PRENSA INDEPENDIENTE
Septiembre 1, 2003

SOCIEDAD
Sin carpa no hay circo

LA HABANA, agosto (Tania Díaz Castro / www.cubanet.org) - Por estos días veraniegos, hasta finales de agosto, el Circo Nacional de Cuba presenta un espectáculo en el teatro Karl Marx, en Miramar, el elegante barrio residencial de La Habana, una ciudad donde un porciento excesivamente bajo de familias cuentan con auto particular, y donde no podrá llegar esa gran parte de la grey infantil de a pie, dadas las graves condiciones de transporte público.

Se trata, sin lugar a dudas, de una actividad circense que en nada podrá igualarse a uno de aquellos numerosos circos ambulantes de propiedad privada que se instalaban con gran rapidez en cualquier rincón del país hasta que el régimen instaurado en el poder en 1959 suprimió la propiedad privada.

En la actualidad es lamentable la situación del circo cubano, y más lamentable aún fue conocer por boca de su director, señor José Felipe Rodríguez, entrevistado recientemente por la prensa oficial, que esta agrupación artística estatal sólo puede hacer representaciones en escenarios teatrales, porque carece de carpa, de transporte, de animales amaestrados, y sobre todo de un presupuesto adecuado, lo que obliga a magos y payasos a animar cumpleaños, con el fin de recibir una mejor renumeración. Reconoce el propio director que en Cuba no hay circo, puesto que no hay carpa.

En la Escuela Nacional de Circo, por ejemplo, sólo se pide como requisito tener una edad entre 14 y 17 años, agilidad o corpulencia. Nada más. La vocación o la tradición familiar, el don natural para desempeñar esas tareas, casi todas riesgosas, no cuentan para nada. Sí una aptitud política: ser fidelistas a toda prueba. Resultado: aquel encanto criollo de nuestros artífices circenses desapareció de un plumazo para dar paso a técnicas, coreografías y estilos de la desaparecida URSS.

¿Es que acaso el circo cubano sólo pertenecerá a nuestro pasado, a la libertad de nuestro pasado?

La historia del circo cubano nos demuestra que se necesita de una sociedad libre para su creación y desarrollo, de artistas de espíritu muy libre que estén dispuestos a arriesgar sus vidas ante feroces animales o altos trapecios por amor al arte; empresarios privados y bohemios con iniciativa propia.

Fueron muchísimas las agrupaciones circenses cubanas que trabajaban en toda la Isla antes de 1959. Sus nombres han quedado grabados en la memoria del pueblo: Santos y Artigas, Pubillones, Montalvo, Sugrañes, Rapsores, Miguelín, Valencia, El circo mexicano, Blacamán y muchos otros.

Sus caravanas irrumpían sorpresivamente en caseríos, pueblos y ciudades, seguidas de forma espontánea por cientos de personas. Tendían sus carpas después de su recorrido en cualquier solar yermo para ofrecer a todos los niños, pobres y ricos, la maravillosa riqueza de este antiguo arte: una historia de nuestras tradiciones culturales, hoy desaparecidas, que aún está por investigarse, corta e intensa como los años de república.


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