CULTURA
El
fruto del miedo
LA HABANA, agosto (www.cubanet.org) - Mientras
leo la novela de Ramón Díaz Marzo,
"Cartas a Leandro", tengo la sensación
de que esos flujos y reflujos que se imponen en
los ciclos de vida de los hombres y los pueblos
nos jugaron una mala pasada. Cuba parió
héroes en los siglos XIX y XX. El actual
siglo XXI parece ser la etapa de los hombres sencillos,
ocupados en lidiar con mayor o menor dignidad
con sus miedos, para hacer la historia que se
demanda con urgencia de ellos.
"Cartas a Leandro" es, a mi juicio,
lo mejor que se ha escrito en las últimas
décadas en Cuba, tomando como modelo la
vida o la no-vida impuesta por el castrismo. Una
amarga picaresca cubana que toma elementos de
Henry Miller y de Franz Kafka, aplatanados en
un lenguaje directo, coloquial, de fácil
acceso para cualquiera, con un sabor irresistible
a buena literatura de vanguardia.
La novela se mueve en la soledad, el miedo y
los autoexilios. Su parábola se alarga
o se acorta, pero el miedo siempre es la nota
pedal que marca la pauta. La postura frente al
miedo y los estilos personales para hacer la asunción,
delinean el perfil de cada personaje.
Un humor ácido, corrosivo e incierto recorre
cada situación. "Cartas a Leandro"
está escrita por un cubano que participa
de forma obligada en el "choteo" y en
la aspiración latente en el inconsciente
colectivo de encontrar el aspecto desde donde
la carcajada supla la acción cívica
que ponga fin a la pesadilla.
Por esto, "Cartas a Leandro" es corrosiva
y su lectura se realiza bajo la corteza del jadeo
de una carrera sin descanso para que "La
Secta" -léase el sistema policiaco-
no termine castrando la voluntad de afirmación
a través del escapismo que sostiene el
personaje central en todas sus peripecias.
La tragedia del sujeto literario en "Cartas
a Leandro" es no encontrar un refugio seguro
para aislarse de la hostilidad ambiente. Leandro,
por su parte, aporta otro importante símbolo
desde su distante pasividad. Su condición
de receptor de las angustias y las aprensiones
que le son minuciosamente notificadas lo convierten
en otro más en el desfile de personas que
se enmascaran y negocian con todo en aras de una
sobrevivencia precaria.
Las relaciones personales entre cada uno de los
torturados personajes que recorren sus páginas,
están condenadas desde el inicio, y ni
aún el erotismo las salva desde una proyección
hedonista. Todo, desde las relaciones familiares
hasta las simplemente sociales, están trasmutadas
desde su origen por la atmósfera enrarecida
de esta Habana de Ramón con los que tienen,
los que no tienen, los policías, los ladrones,
los perseguidores y los perseguidos.
La conciencia de vivir en un manicomio acrecenta
el temor del protagonista a enloquecer. Los mecanismos
de defensa seleccionados no siempre resultan acertados,
y se percibe que sólo mucho amor y mucha
virtud pueden salvarlo de la desespereración.
Toda carrera debe tener fin y ese día debe
tomar forma en una meta a ser alcanzada.
Leandro propone toda una sugerente incógnita.
Quizás se trate de la racionalidad que
es menester alcanzar, o del único recurso
-y no siempre el mejor- para vencer a "La
Secta". cnet/47
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