PRENSA INDEPENDIENTE
Diciembre 12, 2003

CULTURA
Ícaros: de Dédalos y Minos en otra isla prisionera

LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Entornos sociales cerrados llevan a las masas silenciadas a buscar su voz de forma indirecta, en modos de expresión que hablen disimulada o enmascaradamente de aquello que no se puede decir en el espacio público.

Esa necesidad de decir sin decir, de escucharse elípticamente reconociendo la situación propia en la representada, alcanza también al arte que se realiza en sitios de semejantes condiciones y conduce a los artistas a plantearse la disyuntiva entre un arte que recoja la voz popular reprimida -esgrimiendo relatos astutos que permanezcan en la ambivalencia y que de ningún modo puedan ser confundidos con discursos de oposición por la política oficial- y la creación de un arte que trascienda la aldea.

Es éste muchas veces el dilema entre compromiso social o cívico, y un disentimiento de este en busca de una independencia del arte y en pos de temáticas más universales. Lo cierto es que dichos aconteceres han llevado, en el caso de Cuba, a un rebajamiento considerable de la calidad artística de las obras, algo que se ha hecho evidente durante los últimos tiempos con la decadencia del arte en general dentro de la isla, pero más visiblemente en el humor, el cine y el teatro cubanos de los últimos tiempos. El intentar decir sin decir lleva en muchas ocasiones al no decir; en realidad, a no decir nada que valga la pena decir.

Pero lo interesante es cómo las masas llenan salas de cine y teatro, buscando reconocer su voz en esa representación, presenciar un hablar de sí mismos que les es negado en la praxis social. Sólo en estas mascaradas, -las mascaradas de la mímesis- pueden encontrarse. Así, asisten con gusto al Aquelarre (festival humorístico de frecuencia anual, que deviene en verdadero caño de fuga para las masas: reproducción directa y desnuda -sin elaboración la mayoría de las veces- de la voz popular).

Es el caso también de la obra teatral Ícaros (texto de Norge Espinosa Mendoza, puesta en escena de Carlos Díaz). Ya el teatro El Público había convocado a la muchedumbre con la obra La Celestina, que no sólo rebosó la capacidad del Trianón, sede de este grupo teatral, sino que se mantuvo en cartelera durante seis meses. No era aquí el "chistecito político" lo que quería canalizar el público, sino la sexualidad reprimida en una sociedad que ve cualquier tipo de intención pública de carácter erótico como un acto delictivo y donde se penaliza con la cárcel al portador de una revista o imagen pornográfica

Ahora El Público nos ofrece con Ícaros una pieza bastante elaborada. Sin embargo, se crean alrededor de la obra una expectativa y recepción populares de incidencia política. Se corre "la bola" incluso de que la puesta ha sido censurada. "Está fuerte", dicen los portadores de "la bola" cuando se les interroga, "no van a permitirlo". El público que asiste a Ícaros está condicionado por esa ansiedad de lo que sólo se puede escuchar en el teatro, algo de la misma naturaleza que el Aquelarre: una mímica reduccionista a fuerza de lugares comunes. Por eso en la sala la atmósfera es la propicia para que estalle de pronto la risa general cuando aparece en escena el gobernante extremadamente viejo que tarda en morir. Cuando el veterano rey Minos entra a escena, las arrugadas manos temblándoles, y comienza a pronunciar un discurso o cuando se vuelve en medio del mismo para preguntar la fecha, el público ríe con la misma risa que atiborra los festivales de Aquelarre. Este público que va y llena la sala del teatro Trianón, para después salir y comentar al vecino o familiar lo "fuerte" de la obra, es incapaz de valorar a cabalidad la pieza que ha visto como hecho artístico.

Aunque ciertamente Ícaros tiene una lectura política, ésta trasciende afortunadamente los lugares comunes que el público espera hallar cuando va a salas de cines y teatros a sublimar sus inconformidades con la dictadura. La lectura política de Ícaros nos conduce hacia la deconstrucción de todo mito en un ensamblaje que va desde la antigua Creta de Ariadna hasta el laberinto que se ha construido la propia isla de Cuba, y llegando hasta la inserción del ataque contra las torres gemelas.

Es una obra que resuelve la disyuntiva artística yendo desde la aldea hacia lo universal, e invirtiendo la fórmula, reviviendo numerosos y diferentes mitos (la antigua leyenda y otros mitos modernos como Batmam, Pinocho, la Caperucita Roja o el noble Peter Pan) e insertando a unos dentro de los otros y haciéndolos convivir para resemantizarlos. Así, hace caer junto a muros de laberinto, también mitos de la ambiciosa época moderna. Es la "explosión del mito", como intitula Norge Espinosa la nota del programa.

La obra intenta comunicarnos que no hay un único laberinto. Refiriéndose al mito de la isla de Creta, Norge escribe en el programa: "Del laberinto sólo quedan algunas ruinas sospechosas. Pero en todo espejo, duplicando las formas y los rostros, puede ocultarse un Laberinto. ¿Qué ocurriría si colocamos un espejo en el centro de un Escenario?"

Ojalá tenga suerte esta obra entre la crítica oficial de los medios nacionales, crítica enceguecida en su propio laberinto de autocensura, y que obliga a los Dédalos del patio a construir a escondidas alas que hacen que el hijo, al intentar trascender el horizonte, caiga, las alas derretidas, en las costas de su propia tierra. cnet/55



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