Suite
Habana o el desastre maquillado
Orlando Fondevila. El
Nuevo Herald, 22 de octubre de 2003.
Madrid -- Una película del realizador
Fernando Pérez se ha convertido en la última
joya de la cinematografía cubana en virtud
de méritos propios, pero sobre todo por
el revuelo mediático que ha provocado.
Y, por supuesto, aunque para algunos resulte incomprensible,
detrás está el estado cubano con
la fuerza propagandística que le caracteriza.
La película se llama Suite Habana.
Si bien no soy un especialista o crítico
cinematográfico, no puedo dejar de intentar
comprender las intenciones de un producto artístico
que se produce con los recursos y la anuencia
política de ese mismo régimen totalitario.
¿O es que nos vamos a creer, como ha afirmado
el realizador, que él ha podido hacer su
trabajo con absoluta libertad y sin ningún
tipo de censuras a la libertad de expresión
y creación artística? ¡Por
favor!
Lo que sí podemos creer --y ésa
es una de las claves para entender esa cinta--
son las declaraciones del director Fernando Pérez
a la prensa oficialista: ''Cuba es un sueño
posible y lo será mientras no se mire de
forma esquemática. Esta película
trata del valor de las pequeñas cosas;
de personas que no necesitan una botella de vino
caro para ser felices, a pesar de que son pobres;
de gente que sueña en medio de dificultades
y logra sobreponerse'' (Juventud Rebelde, 28 de
junio del 2003).
O lo que declaró a la televisión
española el 18 de septiembre: ''En Cuba
hay muchas cosas buenas, y algunas que deben cambiar,
como en cualquier parte. No hay sociedades perfectas''.
Este es uno de los mensajes que la propaganda
castrista intenta vender hoy al mundo: Cuba es
un país normal, con problemas, sí,
a la que no dejan vivir en paz sus enemigos.
''La gente sueña en medio de dificultades
y logra sobreponerse'', dice Fernando Pérez.
Y en el libelo de internet La Jiribilla, un tal
Ernesto Pérez Castillo suscribe: ''En Suite
Habana los protagónicos son los nadies,
pero no los ninguneados. Gente que pareciera no
tener nada que decir, pero basta detenerse en
uno de sus días para aprehender la diferencia
entre quien abandonó (o le arrebataron)
toda esperanza, y quien tiene consigo viva esa
capacidad que tantas veces es un lujo y tantas
una tabla de salvación''. O sea, gente
simple y pobre que puede tener una vida digna
en medio de las dificultades, con sus necesidades
básicas cubiertas y con sueños posibles;
que vive mucho mejor que los simples y pobres
de otras latitudes.
La película muestra constantemente niños
bien atendidos, aseados, con escuelas limpiecitas
y amorosas; gente que tiene su trabajo asegurado
y que en sus horas libres buscan la realización
de sus sueños personales. Gente que vive
en edificaciones deterioradas, pero ordenadas
--incluso con recursos para repararlas--, rodeadas
de calles más pulcras que las de Ginebra.
No se ven policías, largas colas o caras
angustiadas para conseguir el plato de arroz con
frijoles de cada día, salvo la viejecita
del maní. No, la gente es pobre, digna
y se permite tener sueños.
Mentiras fílmicas enmascaradas por una
fotografía hermosa. Imágenes que
van de lo auténticamente tierno y poético
a lo sensiblero. El filme quiere que lloremos
y que nos conmovamos con esa gente y ciudad tan
decorosas y esforzadas en medio de su escasez.
Con habilidad oculta muchas cosas y manipula otras.
Efectivamente, hay quienes pelean por un sueño,
el de liberarse de esa pesadilla que le han impuesto.
Y ese gran sueño de la mayoría de
los cubanos se expresa de dos maneras: escapando
por cualquier medio o enfrentándose al
régimen. El verdadero sueño de los
cubanos es el de la libertad.
¿Es Suite Habana La Habana? ¿Viven
así los cubanos? El director del filme
argumenta que hay otras Habanas, pero que ésta
es la de él. Muy bien. Tiene todo el derecho
del mundo a tener una idea de su propia ciudad.
Todos la tenemos. Pero ésta no es La Habana
del 90% de los capitalinos. No es La Habana del
Cerro, de Santos Suárez, de la Víbora,
de Luyanó y Lawton, de Centro Habana y
Habana Vieja; en fin, La Habana real con sus gentes
reales. Esa es una Habana en ruinas, sucia y maloliente,
con la basura acumulada en las esquinas, con miles
de sarnosos y enflaquecidos perros callejeros,
con un policía en cada esquina vigilando
el contenido de las bolsas de los transeúntes,
con miles de personas soportando el calor y los
hedores de los ''camellos'', o angustiadas haciendo
larguísimas filas para conseguir algo de
alimento o de cualquier producto elemental para
sus necesidades.
La Habana es jóvenes sentados por las
esquinas sin nada que hacer, viejitos sucios y
hambrientos (no la vendedora de la película)
sentados en los portales igualmente deprimentes,
vendiendo maní, cigarrillos, periódicos
o cualquier cosa, cuidándose siempre de
la policía.
La Habana es jineteras, alcohólicos y
''luchadores''. La Habana es infinitas cuarterías
con sus ''barbacoas'', hacinamiento poblacional,
perenne falta de luz y agua. Son los miles y miles
de familias que tienen algún familiar preso
en los cientos de prisiones del país por
motivos políticos o comunes. Es la capital
de la gente sin esperanzas, sin ilusiones, sin
libertad. La Habana es el sueño de poder
escapar, no detrás de un amor como en Suite
Habana, sino buscando la libertad y la vida que
no son posibles bajo el régimen de Fidel
Castro. La película vende una imagen de
una ciudad con dificultades, pero austera y digna.
La Habana y la Cuba de la propaganda castrista.
Por eso Rolando Pérez Betancourt, el crítico
de cine del oficialista Granma y toda la prensa
isleña han saludado la película
y la exportan al Festival de San Sebastián
y a todas partes.
Los aspectos desagradables de la realidad que
la película muestra --¿alguien les
creería si presentaran otra cosa?-- no
es mera propaganda o droga dura del ''realismo
socialista'' o del propio cine cubano de otros
tiempos. Aquí todo es más sutil
para hacer llegar el mensaje. El propósito
es desarmar el juicio, ablandar emocionalmente
al espectador y dejarlo preparado para recibir
el mensaje verdadero. Toda una trampa para ingenuos,
especialmente los extranjeros.
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