CULTURA
Los
complotados del reino
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - Un
intelectual que defiende el totalitarismo goza,
cuando menos, de muy buena desmemoria. Si promoviera
en realidad una conciencia filantrópica,
como gusta decir el español Rubén
Caba, y no la confusión de un par de anquilosadas
doctrinas, hace rato que ese fraude mayúsculo
llamado socialismo pasaría sin máscaras
por la historia de la humanidad. Cuando los sesudos
del estalinismo -sea eslavo, asiático o
caribeño- hablan de utopías, tendremos
que pensar más bien en lo contrario para
no hacer que el viejo Tomás Moro se sienta
más traicionado aún. Sería
como la contrautopía posible, lo que anda
siempre a contrapelo de la legalidad internacional,
los derechos individuales, las mínimas
expresiones de antiquísimas libertades
y sólo un poco de luz, de transparencia.
No reúno por azar ambos términos,
totalitarismo y socialismo, casi en una misma
línea. Si bien no todo totalitarismo es
socialista, lo cierto es que cada experiencia
política emanada del socialismo filosoviético
ha terminado en atrocidad totalitaria. Como un
excelente ejemplo de esto se muestra lo que queda
de aquello que un día se llamó Revolución
cubana. Hoy, ante los ojos del mundo, pero sobre
todo por encima de quienes la sufrimos aquí
dentro, no es más que el fracaso de un
deseo agónico sostenido por el terror y
la mordaza: desastre económico, negación
de las normas del estado de derecho, represión,
perpetuidad del caudillo, control policial sobre
el individuo, la cultura y la prensa, entre otros
aspectos.
El ojo de Dios
En medio de ese clima de cerrazón, que
cada vez esquiva más la sutileza, se intensifica
la compra y seducción de los intelectuales.
En Cuba para poder conocer el mundo, para estar
informado, para comunicarse con el exterior, para
publicar libros y poder leer los que se editan
en otros países, para ser dueño
de algo, aunque sea de uno mismo, en fin, para
ser un individuo que respira y piensa con relativa
-muy relativa- tranquilidad, se necesita una autorización
especial, un cuño, una firma, el visto
bueno del Estado, algo así como el ojo
político de Dios. Se requiere pertenecer,
formar parte, integrarse. ¿A qué
responde, por ejemplo, que de pronto, a la vuelta
de apenas un año y medio, se sucedan esas
suertes de filtros tan gustados por el castrismo
como recogidas de firmas, encuestas y declaraciones
de escritores, artistas, técnicos y científicos
en apoyo al régimen y la represión?
Cuando converso con algunos de ellos me dicen
que sólo quieren que los dejen trabajar
en paz, lo cual estaría bien si no fuera
porque lo que desean alcanzar legítimamente
como creadores los convierte en cómplices
de ese mecanismo diabólico que amenaza
a cualquiera. No saben o no quieren saber que
las libertades jamás son a medias, que
así como no se puede dividir un cuerpo
vivo sin provocar su muerte instantánea,
tampoco se puede acuchillar lo que nos pertenece
como gente, máxime si se hace a base de
engaños y ocultamientos.
Ensayo sobre la (terca) ceguera
Algunos piden aunque sea libertad económica,
al estilo chino. Igualmente nos hacen un favor
muy pobre que elevaría el autoritarismo
de empresa y la corrupción hasta grados
más alarmantes todavía si no se
les acompaña de una sociedad civil fortalecida
y una prensa cuestionadora y vigilante. Además,
una economía funciona sobre derechos elementales
o no funciona. Recuerdo a propósito algunas
ideas de Mario Vargas Llosa, que cito para no
plagiárselas y que ayuda a responderle
a todo tecnócrata: No es verdad que la
libertad sea divisible y que sea lícito
establecer jerarquías entre una libertad
económica prioritaria, que puede servir
de locomotora a la otra, la libertad política,
la que haría las veces de un furgón
de cola, de un premio tardío a los países
que hacen suya la opción del mercado. La
una sin la otra son tuertas, cojas y mancas y
tan frágiles que al primer tropezón
se quiebran y desaparecen.
Ni siquiera ese ademán, libertad económica
o algún modo de hacer avanzar a un país
sumido en la pobreza, les concede el caudillo.
Sería demasiado para quien se ha mostrado
y se muestra ciego frente a la depauperación
reinante y también sordo a cualquier demanda
proveniente de alguna otra cabeza fuera de la
suya, incluyendo a sus colaboradores más
próximos. Casi diez años después
de las tímidas reformas de los 90 -las
cuales llevaron a más de un analista a
señalar que el apellido socialista ya no
le cabía al castrismo, sino más
bien el de una tecnología aplicada a una
dictadura-, se demuestra que aquéllas no
tenían otro objetivo que el mantenimiento
del poder a toda costa, jamás la voluntad
de proporcionar menos desesperanza a los cubanos.
Aprendieron la lección
Dentro de esa muchedumbre de fieles sobresalen
algunos nombres ilustres que pertenecen a lo más
selecto del corpus cultural nacional: el poeta
Cintio Vitier, la bailarina Alicia Alonso, el
compositor César Portillo de la Luz, el
cantautor Silvio Rodríguez, el pintor Eduardo
Roca y especialmente el decano escritor Roberto
Fernández Retamar, miembro del mismo Consejo
de Estado que aprobó pasar por las armas
a tres cubanos acusados de (intentar) secuestrar
una lancha en La Habana para dirigirse a Estados
Unidos.
Y para no olvidar: menos de una semana después
de esos fusilamientos, otro Fernández,
el escritor Pablo Armando, en un alarde de excelente
amnesia, declaraba en Santo Domingo que la Revolución
era un gesto de amor. No en balde el autor de
Los niños se despiden, uno de los autores
más viajeros que hemos padecido en la Isla,
elude responder cuando le preguntan si ya superó
los traumas que le provocó el caso Padilla,
a principios de los oscuros años 70, o
la prohibición de que se publicaran sus
libros, y se le ve constantemente integrando delegaciones
gubernamentales cubanas lo mismo para recibir
al paraguayo Roa Bastos en Boyeros que alentando
al team Cuba de béisbol en Baltimore.
Pero tal vez el caso más estrepitoso
de contubernio con el caudillo sea el del joven
pintor Alexis Leyva Machado, conocido por Kcho.
Este artista, cuyo nombre resonó hace unos
años en todas partes gracias a sus gigantescas
instalaciones sobre los balseros -cubanos que
huyen desesperadamente del infierno castrista-,
hilvanó en una entrevista reciente para
un órgano oficial la frase que mejor dibuja
la actitud de quienes optan por hacerle el juego
al totalitarismo caribeño: "Yo sólo
aprendí la lección". Hoy su
gorda humanidad acompaña al líder
en cuanta maniobra política se le ocurra,
desde inaugurar un hotel cinco estrellas al cual
no pueden tener acceso los cubanos o una escuela
de artes plásticas donde lo que más
se reclama es, por ejemplo, alimentos o una conductora
de agua, y a su vez el líder lo premia
asistiendo a la apertura de sus exposiciones y
bromeando sobre sus dotes artísticas.
Mudos a medias
Asombra leer que Kcho considera al cubano "un
pueblo exitoso". A no ser que tenga su cabeza
puesta en el triunfo económico de los emigrados
y no en el desbarajuste que verificamos día
a día dentro de la Isla, demuestra tener
un criterio demasiado individual del éxito.
Pero asombra más aún comprobar que
cualquiera de estos intelectuales o artistas parece
muy informado sobre lo que sucede allende los
mares. Ellos definen tendencias del arte, toman
posiciones sobre determinados conflictos internacionales,
les gusta aparecer firmando declaraciones políticas
-incluso aquéllas que son un abierto argumento
para recrudecer la represión- y realizando
obras favorables a la paz dondequiera que estalle
una guerra, mientras que sobre la difícil
situación interna, la falta de libertades,
la necesidad del diálogo y la reconciliación,
la verdadera patria con todos y para el bien de
todos que han escamoteado durante más de
cuatro décadas, sólo callan o se
desentienden olímpicamente.
Son como complotados. Y su única misión
está clara: secuestrar la cultura cubana.
Ponerla a servir a quien garantiza orden policial
y no libertad. Restarle toda autoridad. Alejarla
de cualquier toma de decisión. Hacerla
hablar en nombre de supuestos valores patrióticos
o espirituales cuando en realidad lo que se desea
es mantener el poder. Al fragmentar la cultura
sólo ganan coyunturalmente los políticos
y perdemos todos. Pierde la nación que
ve a sus mayores exponentes morir de viejos a
un lado y al otro del Estrecho de la Florida o
el Atlántico sin poder sumarlos a su cuerpo
total, ya de por sí precario y desunido,
porque a uno de sus hijos, a uno solo, no le da,
como dice el gallego, la real gana. cnet/49
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