PRENSA INDEPENDIENTE
Septiembre 2, 2003

CULTURA
El fruto del miedo

LA HABANA, agosto (www.cubanet.org) - Mientras leo la novela de Ramón Díaz Marzo, "Cartas a Leandro", tengo la sensación de que esos flujos y reflujos que se imponen en los ciclos de vida de los hombres y los pueblos nos jugaron una mala pasada. Cuba parió héroes en los siglos XIX y XX. El actual siglo XXI parece ser la etapa de los hombres sencillos, ocupados en lidiar con mayor o menor dignidad con sus miedos, para hacer la historia que se demanda con urgencia de ellos.

"Cartas a Leandro" es, a mi juicio, lo mejor que se ha escrito en las últimas décadas en Cuba, tomando como modelo la vida o la no-vida impuesta por el castrismo. Una amarga picaresca cubana que toma elementos de Henry Miller y de Franz Kafka, aplatanados en un lenguaje directo, coloquial, de fácil acceso para cualquiera, con un sabor irresistible a buena literatura de vanguardia.

La novela se mueve en la soledad, el miedo y los autoexilios. Su parábola se alarga o se acorta, pero el miedo siempre es la nota pedal que marca la pauta. La postura frente al miedo y los estilos personales para hacer la asunción, delinean el perfil de cada personaje.

Un humor ácido, corrosivo e incierto recorre cada situación. "Cartas a Leandro" está escrita por un cubano que participa de forma obligada en el "choteo" y en la aspiración latente en el inconsciente colectivo de encontrar el aspecto desde donde la carcajada supla la acción cívica que ponga fin a la pesadilla.

Por esto, "Cartas a Leandro" es corrosiva y su lectura se realiza bajo la corteza del jadeo de una carrera sin descanso para que "La Secta" -léase el sistema policiaco- no termine castrando la voluntad de afirmación a través del escapismo que sostiene el personaje central en todas sus peripecias.

La tragedia del sujeto literario en "Cartas a Leandro" es no encontrar un refugio seguro para aislarse de la hostilidad ambiente. Leandro, por su parte, aporta otro importante símbolo desde su distante pasividad. Su condición de receptor de las angustias y las aprensiones que le son minuciosamente notificadas lo convierten en otro más en el desfile de personas que se enmascaran y negocian con todo en aras de una sobrevivencia precaria.

Las relaciones personales entre cada uno de los torturados personajes que recorren sus páginas, están condenadas desde el inicio, y ni aún el erotismo las salva desde una proyección hedonista. Todo, desde las relaciones familiares hasta las simplemente sociales, están trasmutadas desde su origen por la atmósfera enrarecida de esta Habana de Ramón con los que tienen, los que no tienen, los policías, los ladrones, los perseguidores y los perseguidos.

La conciencia de vivir en un manicomio acrecenta el temor del protagonista a enloquecer. Los mecanismos de defensa seleccionados no siempre resultan acertados, y se percibe que sólo mucho amor y mucha virtud pueden salvarlo de la desespereración. Toda carrera debe tener fin y ese día debe tomar forma en una meta a ser alcanzada.

Leandro propone toda una sugerente incógnita. Quizás se trate de la racionalidad que es menester alcanzar, o del único recurso -y no siempre el mejor- para vencer a "La Secta". cnet/47


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