Las perestroikas de Fidel
Ramón Ferreira. El
Nuevo Herald, 3 de septiembre de 2003.
El comunismo de Fidel recorrió todas las
evoluciones del de Lenin. Después de sustituir
la religión por el comunismo, acusándola
de ser el opio de las masas, tuvo que recurrir
al fusilamiento para eliminar a los herejes que
se resistían.
Cuando del comunismo lo único que quedaba
eran las consignas de patria o muerte y no alcanzaba
el dinero para seguir repitiéndolas, surgió
la perestroika de Gorbachov para intentar un giro
a la redonda y regresar a las masas, que apenas
sobrevivían con los restos de la religión
comunista.
Gorbachov, renegado de la hoz y el martillo,
se fue a Cuba a revelarle a Fidel la curva necesaria
para regresar al redil. Como no se le pueden enseñar
trucos nuevos a un perro viejo, Fidel ya vigilaba
al pichón de Gorbachov, el comandante Ochoa,
emplumado en Moscú, entrenado masacrando
negros en Angola y heredero natural de las nuevas
consignas. Fidel, perro viejo, pero no ciego,
desplumó a Ochoa a balazos y dejó
a Gorbachov sin espuelas y cacareando.
Los oportunistas no se hicieron esperar. Desde
el Papa, Carter, la OEA, dialogueros y portadores
de planes milagrosos desfilaron, cada cual con
su propia perestroika y fueron saludados por Fidel,
reportados por la prensa y vistos en la televisión.
El mundo esperanzado se quedó esperando
por el éxito de todas estas perestroikas.
A su debido tiempo, Fidel las fue recompensando.
Al Papa le permitió exportar nuevos sacerdotes;
a Carter, que Oslo le diera el premio Nobel de
la paz por haberse disparado sus discursos sin
dejar de sonreír; a los dialogueros, sentándolos
para que escucharan monólogos que los ponían
a dormirse en sus laureles; y a los disidentes,
ésos que sabían por dónde
le entra el agua al coco, fusilándolos
o enviándolos a la cárcel para que
sus ideas florecieran a la sombra.
La única perestroika que nos queda por
esperar es la de Washington. La vimos imponerse
en los Balcanes, reducir a la obediencia y, encaminándolas
hacia la democracia, a las tribus de Afganistán;
derrocar la dictadura de Hussein un fin de semana
y desmantelar y arrestar a terroristas como si
fueran moscas. En vez de planes futuros, ultimátums;
en vez de prórrogas, bombas.
Lo que nos intriga es que la deuda de opresión
y terrorismo que tenían esos países
con sus poblaciones es la misma que tiene Fidel
con su pueblo. Tal vez exhibían al mundo
libre mayor cantidad de víctimas, pero
la libertad de Cuba puede considerarse igualmente
valiosa por tratarse de un vecino y aliado, casi
parientes. O somos familia, como se supone a la
hora de recaudar fondos y votos, o invitados de
ocasión que después de la fiesta
debemos regresar a los problemas que nos buscamos.
Todavía no hemos olvidado cómo
se fingió respaldarnos cuando el exilio
intentó aplicarle a Fidel la medicina que
Washington ahora les aplica a sus enemigos y cómo
finalmente fue considerado el intento como otra
disputa transitoria entre vecinos de otro barrio.
Esta disputa ha sido alentada y ahora exaltada
con ejemplos de reconciliaciones en países
de otros idiomas y religiones, mientras Cuba es
considerada como un vecino intransigente que no
se conforma con tener un pedacito de su propia
casa aquí y el otro allá. El resultado
de esta ambivalencia política está
convirtiendo al exilio en escépticos y
al pueblo de Cuba en mendigos que se conformarían
con recuperar el voto.
Mientras Washington no nos respalde abiertamente,
con cualquiera de sus armas secretas, ya sea la
CIA, el FBI u otras que viene utilizando con tanto
éxito para desestabilizar tiranías
y defender a sus ciudadanos, derrocando dictaduras
lejos de sus fronteras, nosotros, sus vecinos
y aliados, seremos menos americanos aquí
y cubanos a medias allá.
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