Poemas
desde el presidio
Raúl Rivero, verano, 2003
Andres Reinaldo. El
Nuevo Herald, Sep. 20, 2003.
Para muchos poetas, la poesía es un oficio.
Otros, escriben cuando la inspiración (¿y
quién niega que existe la inspiración?)
los visita. Sólo unos pocos viven la poesía
como un abrumador sacerdocio. Sólo unos
pocos se dan el lujo de ser mártires de
su destino. Raúl Rivero es uno de ellos.
Para el poeta cubano, encarcelado desde hace
seis meses en la prisión de Canaleta, al
oriente de la isla, la poesía es una actitud:
acción y palabra alcanzan una cotidiana
síntesis. El hombre está en el poema.
Y el poema transforma al hombre. En tiempos felices
(si es que los hubo), el poeta interpreta sueños,
rehace mitologías y reelabora su idioma.
A la sombra de la tragedia, el poeta afila el
lápiz, busca las viejas palabras esenciales
y convierte el verbo en voz. Y puesto que afilar
el lápiz es también afilar la lengua,
el escribidor de versos se erige en una amenaza
para el poder.
Es una historia antigua. Y Cuba tiene su tradición:
José María Heredia, José
Martí, Rubén Martínez Villena,
Nicolás Guillén. Cuando la opresión
obliga a cerrar la boca, los poetas toman la palabra.
A Rivero le tocó vivir una época
oscura, enfrentado a una dictadura que comprende
la incendiaria fuerza del soñador que vive
al pie de la letra.
Condenado a 20 años bajo acusaciones que
escandalizan la conciencia civilizada, Rivero
está pagando por haber tenido el coraje
de decir la verdad. Y decirla con una excepcional
calidad estética. La dictadura no se equivoca
al temerle. Porque las víctimas guardan
las llaves de la memoria.
En una celda sofocante y fétida, Rivero
ha escrito estos poemas de amor. Inocentes, límpidos,
impregnados de una discreta infelicidad. En su
frescura, su respeto a sus propias ilusiones,
su firme y cándida estructura, constituyen
un recio alegato político. He aquí
un testimonio de la indestructibilidad del espíritu
humano. Este es, a fin de cuentas, el destino
de los grandes poetas. Esta es la voz, sublime,
inmortal, invicta, de los hombres libres.
Para Gastón Baquero
Llegó con diez palomas, con dos panes
y dijo que era un lujo y una pena
venir desde Madrid, no ver a Banes
con tanto que escribir sobre la arena.
Plegaria tardía
Dios te salve María López
y otras hierbas del patio
de la vileza en la vejez
y te dé fuerzas para zafarte el nudo.
Dios te salve María
de las tentaciones y los vicios
y te veas libre del odio
de la envidia
y del silencio.
Dios te salve del suplicio
de los malos versos
y de la prosa de ferretería
y te propicie un espejo indulgente
para que te hagas una mujer conforme
con la fealdad y con las medianías.
Dios te salve, María López
porque tú sola
ya no puedes.
Pañuelo para nadie
Llora tú que aprendiste a tocar el clavicordio
y descubriste el mal del que voy a vivir.
Sufre esta otra grávida soledad:
quedarte sin el único hombre
que pensaba en ti todos los días.
Llora, llora hoy esa viudez de hielo
porque ya no volverás
joven, con olor a colonia
a vivir en la provincia que fundé
para administrar tu recuerdo.
Llora en privadocomo si no supieras por qué
lloras
hasta que recibas
este pañuelo blanco.
Remedio
La noche es una mancha casi eterna.
Yo distribuyo toda
la soledad del mundo.
Me salvo
porque hago un cisne de sombra en la pared
y le cuento la vida de Rubén Darío.
Enseguida el poeta nos regala
un alba de oro.
¿Nada?
Donde moraba yo
otoñal y en harapos
y digo que moraba
porque sentí que vivía
como nunca allá adentro.
Donde yo residía
tembloroso y sutil
y era reconocido por las articulaciones
y las venas
y por el aire
que viajaba de ida y vuelta
a tus pulmones.
Allí, en tu circulación
y allá en tus pensamientos
que ahora alojan
otro huésped
¿no queda ni un dolor
ni unas cenizas?
Estaciones
Amanecí confuso
noviembre, nubes grises, invierno en la terraza
quería hacerte feliz
más que el primer día
abril, suave llovizna, primavera en La Habana
Así es que hice señales
desde el techo
y le dije a un relámpago:
yo amo a esta mujer
y necesito consagrarme a su felicidad.
El relámpago siguió deslumbrante
su camino de luz
y pasó el mensaje.
Me fui esa mañana de la casa
y sé que ha sido
uno de los días más felices de tu
vida.
Autógrafo para Blanqui
Cuando sueñes con él
no me lo cuentes.
Déjame en la inocencia
de creerme el niño
que recibía tus cartas.
Abandóname en la música
y en el tintero
de la boda municipal
que cambió tu fragancia
y me hizo un forastero
para la fantasía
y el cáliz
y los escorpiones.
Cuando alguien aparezca
en tus sueños como un príncipe
ponle mi cara.
¡Niégalo!
Favoréceme con la historia
como si fuera mía.
El amor no dirige los sueños
ellos son nuestra locura diaria
pero necesita restauraciones
teatralidad, renuncias
para que la vigilia no pierda
el sacramento de la neblina.
Teatro
Pasó que no nos conocimos.
Eramos los personajes
que el otro añoraba que fuéramos.
Así es que aquellos años
los perdimos
haciéndonos que amábamos.
Eso pasa, señora de Valdés
eso sucede hasta en las mejores
familias de palabras.
Yo quise a una mujer
que Ud. no era
y Ud. a un personaje que bordé
para que me quisieran.
Hemos querido a unos fantasmas.
Sin embargo, hay partes del drama
que recuerdo
y bocadillos que dije con ternura
y hay noches en que me gustaría
volver al escenario
a reencontrarle con aquella investidura
para besar en falso
esa boca de horno de carbón
y miel de abejas.
Nota final
Le temía a tu cuerpo
no al alma sin réplica
y rocío
que usabas como ropa de dormir.
A la lava sin rumbo
que desbordaba la sábana
y quemaba las flores
nunca al dibujo de tus ojos
que de repente pedía
compasión o cariño.
Fue tu follaje exterior
impredecible, desbocado, coral
y fueron las erupciones que adiviné
los estremecimientos
y la densidad del polvo que te hizo
lo que produjo mi estampida.
Me fui porque en ti triunfa
un animal espléndido
y yo era un hombre enamorado
sin corazón de domador de circo.
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