud en los métodos, la causa
de la hoz y el martillo era intrínsecamente
justa, no así la de la swástica.
Aunque hoy parezca contra natura el fatal encantamiento
del intelecto por los regímenes totalitarios,
para los jóvenes intelectuales ante el
desolador panorama de la Europa de entreguerras,
la elección entre los totalitarismos fascista
y bolchevique no era algo raro. Gabriel D´Anunzio
y Ezra Pound abrazaron con fervor la causa fascista,
mientras Louis Aragon y Paul Eluard se proclamaron
marxistas convencidos. Cuesta creer que poetas
de la sensibilidad de Pablo Neruda y Nicolás
Guillén cantaron loas a Stalin alguna vez.
Tras la caída del Muro de Berlín,
la izquierda mundial, en su orfandad aturdida,
se empeñó en demostrar la justeza
a ultranza de la ideología comunista, cuyos
métodos habían fracasado debido
a una madeja de errores humanos, perfectamente
perdonables. Como el fénix, algún
día renacería de sus ruinas para
culminar su tarea redentora.
Nada mejor que el siempre oportuno contraste
con la pesadilla nazi para silenciar a sus detractores,
los que no olvidan que el enemigo común
de ambos sistemas fue la democracia, y que el
obstáculo insalvable que los destruyó
fue su incapacidad para cambiar la naturaleza
del ser humano.
Los crímenes contra la humanidad no se
deben juzgar por cantidades matemáticas,
fría por demás, aunque indiquen
la magnitud de las tragedias. Pero para los que
se consuelan con la idea de que frente a la barbarie
nazi, son males menores los del marxismo-leninismo
y sus derivados, vale recordar que en el cumplimiento
de sus sueños, en menos de un siglo, las
víctimas globales ocasionadas por el comunismo
se calculan, conservadoramente, entre 85 y 100
millones de muertos, casi un 50 por ciento más
que las ocasionadas por las dos guerras mundiales.
Pese a todo, se sigue hablando de utopía
como si nunca hubieran existido gulags, estados
policiales controlados por la Stassi o la KGB,
Pol Pot y el Khamer Rouge, los pelotones de fusilamiento
y los campos de trabajo forzado en Siberia, China
y Cuba. La plaza Tiananmen y un largo etcétera
de atrocidades. Los utópicos incorregibles
son vistos con condescendencia y no tienen que
soportar vendettas.
Hoy, más allá de las torres de
marfil y de la responsabilidad social de los creadores,
que indudablemente la tienen, lo más importante
es que las ideologías asesinas reposen
de una vez y por todas en el estercolero de la
historia, por el bien de la raza humana.
Leni Riefenstahl ya purga su culpa ante Dios.
Todos los cómplices de ideologías
asesinas, de uno u otro signo, tienen bastante
con el tribunal de sus conciencias. cnet/50
|