SOCIEDAD
Pelo suelto y carretera
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org)
- Cada tarde, nublada o con sol, Aimara, con la
cabellera suelta y lo más sexy de su exiguo
ropero, se convierte en parte del paisaje de la
autopista.
La conocen muchos de los choferes que transitan
por las seis vías de la autopista nacional,
en el tramo del puente del Calvario al Cotorro.
Algunos la saludan con la mano o le gritan algo.
Puede ser un piropo, un insulto o una mezcla de
las dos cosas. Los días de suerte, tres
o cuatro de ellos hacen un alto con Aimara para
calmar sus urgencias sexuales a la orilla de la
vía, entre los matorrales o en el propio
vehículo.
Esos días, sus ganancias pueden oscilar
entre los 80 y 100 pesos. Aimara afirma ser una
especialista en sexo oral. Su tarifa por esa actividad,
como la del resto de sus colegas a lo largo de
la carretera, es de 20 pesos. Si el cliente desea
consumar el acto completo (condón mediante,
obligatorio), el precio se duplica.
Pocos conocen su nombre. Le llaman La Bayamesa
porque nació en la ciudad de donde dicen
provienen las más bellas cubanas.
Cuando llegó a La Habana era aún
más bella, con 11 años de menos,
todavía virgen, el pelo sin teñir
y la piel bronceada sin las manchas que le ha
dejado el excesivo sol. Aún la esperanza
brillaba en sus ojos. A pesar de todo, hoy por
hoy, La Bayamesa para el tráfico, literalmente,
y pocas se atreven a disputarle clientela a su
alrededor.
Aimara es una de las practicantes de la más
reciente y modesta de las modalidades de la prostitución
en Cuba. Se les conoce popularmente como las "chupa-chupa",
aludiendo al más solicitado de sus servicios.
No todas las dispuestas a ejercer "el oficio
más antiguo de la humanidad" sirven
para "jinetear" extranjeros. Para ello
se requiere ser muy joven, muy linda, tener un
toque elegante y educado, y mucha astucia para
lidiar con "yumas", policías
y proxenetas.
Las que no reúnen tales requisitos tienen
que luchar a su manera (como decía Sinatra),
ir "p'al fuego en las carreteras, con cubanos,
tarifando el sexo no en dólares sino en
pesos.
Los principales temores de Aimara son las enfermedades
venéreas, el sida y los policías.
Para las primeras se inventó el condón.
Los últimos son más fáciles
de evitar, aunque me advierte que "los hay
que se reprenden". Pero si no la traban con
las manos en la masa, puede alegar que está
pidiendo botella (un aventón), práctica
bastante usual en el país debido a la catastrófica
situación del transporte. "Y si me
tengo que 'echar' un policía, no pasa nada,
no será la primera vez".
Aimara vive en una casucha de madera, en un barrio
marginal hecho a retazos, cerca del reparto Eléctrico,
con un hombre de 65 años que la recogió,
junto con su niño, hace seis meses. Su
último marido la había echado a
golpes a la calle, en medio de una descomunal
borrachera.
Eladio es viejo y apesta a tabaco, pero no le
quita el dinero, sólo le exige que le lave
y le cocine. De vez en vez se acuesta con él,
pero no con frecuencia. El ardor de Eladio está
apagado por la edad, el alcohol y el hambre.
Cuando vino a La Habana, Aimara soñaba
con ser cantante. Hace seis años, después
que nació su hijo, se conformaba con una
casa y un marido estable que ganara bastante dinero.
Hoy, la única ilusión que le queda
a Aimara es poder construir una casa de mampostería
para ella y su hijo. Ahorra peso a peso lo que
"lucha" y pide a Ochún ganarse
un "parlé" en la "bolita",
que le ayude a hacer su sueño realidad.
No es fácil y tiene que apurarse porque
"la cosa cada día está peor".
Todas las mañanas, al despertar, se mira
fijo en el espejo. A sus 26 años le teme
a la vejez más que a la muerte. La competencia
es fuerte y sabe que dentro de unos años,
a este ritmo, ya no será ni la sombra de
La Bayamesa. Entonces le dirán La Palestina
o "la sin tierra". Será otra
más dando tumbos para subsistir en la ciudad
en la que un día anheló vivir como
reina gracias a su cuerpo.
Mientras, guiña un ojo, se menea y canta
con el radio: "pelo suelto y carretera...".
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