SOCIEDAD
Cuando el frío no enfría
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org)
- Cuando el refrigerador de un hogar cubano deja
de funcionar, es decir, cuando el frío
no enfría, se desata una verdadera tragedia
doméstica.
Para el ciudadano común de esta parcela
de tierra caribeña, pareciera no haber
nada nuevo bajo el cielo que la cubre. Luce como
si estuviera curtido después de tantos
avatares; después de haber pasado las de
Caín y estar pasando las mil y una noches.
Pero aunque el cubano esté cujeado en
eso de pasar trabajos y privaciones, y por tanto,
libre de asombros y perplejidades, ante la realidad
de un frío que no enfría, la carne
se le pone de gallina.
El fastidioso apagón siempre viene con
su carga de malestar y tristeza. Sobre todo cuando
se produce temprano en la noche interrumpiéndonos
la comida, la telenovela o el video de la televisora
extranjera. Pero aún así, no es
tan terrible como cuando el frío no enfría.
Es tormentoso cuando después de muchas
maromas la cazuela inicia su danza de fuego sobre
la hornilla, para detenerse a pleno hervor por
la interrupción sorpresiva del suministro
de gas. Si a la falta del combustible se une un
corte de electricidad (como a veces sucede), la
angustia es mayor. No obstante, y con todo lo
difícil que resulte, es menos dramático
que cuando el frío no enfría.
Incluso en esos días en que los disgustos
coinciden; se agolpan y acumulan; como cuando
discutimos con el jefe, el camello se rompe y
nos deja botados a la mitad del viaje, y el motor
de la bomba de agua se quema, aún en tales
circunstancias las dificultades no son mayores
que cuando el frío no enfría.
Y es que cuando el refrigerador falla parece
como si el mundo se nos viniera abajo.
No se trata solamente de vernos privados de su
imprescindible servicio, sino del desaliento que
nos embarga por la incertidumbre de no saber cómo
y cuándo resolver el problema.
Hasta el año 1996 la reparación
de los refrigeradores corría a cargo de
los tristemente célebres talleres consolidados
estatales. Estos registraban los equipos necesitados
de reparación en una lista de espera. Tal
sistema siempre fue deficiente; aún en
sus mejores tiempos, cuando la bondad del subsidio
soviético se encargaba de suministrar las
piezas y componentes de repuesto. A veces, cuando
llegaba el turno, el cliente no se encontraba
entre los vivos. En otras ocasiones el propietario
del equipo se había marchado del país,
vivía en otra provincia, estaba preso o
lo andaban buscando. Porque pasaban muchos años
y con ellos la vida y sus sorpresas agazapadas
en cada recoveco del destino.
Así fue como en 1996, inmersos en el "período
especial", desprovistos de recursos y con
un cementerio de refrigeradores inservibles a
cuestas, los talleres consolidados tomaron la
única decisión posible: ofrecer
sus servicios únicamente en dólares.
En la avalancha quedarían sepultados los
usuarios que tenían sus equipos en la lista
de espera, ahora necesitados de los dólares
que no tenían para poderlos reparar.
El precio por un cambio de máquina (motocompresor),
que es el defecto más común, debido
a los frecuentes apagones y las fluctuaciones
de voltaje, no están al alcance del cubano
promedio: rondan los 2,500 pesos.
El taller del municipio Playa, por ejemplo, cobra
por tal servicio 76 dólares y 90 pesos
cubanos, sin incluir transportación. Ello
consumiría el salario íntegro de
240 pesos mensuales promedio por espacio de nueve
meses. Algo similar ocurre con el taller del municipio
Plaza, donde cuesta 90 dólares y 80 pesos
cubanos, incluyendo la transportación del
equipo.
Pero a pesar de todo el cubano las inventa en
el aire para reparar su equipo. Está obligado
a ello.
Ya no son aquellos tiempos en que con la nevera
comprada en el rastro por 3 ó 4 pesos y
la piedra de hielo, traída por el carro
a cinco centavos, se garantizaba el agua fría.
Para lo demás se obviaba el refrigerador,
pues la bodega y la carnicería siempre
estaban prestas.
Ahora, sin el refrigerador no somos nada. Lo
necesitamos tanto como el aire que respiramos.
Al refrigerador van a parar el picadillo de soya
cuando viene de golpe, sin avisar, el puré
de tomate casero y el ají que encurte la
abuela. Siempre dejando capacidad para lo que
aparezca "sorpresivamente", para esos
"chances" del mar o de la tierra, a
los que no se les puede dejar escapar, porque
como la suerte de la lotería, no vienen
muy a menudo. cnet/03
|