PRENSA INDEPENDIENTE
Diciembre 8, 2003

SOCIEDAD
Cuando el frío no enfría

LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Cuando el refrigerador de un hogar cubano deja de funcionar, es decir, cuando el frío no enfría, se desata una verdadera tragedia doméstica.

Para el ciudadano común de esta parcela de tierra caribeña, pareciera no haber nada nuevo bajo el cielo que la cubre. Luce como si estuviera curtido después de tantos avatares; después de haber pasado las de Caín y estar pasando las mil y una noches.

Pero aunque el cubano esté cujeado en eso de pasar trabajos y privaciones, y por tanto, libre de asombros y perplejidades, ante la realidad de un frío que no enfría, la carne se le pone de gallina.

El fastidioso apagón siempre viene con su carga de malestar y tristeza. Sobre todo cuando se produce temprano en la noche interrumpiéndonos la comida, la telenovela o el video de la televisora extranjera. Pero aún así, no es tan terrible como cuando el frío no enfría.

Es tormentoso cuando después de muchas maromas la cazuela inicia su danza de fuego sobre la hornilla, para detenerse a pleno hervor por la interrupción sorpresiva del suministro de gas. Si a la falta del combustible se une un corte de electricidad (como a veces sucede), la angustia es mayor. No obstante, y con todo lo difícil que resulte, es menos dramático que cuando el frío no enfría.

Incluso en esos días en que los disgustos coinciden; se agolpan y acumulan; como cuando discutimos con el jefe, el camello se rompe y nos deja botados a la mitad del viaje, y el motor de la bomba de agua se quema, aún en tales circunstancias las dificultades no son mayores que cuando el frío no enfría.

Y es que cuando el refrigerador falla parece como si el mundo se nos viniera abajo.

No se trata solamente de vernos privados de su imprescindible servicio, sino del desaliento que nos embarga por la incertidumbre de no saber cómo y cuándo resolver el problema.

Hasta el año 1996 la reparación de los refrigeradores corría a cargo de los tristemente célebres talleres consolidados estatales. Estos registraban los equipos necesitados de reparación en una lista de espera. Tal sistema siempre fue deficiente; aún en sus mejores tiempos, cuando la bondad del subsidio soviético se encargaba de suministrar las piezas y componentes de repuesto. A veces, cuando llegaba el turno, el cliente no se encontraba entre los vivos. En otras ocasiones el propietario del equipo se había marchado del país, vivía en otra provincia, estaba preso o lo andaban buscando. Porque pasaban muchos años y con ellos la vida y sus sorpresas agazapadas en cada recoveco del destino.

Así fue como en 1996, inmersos en el "período especial", desprovistos de recursos y con un cementerio de refrigeradores inservibles a cuestas, los talleres consolidados tomaron la única decisión posible: ofrecer sus servicios únicamente en dólares.

En la avalancha quedarían sepultados los usuarios que tenían sus equipos en la lista de espera, ahora necesitados de los dólares que no tenían para poderlos reparar.

El precio por un cambio de máquina (motocompresor), que es el defecto más común, debido a los frecuentes apagones y las fluctuaciones de voltaje, no están al alcance del cubano promedio: rondan los 2,500 pesos.

El taller del municipio Playa, por ejemplo, cobra por tal servicio 76 dólares y 90 pesos cubanos, sin incluir transportación. Ello consumiría el salario íntegro de 240 pesos mensuales promedio por espacio de nueve meses. Algo similar ocurre con el taller del municipio Plaza, donde cuesta 90 dólares y 80 pesos cubanos, incluyendo la transportación del equipo.

Pero a pesar de todo el cubano las inventa en el aire para reparar su equipo. Está obligado a ello.

Ya no son aquellos tiempos en que con la nevera comprada en el rastro por 3 ó 4 pesos y la piedra de hielo, traída por el carro a cinco centavos, se garantizaba el agua fría. Para lo demás se obviaba el refrigerador, pues la bodega y la carnicería siempre estaban prestas.

Ahora, sin el refrigerador no somos nada. Lo necesitamos tanto como el aire que respiramos. Al refrigerador van a parar el picadillo de soya cuando viene de golpe, sin avisar, el puré de tomate casero y el ají que encurte la abuela. Siempre dejando capacidad para lo que aparezca "sorpresivamente", para esos "chances" del mar o de la tierra, a los que no se les puede dejar escapar, porque como la suerte de la lotería, no vienen muy a menudo. cnet/03



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