PRENSA INDEPENDIENTE
Diciembre 8, 2003

ECONOMIA INFORMAL
Hombres nuevos y pregones nuevos y viejos

LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - "¡Yuca con mojo, yuca con mojo!". Se detiene. Mira a ambos lados para comprobar si el pregón ha despertado el antojo de potenciales clientes, y si no hay algún inspector, policía o chivato al acecho. Prosigue su marcha por las calles del poblado habanero de Caimito. Un rato después pasa el que anuncia sus tamales: "¡Con y sin pica!"

Con el bastón en una mano y la cajita en la otra pasa el ciego que vende dulces. Dejan Caimito con rumbo a Guanajay los que ofrecieron el testimonio de los vendedores de este pueblo.

Esperando en Guanajay el camión que los trasladaría hasta Cabañas, mataron el antojo con el señor de espejuelos que invariablemente camina de una parada a otra con su pregón: "¡Maní, maní tostado. ¡A cincuenta el cucurucho!"

La señora que en voz baja pregonaba "¡Pirulí, pirulí", permitió a los viajeros llevar el dulce a los sobrinos de Cabañas.

Los bajos salarios, el alto nivel de desempleo (el real, no el brindado por los datos oficiales), la carestía de la vida y la insuficiencia de los productos vendidos por la libreta de ¿abastecimiento? obligan a trabajar a estos vendedores con sus nuevos o viejos pregones.

Lo elevado de los impuestos, las multas y otras restricciones legalmente impuestas los obligan a actuar al margen de la ley dentro del único mercado verdaderamente libre en el país: el mercado negro. "No hay alternativa, a pesar de los riesgos", expresa uno de estos hombres. Con él concuerdan todos los consultados sobre los motivos que los llevan a ejercer actividades consideradas ilegales.

Mientras escribo pasa Ramón por el frente de mi casa con su habitual pregón: "¡Toooorticas! ¡Toooorticas!" Satisfago el antojo de mis hijos y nietos pagando un peso por cada una.

A lo lejos escucho entonces: "¡Pescado fresco! ¡Pescado fresco!" Es un pescador que trae ensartados cinco o seis pescados pequeños. Los vende a 25 pesos cada uno.

En la siguiente media hora pasaron los que venden chicharrones a cinco pesos la taza -una lata de leche condensada sirve de medida-, el vendedor de ají "cachucha", el que arregla cocinas de luz brillante marca Picker, el de los coquitos, el que vende turrón de maní, y así, interminablemente, día tras día, menos cuando se corre la voz de que hay inspectores en el pueblo.

A las operaciones encaminadas a acabar con los vendedores ambulantes y con los que venden sus productos en sus propias casas, las denominan "rastrillos". Parece que ya va siendo necesario otro implemento. En lugar del rastrillo, que sirve para limpiar lo de abajo, lo que se necesita en Cuba (aunque no tengamos chimeneas en las casas) son deshollinadores, para limpiar lo de arriba. cnet/38



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