SOCIEDAD
Un lugareño pobre
Richard Roselló
LA HABANA, abril (www.cubanet.org) - Cualquier
visitante podría pensar que Surgidero de
Batabanó es un municipio olvidado: calles
polvorientas, intransitables para el transporte
y el peatón; llenas de baches, basuras,
escombros de zanjas abiertas y cubiertas por aguas
sucias, estancadas generando focos de contaminación.
Una hierba que crece casi a punto de convertirse
en manigua cerrada donde abunda el mosquito. Viviendas
en espera de ser reparadas por la carencia de
materiales. Parques abandonados, sin pintar y
hasta un policlínico carente de reactivo
para un simple análisis.
Un pueblo de jóvenes extenuados y confundidos;
hacinados en barrios insalubres donde existe una
gran incidencia de violencia, alcoholismo, vagancia,
robo, prostitución, donde no hay entretenimientos
sanos.
Donde viven gentes enamorados y desencantados,
apasionados y decepcionados. Lugar con una imagen
de haber sido alcanzada por bombas (de la indolencia)
vive aún los resuellos del último
huracán, que no ha permitido sanar la vida
de esos pobladores de Surgidero de Batabanó
en la costa sur de La Habana, a pesar de las largas
promesas del gobierno.
Luego del paso del fenómeno meteorológico
un octubre del 96 cuyas pérdidas materiales
se acumulan sin resolver, la visita de Fidel Castro
a ese distante poblado parecía anunciar
que mejorarían las cosas.
Fue en aquel entonces que se interesó
por el número de casas en mal estado, un
95 por ciento, de madera. Se asombró de
la cifra proporcionada. Espetó que era
un pueblo que había aportado mucho a la
economía del país. Ciertamente,
el ramo de la pesca (captura de mariscos, peces
y esponjas) produce más de cien millones
anualmente que se aportan al Estado.
El Presidente encargó a su vicepresidente,
Carlos Lage, la responsabilidad y control de reparar
dicha localidad. La Empresa Constructora de Provincia
Habana cuantificó los daños para
la inversión y pronto llegaron camiones
de arena, cemento, tejas, cabillas, piedras
Una lluvia en materiales constructivos recibió
Surgidero por primera vez en 37 años de
revolución. Y fue a partir de aquí
que sus pobladores pensaron que sus vidas serían
más fáciles en lo adelante.
"¡Se equivocaron!", afirmó
un viejo pescador local.
Decenas de familias batabanoenses se beneficiaron
del plan Surgidero. Se desbarataron las viejas
casas de casi un siglo y se construyeron nuevas
de mediano costo; cimentación superficial
sin pilotes con paredes de bloques, piso de losa
y cubierta ligera de tejas para evitar posibles
hundimientos por las zona pantanosa en que se
enclava el pueblo.
Decenas de viviendas, casas biplantas, de columna
y losa prefabricada se levantaron a cuenta de
los propietarios.
Los tiburones de los controles se salpicaban
con desvío de recursos a particulares no
afectados por el huracán (aunque sí
por otras necesidades) lo que motivó la
expulsión de dirigentes por mal empleo
de los recursos.
En esos ocho años de exabruptos y corrupción,
una parte de las viviendas quedaron pendientes
a terminación y otras no alcanzaron a emplear
todos los materiales asignados.
El mal trabajo técnico, el desorden llovió
como los recursos. Las obras no se realizaron
bajo una secuencia lógica planificada,
sino de forma arbitraria, construyéndose
aquí y allá. En medio de ese desconcierto
se priorizaron viviendas de ciertos residentes
de influencia y jerarquía, adonde fueron
a dar más materiales de los requeridos.
Después de las construcciones, las calles
de Surgidero terminaron casi sin pavimento. Encima
de todo, se inició la instalación
del servicio hidráulico a las acometidas
de las viviendas, por lo que hubo que romper las
calles sin terminación, lo que impide que
el transporte público llegue al pueblo.
De esto hace más de un año, y las
obras permanecen detenidas por la falta de recursos.
Pero Surgidero ha sufrido otros tipos de despojo.
Ha tenido que sufrir el despojo de sus costumbres
y monumentos.
Véase la casa donde murió el músico
mexicano Juventino Rosas, azotada por los huracanes
del abandono. Un hotel como el Dos Hermanos, cercano
a desaparecer, y un Cervantes que desaparecieron.
Qué decir del ferrocarril de Batabanó,
construido en 1848, una vía hoy insegura
del transporte publico sin uso económico.
Trágico destino asumieron algunos importantes
instalaciones al triunfo revolucionario del 59:
su Casino Español, el edificio del Ayuntamiento,
sociedades, restaurantes, imprentas, periódicos,
estudios de fotografía, cuartel de bomberos
quedaron en el recuerdo.
Más tarde dejaron de existir su viejo
muelle marítimo, que abrió comercio
con el sur de la isla y Centro América,
el centro telefónico, un paradero de ómnibus,
tiendas. También desaparecieron las tradicionales
regatas de botes o fiestas del pescador.
Por una falta de visión, cuando se dejan
morir los símbolos, esos iconos de una
localidad, el camino se torna un "lugareño
pobre" tal como lo vio hace dos siglos el
científico alemán Alexandre Von
Humboldt cuando visitó Surgidero.
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