CULTURA
Ícaros: de Dédalos y Minos en otra isla prisionera
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org)
- Entornos sociales cerrados llevan a las masas
silenciadas a buscar su voz de forma indirecta,
en modos de expresión que hablen disimulada
o enmascaradamente de aquello que no se puede
decir en el espacio público.
Esa necesidad de decir sin decir, de escucharse
elípticamente reconociendo la situación
propia en la representada, alcanza también
al arte que se realiza en sitios de semejantes
condiciones y conduce a los artistas a plantearse
la disyuntiva entre un arte que recoja la voz
popular reprimida -esgrimiendo relatos astutos
que permanezcan en la ambivalencia y que de ningún
modo puedan ser confundidos con discursos de oposición
por la política oficial- y la creación
de un arte que trascienda la aldea.
Es éste muchas veces el dilema entre compromiso
social o cívico, y un disentimiento de
este en busca de una independencia del arte y
en pos de temáticas más universales.
Lo cierto es que dichos aconteceres han llevado,
en el caso de Cuba, a un rebajamiento considerable
de la calidad artística de las obras, algo
que se ha hecho evidente durante los últimos
tiempos con la decadencia del arte en general
dentro de la isla, pero más visiblemente
en el humor, el cine y el teatro cubanos de los
últimos tiempos. El intentar decir sin
decir lleva en muchas ocasiones al no decir; en
realidad, a no decir nada que valga la pena decir.
Pero lo interesante es cómo las masas
llenan salas de cine y teatro, buscando reconocer
su voz en esa representación, presenciar
un hablar de sí mismos que les es negado
en la praxis social. Sólo en estas mascaradas,
-las mascaradas de la mímesis- pueden encontrarse.
Así, asisten con gusto al Aquelarre (festival
humorístico de frecuencia anual, que deviene
en verdadero caño de fuga para las masas:
reproducción directa y desnuda -sin elaboración
la mayoría de las veces- de la voz popular).
Es el caso también de la obra teatral
Ícaros (texto de Norge Espinosa Mendoza,
puesta en escena de Carlos Díaz). Ya el
teatro El Público había convocado
a la muchedumbre con la obra La Celestina, que
no sólo rebosó la capacidad del
Trianón, sede de este grupo teatral, sino
que se mantuvo en cartelera durante seis meses.
No era aquí el "chistecito político"
lo que quería canalizar el público,
sino la sexualidad reprimida en una sociedad que
ve cualquier tipo de intención pública
de carácter erótico como un acto
delictivo y donde se penaliza con la cárcel
al portador de una revista o imagen pornográfica
Ahora El Público nos ofrece con Ícaros
una pieza bastante elaborada. Sin embargo, se
crean alrededor de la obra una expectativa y recepción
populares de incidencia política. Se corre
"la bola" incluso de que la puesta ha
sido censurada. "Está fuerte",
dicen los portadores de "la bola" cuando
se les interroga, "no van a permitirlo".
El público que asiste a Ícaros está
condicionado por esa ansiedad de lo que sólo
se puede escuchar en el teatro, algo de la misma
naturaleza que el Aquelarre: una mímica
reduccionista a fuerza de lugares comunes. Por
eso en la sala la atmósfera es la propicia
para que estalle de pronto la risa general cuando
aparece en escena el gobernante extremadamente
viejo que tarda en morir. Cuando el veterano rey
Minos entra a escena, las arrugadas manos temblándoles,
y comienza a pronunciar un discurso o cuando se
vuelve en medio del mismo para preguntar la fecha,
el público ríe con la misma risa
que atiborra los festivales de Aquelarre. Este
público que va y llena la sala del teatro
Trianón, para después salir y comentar
al vecino o familiar lo "fuerte" de
la obra, es incapaz de valorar a cabalidad la
pieza que ha visto como hecho artístico.
Aunque ciertamente Ícaros tiene una lectura
política, ésta trasciende afortunadamente
los lugares comunes que el público espera
hallar cuando va a salas de cines y teatros a
sublimar sus inconformidades con la dictadura.
La lectura política de Ícaros nos
conduce hacia la deconstrucción de todo
mito en un ensamblaje que va desde la antigua
Creta de Ariadna hasta el laberinto que se ha
construido la propia isla de Cuba, y llegando
hasta la inserción del ataque contra las
torres gemelas.
Es una obra que resuelve la disyuntiva artística
yendo desde la aldea hacia lo universal, e invirtiendo
la fórmula, reviviendo numerosos y diferentes
mitos (la antigua leyenda y otros mitos modernos
como Batmam, Pinocho, la Caperucita Roja o el
noble Peter Pan) e insertando a unos dentro de
los otros y haciéndolos convivir para resemantizarlos.
Así, hace caer junto a muros de laberinto,
también mitos de la ambiciosa época
moderna. Es la "explosión del mito",
como intitula Norge Espinosa la nota del programa.
La obra intenta comunicarnos que no hay un único
laberinto. Refiriéndose al mito de la isla
de Creta, Norge escribe en el programa: "Del
laberinto sólo quedan algunas ruinas sospechosas.
Pero en todo espejo, duplicando las formas y los
rostros, puede ocultarse un Laberinto. ¿Qué
ocurriría si colocamos un espejo en el
centro de un Escenario?"
Ojalá tenga suerte esta obra entre la
crítica oficial de los medios nacionales,
crítica enceguecida en su propio laberinto
de autocensura, y que obliga a los Dédalos
del patio a construir a escondidas alas que hacen
que el hijo, al intentar trascender el horizonte,
caiga, las alas derretidas, en las costas de su
propia tierra. cnet/55
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