ECONOMIA
INFORMAL
Hombres nuevos y pregones nuevos y viejos
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org)
- "¡Yuca con mojo, yuca con mojo!".
Se detiene. Mira a ambos lados para comprobar
si el pregón ha despertado el antojo de
potenciales clientes, y si no hay algún
inspector, policía o chivato al acecho.
Prosigue su marcha por las calles del poblado
habanero de Caimito. Un rato después pasa
el que anuncia sus tamales: "¡Con y
sin pica!"
Con el bastón en una mano y la cajita
en la otra pasa el ciego que vende dulces. Dejan
Caimito con rumbo a Guanajay los que ofrecieron
el testimonio de los vendedores de este pueblo.
Esperando en Guanajay el camión que los
trasladaría hasta Cabañas, mataron
el antojo con el señor de espejuelos que
invariablemente camina de una parada a otra con
su pregón: "¡Maní, maní
tostado. ¡A cincuenta el cucurucho!"
La señora que en voz baja pregonaba "¡Pirulí,
pirulí", permitió a los viajeros
llevar el dulce a los sobrinos de Cabañas.
Los bajos salarios, el alto nivel de desempleo
(el real, no el brindado por los datos oficiales),
la carestía de la vida y la insuficiencia
de los productos vendidos por la libreta de ¿abastecimiento?
obligan a trabajar a estos vendedores con sus
nuevos o viejos pregones.
Lo elevado de los impuestos, las multas y otras
restricciones legalmente impuestas los obligan
a actuar al margen de la ley dentro del único
mercado verdaderamente libre en el país:
el mercado negro. "No hay alternativa, a
pesar de los riesgos", expresa uno de estos
hombres. Con él concuerdan todos los consultados
sobre los motivos que los llevan a ejercer actividades
consideradas ilegales.
Mientras escribo pasa Ramón por el frente
de mi casa con su habitual pregón: "¡Toooorticas!
¡Toooorticas!" Satisfago el antojo
de mis hijos y nietos pagando un peso por cada
una.
A lo lejos escucho entonces: "¡Pescado
fresco! ¡Pescado fresco!" Es un pescador
que trae ensartados cinco o seis pescados pequeños.
Los vende a 25 pesos cada uno.
En la siguiente media hora pasaron los que venden
chicharrones a cinco pesos la taza -una lata de
leche condensada sirve de medida-, el vendedor
de ají "cachucha", el que arregla
cocinas de luz brillante marca Picker, el de los
coquitos, el que vende turrón de maní,
y así, interminablemente, día tras
día, menos cuando se corre la voz de que
hay inspectores en el pueblo.
A las operaciones encaminadas a acabar con los
vendedores ambulantes y con los que venden sus
productos en sus propias casas, las denominan
"rastrillos". Parece que ya va siendo
necesario otro implemento. En lugar del rastrillo,
que sirve para limpiar lo de abajo, lo que se
necesita en Cuba (aunque no tengamos chimeneas
en las casas) son deshollinadores, para limpiar
lo de arriba. cnet/38
|