PRENSA INTERNACIONAL
Septiembre 18, 2003

Chantaje totalitario

Daniel Morcate. El Nuevo Herald, 18 de septiembre de 2003.

Amigos que no han experimentado el totalitarismo en carne propia me expresan perplejidad por la campaña de difamación de Fidel Castro contra el activista de derechos humanos Elizardo Sánchez Santacruz. ''¿Cómo es posible que un jefe de estado'', me preguntan, ''invierta tanto tiempo y tantos recursos públicos en vigilar, intimidar y humillar a un simple ciudadano que en definitiva, a través del tiempo, apenas ha ejercido una crítica moderada, casi tímida, del sistema?'' ¿Qué fines políticos puede servirle a Castro el fusilamiento en los medios de prensa nacionales e internacionales del carácter y la personalidad de un mero disidente, este sí, que en definitiva carece de armas, ejércitos o incluso partido político?

Para comenzar a responder estas preguntas habría que recordar por enésima vez que la estupidez, la violencia contra los inocentes, la brutalidad policial y la ausencia total de escrúpulos son los ingredientes con que por naturaleza se cocina el estado totalitario. Todos ellos están presentes en la sucia campaña contra el activista cubano. Puede afirmarse que a ésta la anima, en esencia, la necesidad inherente del sistema de aplastar a personas que han osado expresar su descontento o formular críticas. La ofensiva contra Sánchez Santacruz es una secuela de la represión contra 75 opositores, activistas humanitarios y periodistas hace unos meses. E inevitablemente la seguirán ataques similares contra otras víctimas propicias.

La historia del castrismo, como la de todos los totalitarismos que le precedieron, es la historia de la pública humillación de sus opositores, disidentes o simples descontentos a los que invariablemente el régimen ha pretendido descalificar con insultos (gusanos, apátridas, lumpen, vendepatrias), maltratos (trabajos forzados, prisión, fusilamiento, destierro) y otros excesos (expulsiones de empleos, profesiones, estudios).

En la campaña contra Sánchez Santacruz el régimen ha activado a plena luz pública el mecanismo de vigilancia kafkiano que utiliza subrepticiamente contra las personalidades de cierto realce o relevancia política que viven o visitan la isla y contra no pocos que residen en el extranjero. Consiste en seguir los pasos, grabar conversaciones y filmar la intimidad de estas personas en viviendas, hoteles y playas, bajo la presunción de que algún día, en determinada coyuntura, ese minucioso expediente podría volverse contra ellas y a favor del poder totalitario, que es Castro. ''En Moscú ningún trasero extranjero me es ajeno'', solía jactarse Stalin ante sus más cercanos colaboradores. Castro pudiera presumir de lo mismo. A ese puntilloso fisgoneo anal se reduce, en definitiva, la habilidad de ambos personajes para perpetuarse en el poder.

Sánchez Santacruz atribuyó estas prácticas castristas a lo que con acierto llamó ''la malevolencia'' de los regímenes totalitarios. Y recordó, más que advirtió, a los periodistas que le visitaron que también ellos están expuestos al mismo fisgoneo indecente. Este chantaje explica la inusitada timidez con que los corresponsales extranjeros acreditados en La Habana informan sobre las crudas realidades del estado de terror que impera en Cuba. Y también explica muchas actitudes cómplices y serviles de figuras públicas, cubanas y extranjeras, que de otro modo no tendrían razón para elogiar o defender a la brutal dictadura cubana, sino más bien de denunciarla.

El disidente cubano sin duda mostró pobre juicio al participar en reuniones periódicas con la policía política castrista sin divulgarlo. Desdice de su liderazgo el oírle presumir, pese a todo lo ocurrido, de que ''antes, ahora y después estaré dispuesto a reunirme con Satanás con tal de que las cosas mejoren'' en Cuba. La pobre isla no aguantaría ni un líder más que piense que los fines justifican cualquier medio. Esta actitud temeraria, que incluyó la aceptación de regalos y los brindis con policías, probablemente contribuyó a que el régimen lo considerara su colaborador, si no activo, al menos pasivo. Y de cierta manera explica el despecho de amante traicionado con que Castro lo trata ahora. Tampoco es descartable que Sánchez Santacruz haya desatado la ira del dictador rechazando alguna colaboración mezquina de las que éste acostumbra a pedir a quienes cree haber ablandado. Aun así, el activista es víctima hoy de un chantaje totalitario que todos los hombres libres tenemos la obligación de repudiar.


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