SOCIEDAD
Enrique
vende aguacates
SANTA CLARA, septiembre (www.cubanet.org) -
A los vecinos ya no les llama la atención
que el profesor Enrique se dedique a la venta
de aguacates en la esquina de su casa. Para mí
sigue siendo una incógnita. No acabo de
entender totalmente por qué este profesor
universitario, ex compañero de trabajo
del Instituto, en la especialidad de Artes Plásticas,
de amplia cultura general, escritor y pintor a
la vez, practique la "cultura de la supervivencia"
para paliar las necesidades acuciantes del cubano
de hoy.
El salario de un profesor de la enseñanza
superior puede exceder de los 500 pesos, unos
20 dólares al cambio actual. Quizás
ése sea el promedio de ingresos de la denominada
clase media cubana, ingresos que alcanzan mínimamente
para la sustentación de un hogar de cuatro
personas, donde la canasta básica; entiéndase;
lo que el cubano puede comprar a través
de la Libreta de Racionamiento, es irrisorio:
5 libras de arroz y de azúcar, unas cucharadas
de sal, unas laticas de frijoles, el pan diario
de pésimo olor y sabor; el jabón
o la grasa, la mortadella o el picadillo de soya,
productos que no son constantes, el poquito de
café, así como unas limitadas botellas
de kerosene para cocinar que reparten cuando lo
traen, en un fantasmal por ciento que nadie entiende.
¿Cómo nos la arreglamos los nacionales
para completar nuestra dieta diaria y además
tenerla lista para poner a la mesa? Necesariamente
tenemos que acudir a los resortes de la "cultura
de la subsistencia" para resolver lo imprescindible.
Para hoy; mañana, veremos.
En el mercado negro se encuentra la botella de
petróleo crudo o de alcohol a cinco pesos,
la carne de puerco de 18 a 25 pesos, según
la parte deseada del cochino sacrificado; a 28
pesos la libra de jamón comprada a un productor
particular o a 32 en los mercados estatales; el
huevo a dos pesos la unidad, el arroz a 3.50 la
libra y la del frijol a 7 u 8 pesos; la grasa
oscila entre 18 y 22 pesos la libra; a dos pesos
la libra de guayaba, el plátano fruta a
1.20 y el burro a 60 centavos.
Y el aguacate... ¡oh, el aguacate! Ese
fruto que con rigidez cíclica llega a nuestras
mesas en los meses de verano, después de
la temporada de mangos... Su precio depende del
tamaño y la demanda. Los puede encontrar
a 5, 6, 7 y hasta 12 pesos en una ciudad como
Santa Clara, donde los precios siempre son inferiores
a los de la capital del país, siempre de
manos de los particulares, quienes los traen a
los centros urbanos luego de recorrer grandes
distancias.
¿Cuánto afecta el bolsillo de un
cubano el servir la mesa de una modesta comida,
que contenga además una tajada del fruto
del árbol lauráceo americano? Una
simple operación aritmética permite
obtener una respuesta más o menos aproximada
de la realidad.
Pero Enrique, siempre montado en su flamante
bicicleta Forever de procedencia china y su gorra
azul con las iniciales NY, abunda sobre su situación:
"En todo el verano no he podido salir de
mi casa porque los ingresos, incluidos los de
mi esposa, sólo nos alcanzan para la alimentación.
Para ir al carnaval un par de noches tuvimos que
planificarnos muy bien".
Este hombre de 37 años, amigo de todos
y buen vecino, está casado con una profesora
de la enseñanza media, la que tiene dos
hijos de otro matrimonio. Con voz entrecortada,
poniéndome una mano en el hombro, dice:
"Mira, periodista, la vida en este país
está muy difícil. Todo parece indicar
que ya no podré tener hijos porque el calendario
no se detiene, y poco a poco vamos perdiendo lo
que nos queda de nuestra juventud. Mi esposa y
yo cohabitamos en la misma casa con mis dos cuñadas
y sus respectivas familias. Por mucho que hemos
intentado independizarnos, no encontramos la fórmula.
Los hijos de mi esposa ya no son tan niños,
y piden porque lo necesitan. Yo debo planificarme
muy bien, por eso me dedico en mis ratos libres,
además de leer, pintar o escribir que son
mis hobbies, a vender aguacates, mangos o ciruelas,
en fin, lo que aparezca. También trabajo
con un particular elaborando barritas de dulce
de maní.
Como Enrique existen en mi barrio otros profesionales
que se dedican a la venta de los productos del
campo. Son cientos los que conozco que han abandonado
su especialidad para sumarse al enorme ejército
que busca resortes de subsistencia, paralelos
a los oficiales. Si no lo cree, pregúntele
al doctor, mi otro vecino, que como "part
time" participa después de los turnos
de guardia, en la elaboración de suelas
de zapatos en una improvisada fundición
de gomas de autos, nociva a su salud y al medio
ambiente local. cnet/46
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