PRENSA INDEPENDIENTE
Septiembre 15, 2003

SOCIEDAD
Enrique vende aguacates

SANTA CLARA, septiembre (www.cubanet.org) - A los vecinos ya no les llama la atención que el profesor Enrique se dedique a la venta de aguacates en la esquina de su casa. Para mí sigue siendo una incógnita. No acabo de entender totalmente por qué este profesor universitario, ex compañero de trabajo del Instituto, en la especialidad de Artes Plásticas, de amplia cultura general, escritor y pintor a la vez, practique la "cultura de la supervivencia" para paliar las necesidades acuciantes del cubano de hoy.

El salario de un profesor de la enseñanza superior puede exceder de los 500 pesos, unos 20 dólares al cambio actual. Quizás ése sea el promedio de ingresos de la denominada clase media cubana, ingresos que alcanzan mínimamente para la sustentación de un hogar de cuatro personas, donde la canasta básica; entiéndase; lo que el cubano puede comprar a través de la Libreta de Racionamiento, es irrisorio: 5 libras de arroz y de azúcar, unas cucharadas de sal, unas laticas de frijoles, el pan diario de pésimo olor y sabor; el jabón o la grasa, la mortadella o el picadillo de soya, productos que no son constantes, el poquito de café, así como unas limitadas botellas de kerosene para cocinar que reparten cuando lo traen, en un fantasmal por ciento que nadie entiende.

¿Cómo nos la arreglamos los nacionales para completar nuestra dieta diaria y además tenerla lista para poner a la mesa? Necesariamente tenemos que acudir a los resortes de la "cultura de la subsistencia" para resolver lo imprescindible. Para hoy; mañana, veremos.

En el mercado negro se encuentra la botella de petróleo crudo o de alcohol a cinco pesos, la carne de puerco de 18 a 25 pesos, según la parte deseada del cochino sacrificado; a 28 pesos la libra de jamón comprada a un productor particular o a 32 en los mercados estatales; el huevo a dos pesos la unidad, el arroz a 3.50 la libra y la del frijol a 7 u 8 pesos; la grasa oscila entre 18 y 22 pesos la libra; a dos pesos la libra de guayaba, el plátano fruta a 1.20 y el burro a 60 centavos.

Y el aguacate... ¡oh, el aguacate! Ese fruto que con rigidez cíclica llega a nuestras mesas en los meses de verano, después de la temporada de mangos... Su precio depende del tamaño y la demanda. Los puede encontrar a 5, 6, 7 y hasta 12 pesos en una ciudad como Santa Clara, donde los precios siempre son inferiores a los de la capital del país, siempre de manos de los particulares, quienes los traen a los centros urbanos luego de recorrer grandes distancias.

¿Cuánto afecta el bolsillo de un cubano el servir la mesa de una modesta comida, que contenga además una tajada del fruto del árbol lauráceo americano? Una simple operación aritmética permite obtener una respuesta más o menos aproximada de la realidad.

Pero Enrique, siempre montado en su flamante bicicleta Forever de procedencia china y su gorra azul con las iniciales NY, abunda sobre su situación:

"En todo el verano no he podido salir de mi casa porque los ingresos, incluidos los de mi esposa, sólo nos alcanzan para la alimentación. Para ir al carnaval un par de noches tuvimos que planificarnos muy bien".

Este hombre de 37 años, amigo de todos y buen vecino, está casado con una profesora de la enseñanza media, la que tiene dos hijos de otro matrimonio. Con voz entrecortada, poniéndome una mano en el hombro, dice:

"Mira, periodista, la vida en este país está muy difícil. Todo parece indicar que ya no podré tener hijos porque el calendario no se detiene, y poco a poco vamos perdiendo lo que nos queda de nuestra juventud. Mi esposa y yo cohabitamos en la misma casa con mis dos cuñadas y sus respectivas familias. Por mucho que hemos intentado independizarnos, no encontramos la fórmula. Los hijos de mi esposa ya no son tan niños, y piden porque lo necesitan. Yo debo planificarme muy bien, por eso me dedico en mis ratos libres, además de leer, pintar o escribir que son mis hobbies, a vender aguacates, mangos o ciruelas, en fin, lo que aparezca. También trabajo con un particular elaborando barritas de dulce de maní.

Como Enrique existen en mi barrio otros profesionales que se dedican a la venta de los productos del campo. Son cientos los que conozco que han abandonado su especialidad para sumarse al enorme ejército que busca resortes de subsistencia, paralelos a los oficiales. Si no lo cree, pregúntele al doctor, mi otro vecino, que como "part time" participa después de los turnos de guardia, en la elaboración de suelas de zapatos en una improvisada fundición de gomas de autos, nociva a su salud y al medio ambiente local. cnet/46


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