SOCIEDAD
Mi amiga Lolita
LA HABANA, octubre (Tania Díaz
Castro / www.cubanet.org) - Se llama igual que
aquella adolescente sensual de la novela de Vladimir
Nabokov, escritor norteamericano de origen ruso.
También fue hermosa y joven. La conocí
casualmente hace dos meses en la panadería
La Candeal, en la esquina de San Lázaro
y Hospital, en el municipio Centro Habana. Comprábamos
el pan de la libreta y comentamos su mala calidad.
Sin darnos cuenta dirigimos nuestros pasos hacia
otro mostrador de la misma panadería donde
se vende un pan de mejor calidad, pero en dólares.
Emprendimos el regreso a nuestras casas por los
portales de la calle San Lázaro donde se
estacionan cada mañana decenas de jubilados
de ambos sexos, ofreciendo cigarrillos sueltos,
jabones de baño y de lavar, veneno para
cucarachas y ratones y muchas otras cosas.
Al pasar por la esquina de Infanta y San Lázaro,
en la antigua tienda Lámparas Quesada,
donde dejaron de venderse lámparas en los
inicios del régimen castrista, comentamos
cómo en los bordes de las vidrieras han
puesto hierros puntiagudos de casi un pie de alto
para evitar que los jubilados se sienten a vender
sus productos, muchos provenientes de las cuotas
compradas a través de la libreta de abastecimiento.
"¿Ves?", me dijo, "yo no
caigo en eso de vender porquerías bajo
la mirada hostil de la policía, sus amenazas
y sus multas".
El mismo día que la conocí era
su cumpleaños. Le faltaban tres para ser
octogenaria. Me invitó a su casa a tomar
un té de canela. Cuando nos sentamos en
la pequeña terraza de su apartamento ya
éramos como viejas amigas.
Repentinamente me confesó su inconformidad
con la situación que vive nuestro país,
sus deseos de que todo cambie. Luego me dijo que
alquila una habitación a extranjeros, que
para lograrlo ha hecho de tripas corazón:
ha olvidado sus conceptos morales, el respeto
que toda mujer religiosa siente por la decencia.
Me cuenta, como avergonzada, que hace poco uno
de estos extranjeros metió en su casa a
tres mujeres en un solo día, que al principio
ella se negaba o insistía en querer saber
quiénes eran las muchachas. Luego se dio
cuenta de que se irían si no tenían
un poco de libertad. Decidió ver y callar
para obtener algunos dólares al mes y poder
comprar un poco de leche en polvo, algunos muslos
de pollo y alguna que otra cervecita para su esposo,
que bien se la merecía por haber trabajado
tanto en su vida.
Con su sonrisa todavía joven me cuenta
mi amiga Lolita que como especialista, durante
más de treinta años impartió
cursos a personal docente en el ministerio de
Educación, pero que su jubilación
no le sirve ni para visitar el agromercado un
par de veces al mes.
Anoche me llamó por teléfono, molesta,
para comentarme que el médico que la atiende
en el hospital Ameijeiras, cuando supo que a Lolita
no le da tiempo de llegar al baño a orinar,
le preguntó si tenía a alguien "al
frente".
Lo que más incomodó a mi amiga
es que se sintió tonta, porque de momento
no entendió. El médico le explicó
que "el frente" era Miami, si tenía
allí algún familiar o amigo para
que le enviara un similar de la Propantelina cubana
que, por supuesto, continúa en falta en
el mercado.
Me cuenta que cuando le respondió que
no tenía ni familiar ni amigo "al
frente", un extraño silencio se interpuso
entre ambos.
No quise preguntarle si esta Cuba es la que ella
se imaginó algún día; si
para recoger estos frutos ella trabajó
para el gobierno cubano más de treinta
años.
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