CRIMEN
Dos años después del asesinato (II)
SANTA CLARA, diciembre (www.cubanet.org)
- Ya la familia Placencia Lorenzo había
perdido en las aguas del Estrecho de la Florida
a cuatro de sus seres queridos, devorados por
los tiburones cuando intentaban llegar a tierras
de libertad, en otra fría noche del 17
de diciembre, pero del año l997.
En los funerales todo estaba diseñado
al antojo gubernamental. Los familiares se quejan
por el poco espacio y oxígeno que tenían,
además querían compartir los últimos
minutos con sus seres queridos, en esa intimidad
necesaria hasta ahora vedada. Pero no podía
ser; el pueblo consternado protestaba afuera.
Por su parte, Mayelín -la madre de Danielito-
protestó ante las autoridades dos veces.
Al fin, a las tres de la tarde, cesó el
desfile, pero adentro no se podía caminar;
los intrusos, los agentes y funcionarios no permitían
las expresiones de dolor de los familiares.
A las 4 de la tarde, por la calle Candelaria,
aparecieron doce ómnibus Girón,
destinados a trasladar a los familiares. A duras
penas se podían abordar. "Ellos"
lo seguían organizando todo, al extremo
de que los últimos en abordar los vehículos
fueron los familiares más allegados. Habían
cogido asiento en la cola de la caravana. A esa
hora corrió el rumor de que ya habían
capturado a los malhechores.
Todo planificado. Sólo se perseguía
calmar los ánimos. Era un engaño
más, como el ocurrido antes, cuando reporteros
internacionales deseaban entrar en la funeraria
para filmar lo que allí ocurría.
"La familia no desea publicidad", era
la respuesta de los del partido que, asesorados
por la Seguridad, informaban a los familiares:
"Ellos son periodistas independientes y no
se sabe cuál es el fin de las filmaciones,
pero si la familia lo desea, los dejamos pasar".
"No", era la respuesta entre el miedo
y el dolor.
A ambos lados del cortejo fúnebre, colmando
todas las aceras y las esquinas, el pueblo se
organizaba. Algunos hasta lloraban. Delante, los
coches con los cadáveres, era el de Danielito
el que más flores portaba. El arribo a
la necrópolis municipal fue una odisea.
Los familiares eran los últimos, pues no
podían adelantarse dentro de aquel mar
de gente. Mayelín se queja y nadie la oye,
grita entonces, pero a duras penas puede logra
avanzar.
No hubo despedida de duelo. Los curiosos corren
por encima de las tumbas, ultrajando la memoria
de los allí sepultados. Mayelín
olvidó el llanto, y a empujones fue el
único familiar que logró acercarse
al panteón, también dispuesto por
el estado. Los coches fúnebres, en desfile
por una senda secundaria del luctuoso recinto,
apenas se movían. La gente comentaba de
todo sobre la familia, apenas sin conocer a sus
miembros. La odisea comenzaba ahora al trasladar
los ataúdes por encima de las cabezas de
los intrusos, hasta llegar a manos de los sepultureros.
Se había perdido la privacidad de la ceremonia.
El último de los ataúdes fue el
de Danielito. Su mamá besa un ramo de flores
con ternura y delicadamente lo sitúa encima
del féretro, el único de color blanco.
No llora, no ha podido llorar. Al resto de la
familia le ha pasado lo mismo, pero tuvieron menos
suerte, se conforman con quedarse al final, cuando
ya todo había terminado, para abrazarse
y dar rienda suelta a sus sentimientos.
Aunque se quiera ocultar, el asesinato múltiple
en la autopista nacional es uno de los crímenes
más horrendos cometidos en el país
en los últimos años y es una muestra
evidente de la proliferación de la violencia.
Lo que más se comentó, excepto por
parte de la prensa radial y escrita, que hizo
mutis total de lo ocurrido, fue que según
dijeron los documentos y el dinero no habían
sido sustraídos. Sólo la emisora
provincial CMHW de Villa Clara, en un programa
matutino al día siguiente, ofreció
una pequeña cobertura de lo ocurrido al
pueblo, minimizando la importancia del asunto
al calificarlo como "un lamentable hecho".
Según fue pasando el tiempo, la Seguridad
del Estado y la policía continuaron las
investigaciones. A los familiares se les informó
que Cuba completa estaba de pie buscando, deteniendo
e interrogando hasta a personas que llegaban desde
el exterior. Se insinuó que se había
tratado de un acto financiado desde fuera del
país. A los pocos días los dos delincuentes
fueron detenidos. Casi al año se celebró
el juicio a puertas cerradas en un tribunal habanero
donde además de los dos principales encartados,
vinculados directamente en el asesinato, hubo
otros enrolados en el proceso.
Parte de la familia santaclareña fue trasladada
hacia la capital y en un tribunal a puerta cerrada
pudieron conocer los detalles de la fase investigativa.
Los dos asesinos, procedentes de la zona oriental
del país, gozaban de la buena vida gracias
a la vida sin escrúpulos que llevaban,
e incluso el encartado principal estaba vinculado
a otro asesinato. La justicia fue implacable:
pena de muerte para ambos y largas cadenas de
cárcel para los demás. cnet/46
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