PRENSA INDEPENDIENTE
Septiembre 19, 2003

CULTURA
Los complotados del reino

LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - Un intelectual que defiende el totalitarismo goza, cuando menos, de muy buena desmemoria. Si promoviera en realidad una conciencia filantrópica, como gusta decir el español Rubén Caba, y no la confusión de un par de anquilosadas doctrinas, hace rato que ese fraude mayúsculo llamado socialismo pasaría sin máscaras por la historia de la humanidad. Cuando los sesudos del estalinismo -sea eslavo, asiático o caribeño- hablan de utopías, tendremos que pensar más bien en lo contrario para no hacer que el viejo Tomás Moro se sienta más traicionado aún. Sería como la contrautopía posible, lo que anda siempre a contrapelo de la legalidad internacional, los derechos individuales, las mínimas expresiones de antiquísimas libertades y sólo un poco de luz, de transparencia.

No reúno por azar ambos términos, totalitarismo y socialismo, casi en una misma línea. Si bien no todo totalitarismo es socialista, lo cierto es que cada experiencia política emanada del socialismo filosoviético ha terminado en atrocidad totalitaria. Como un excelente ejemplo de esto se muestra lo que queda de aquello que un día se llamó Revolución cubana. Hoy, ante los ojos del mundo, pero sobre todo por encima de quienes la sufrimos aquí dentro, no es más que el fracaso de un deseo agónico sostenido por el terror y la mordaza: desastre económico, negación de las normas del estado de derecho, represión, perpetuidad del caudillo, control policial sobre el individuo, la cultura y la prensa, entre otros aspectos.

El ojo de Dios

En medio de ese clima de cerrazón, que cada vez esquiva más la sutileza, se intensifica la compra y seducción de los intelectuales. En Cuba para poder conocer el mundo, para estar informado, para comunicarse con el exterior, para publicar libros y poder leer los que se editan en otros países, para ser dueño de algo, aunque sea de uno mismo, en fin, para ser un individuo que respira y piensa con relativa -muy relativa- tranquilidad, se necesita una autorización especial, un cuño, una firma, el visto bueno del Estado, algo así como el ojo político de Dios. Se requiere pertenecer, formar parte, integrarse. ¿A qué responde, por ejemplo, que de pronto, a la vuelta de apenas un año y medio, se sucedan esas suertes de filtros tan gustados por el castrismo como recogidas de firmas, encuestas y declaraciones de escritores, artistas, técnicos y científicos en apoyo al régimen y la represión?

Cuando converso con algunos de ellos me dicen que sólo quieren que los dejen trabajar en paz, lo cual estaría bien si no fuera porque lo que desean alcanzar legítimamente como creadores los convierte en cómplices de ese mecanismo diabólico que amenaza a cualquiera. No saben o no quieren saber que las libertades jamás son a medias, que así como no se puede dividir un cuerpo vivo sin provocar su muerte instantánea, tampoco se puede acuchillar lo que nos pertenece como gente, máxime si se hace a base de engaños y ocultamientos.

Ensayo sobre la (terca) ceguera

Algunos piden aunque sea libertad económica, al estilo chino. Igualmente nos hacen un favor muy pobre que elevaría el autoritarismo de empresa y la corrupción hasta grados más alarmantes todavía si no se les acompaña de una sociedad civil fortalecida y una prensa cuestionadora y vigilante. Además, una economía funciona sobre derechos elementales o no funciona. Recuerdo a propósito algunas ideas de Mario Vargas Llosa, que cito para no plagiárselas y que ayuda a responderle a todo tecnócrata: No es verdad que la libertad sea divisible y que sea lícito establecer jerarquías entre una libertad económica prioritaria, que puede servir de locomotora a la otra, la libertad política, la que haría las veces de un furgón de cola, de un premio tardío a los países que hacen suya la opción del mercado. La una sin la otra son tuertas, cojas y mancas y tan frágiles que al primer tropezón se quiebran y desaparecen.

Ni siquiera ese ademán, libertad económica o algún modo de hacer avanzar a un país sumido en la pobreza, les concede el caudillo. Sería demasiado para quien se ha mostrado y se muestra ciego frente a la depauperación reinante y también sordo a cualquier demanda proveniente de alguna otra cabeza fuera de la suya, incluyendo a sus colaboradores más próximos. Casi diez años después de las tímidas reformas de los 90 -las cuales llevaron a más de un analista a señalar que el apellido socialista ya no le cabía al castrismo, sino más bien el de una tecnología aplicada a una dictadura-, se demuestra que aquéllas no tenían otro objetivo que el mantenimiento del poder a toda costa, jamás la voluntad de proporcionar menos desesperanza a los cubanos.

Aprendieron la lección

Dentro de esa muchedumbre de fieles sobresalen algunos nombres ilustres que pertenecen a lo más selecto del corpus cultural nacional: el poeta Cintio Vitier, la bailarina Alicia Alonso, el compositor César Portillo de la Luz, el cantautor Silvio Rodríguez, el pintor Eduardo Roca y especialmente el decano escritor Roberto Fernández Retamar, miembro del mismo Consejo de Estado que aprobó pasar por las armas a tres cubanos acusados de (intentar) secuestrar una lancha en La Habana para dirigirse a Estados Unidos.

Y para no olvidar: menos de una semana después de esos fusilamientos, otro Fernández, el escritor Pablo Armando, en un alarde de excelente amnesia, declaraba en Santo Domingo que la Revolución era un gesto de amor. No en balde el autor de Los niños se despiden, uno de los autores más viajeros que hemos padecido en la Isla, elude responder cuando le preguntan si ya superó los traumas que le provocó el caso Padilla, a principios de los oscuros años 70, o la prohibición de que se publicaran sus libros, y se le ve constantemente integrando delegaciones gubernamentales cubanas lo mismo para recibir al paraguayo Roa Bastos en Boyeros que alentando al team Cuba de béisbol en Baltimore.

Pero tal vez el caso más estrepitoso de contubernio con el caudillo sea el del joven pintor Alexis Leyva Machado, conocido por Kcho. Este artista, cuyo nombre resonó hace unos años en todas partes gracias a sus gigantescas instalaciones sobre los balseros -cubanos que huyen desesperadamente del infierno castrista-, hilvanó en una entrevista reciente para un órgano oficial la frase que mejor dibuja la actitud de quienes optan por hacerle el juego al totalitarismo caribeño: "Yo sólo aprendí la lección". Hoy su gorda humanidad acompaña al líder en cuanta maniobra política se le ocurra, desde inaugurar un hotel cinco estrellas al cual no pueden tener acceso los cubanos o una escuela de artes plásticas donde lo que más se reclama es, por ejemplo, alimentos o una conductora de agua, y a su vez el líder lo premia asistiendo a la apertura de sus exposiciones y bromeando sobre sus dotes artísticas.

Mudos a medias

Asombra leer que Kcho considera al cubano "un pueblo exitoso". A no ser que tenga su cabeza puesta en el triunfo económico de los emigrados y no en el desbarajuste que verificamos día a día dentro de la Isla, demuestra tener un criterio demasiado individual del éxito. Pero asombra más aún comprobar que cualquiera de estos intelectuales o artistas parece muy informado sobre lo que sucede allende los mares. Ellos definen tendencias del arte, toman posiciones sobre determinados conflictos internacionales, les gusta aparecer firmando declaraciones políticas -incluso aquéllas que son un abierto argumento para recrudecer la represión- y realizando obras favorables a la paz dondequiera que estalle una guerra, mientras que sobre la difícil situación interna, la falta de libertades, la necesidad del diálogo y la reconciliación, la verdadera patria con todos y para el bien de todos que han escamoteado durante más de cuatro décadas, sólo callan o se desentienden olímpicamente.

Son como complotados. Y su única misión está clara: secuestrar la cultura cubana. Ponerla a servir a quien garantiza orden policial y no libertad. Restarle toda autoridad. Alejarla de cualquier toma de decisión. Hacerla hablar en nombre de supuestos valores patrióticos o espirituales cuando en realidad lo que se desea es mantener el poder. Al fragmentar la cultura sólo ganan coyunturalmente los políticos y perdemos todos. Pierde la nación que ve a sus mayores exponentes morir de viejos a un lado y al otro del Estrecho de la Florida o el Atlántico sin poder sumarlos a su cuerpo total, ya de por sí precario y desunido, porque a uno de sus hijos, a uno solo, no le da, como dice el gallego, la real gana. cnet/49


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