SOCIEDAD
Los
administradores (I)
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - Aunque
no lo parezca a simple vista, el administrador
es, bajo el socialismo totalitario, un verdadero
poder detrás del trono.
La naturaleza del sistema convierte al administrador
en una de las figuras más abarcadoras e
influyentes. El afán controlador de tales
regímenes pugna por administrar la vida
del hombre en sus más diversos y complejos
aspectos. El hombre, conceptuado como una enorme
pieza de la gigantesca maquinaria estatal, ha
de ser dirigido, verificado e inspeccionado en
toda su complejidad y diversidad.
El castrismo tiende a controlarlo todo: la vivienda,
la medicina, la alimentación, el ocio,
la pereza, el bolsillo, la risa, el llanto, lo
que se lee, lo que se dice y escucha. Lucha denodadamente
por conocer lo que se piensa. Para ello ha creado
centros de investigación del cerebro y
la mente. Así pues, en un país donde
todo parece ser objeto de requisa, el administrador
pasa a ser un personaje de primer orden.
Este oficio es tan viejo que se pierde en la
historia del quehacer económico de la sociedad.
Dígasele gerente, responsable, encargado
o simplemente jefe, es la persona que responde
directamente ante alguien o algo, por el funcionamiento
de un objetivo económico o de interés
social.
En Cuba, en la Cuba de siempre que, sin embargo,
no se identifica con la de ahora, eran habituales
los administradores de ingenios azucareros y fincas
rústicas. Ellos se las entendían
directamente con la propiedad, mientras los dueños
vivían, por lo general, en las capitales
de provincia o en la del país. Era muy
cercano en el afecto, útil y efectivo,
el encargado del edificio de apartamentos. Típico
administrador que cuidaba de la seguridad y el
mantenimiento de inmueble; al que se dirigían
los inquilinos ante cualquier anormalidad o contingencia;
a cualquier hora del día o de la noche,
pues éste vivía en el mismo edificio
como un vecino más.
Pero en aquella época la presencia del
administrador era menos tangible, más difusa,
al estar representada usualmente, por el dueño
o propietario. Este era el caso de los comercios,
talleres e industrias de pequeño y mediano
tamaño, que a su vez representaban el elemento
mayoritario y fundamental de la economía.
No fue sino a partir de las masivas confiscaciones
de los primeros años del castrismo que
se hizo popular y frecuente la figura del administrador.
Todo pasó desde entonces a ser dirigido
por un administrador. Comúnmente era el
único representante visible del nuevo estado
comunista ante la población, de bodegas,
carnicerías, talleres e industrias de todo
tipo.
Pero apenas existen semejanzas entre aquél
que administraba en los primeros años,
imbuido, generalmente en la esperanza de la promesa
de un futuro promisorio, y éste de ahora.
El de hoy está bien convencido de que acá
todo es de todos y nada es de nadie; que sólo
algunos terneros pueden mamar en las ubres de
la vaca; que el país se desangra y que
bajo el comunismo, hágase lo que se haga,
las cosas irán de mal en peor. No obstante,
todos quisieran ser administradores.
Tal vez los dos mayores anhelos del cubano actual
sean, por orden de apetencia, irse del país,
y mientras tanto, o en su defecto, meterse a administrador.
No interesa de qué actividad productiva
o de servicios se trate, o de lo lejano que pueda
estar el negocio; por pequeño que sea o
inatractivo que resulte, la administración
llama al invento y el invento hace funcionar al
país.
Pero no crea, amigo lector, que resulta tan fácil
llegar a la administración de un objetivo
económico en la Cuba del presente. La oferta
es mucha y la demanda escasa. Aún así,
muchos jóvenes acarician la idea como forma
de situarse en un peldaño de la sociedad
superior a la del resto de la población
promedio, incluyendo a coroneles y doctores; algo
inferior a la del dueño del paladar, pero
similar a la del dueño de una próspera
cafetería cuentapropista y por encima de
la jinetera.
Pero lo más importante: es un invento
estatal. Fuera de la aversión y ojeriza
de las autoridades. Es un invento que cuenta con
la simpatía de las autoridades. cnet/03
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