SOCIEDAD
Arbolitos navideños
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org)
- El arbolito de Navidad como exponente más
visible de las fiestas de fin de año, sigue
ganando terreno en las áridas estepas del
totalitarismo castrista.
Desde los últimos días del recién
finalizado mes de noviembre empezaron a iluminar
las tiendas dolarizadas que los comercializan,
y las salas de muchos hogares cubanos.
Su difusión es alentada ahora por el gobierno,
que ve en ello una forma de obtener ganancias
a pesar de que no deja de reconocerles el supuesto
carácter burgués, distorsionador
y clasista que la ideología les adjudica.
No fue sino a partir del año 1994 que
en Cuba resurgieron los tradicionales arbolitos
de Navidad. Su reaparición tuvo que ver
con aquella sopa caliente capitalista que estuvo
obligado a tomar el castrismo, luego de haber
sido destetado de las ubres soviéticas.
Eran días determinantes para el régimen,
en los que se requería desechar cualquier
escrúpulo ideológico. Así
lo recomendaban los curanderos marxistas, cuyas
recetas incluían gotas medicinales de libre
mercado con ungüentos de empresa mixta y
actividad cuentapropista. De cualquier modo, los
hechiceros sabían que el remedio podía
ser peor que la enfermedad, y por eso aconsejaban
su aplicación temporal. Hasta que el moribundo
pudiera levantarse de la cama.
Era preciso adecuar el ambiente a los nuevos
tiempos y contemporizar con los estilos de vida
propios del mundo occidental. Era necesario ponerse
a tono con la sociedad de consumo. El arbolito
de Navidad estaba entre las concesiones para alternar
con los representantes de esas sociedades
Pero la población vio en ellos un símbolo
de paz y amor, ajeno a los cálculos oficialistas.
Hoy, todos quieren exhibirlo en la esquina de
la sala más visible.
Desde el gerente hasta el humilde trabajador
del servicio de comunales, pasando por el presidente
del Comité de Defensa y el militante del
Partido Comunista de la cuadra.
Pero no es nada fácil para un humilde
trabajador montar el arbolito navideño.
El más barato, según mis cálculos,
ronda los 10 dólares -o 260 pesos cubanos
equivalentes. Me refiero al arbolito más
pequeño, cuyo precio es de tres pesos,
pero al que debemos agregar las guirnaldas, que
aún siendo las más modestas y carentes
de "musiquita", cuestan un dólar.
Esto sin contar, como mínimo, algunas decenas
de bolas, rabos de gato, figuritas y otros adornos.
La cuenta se eleva hasta sobrepasar el salario
mensual promedio.
Pero el cubano "inventa" por aquí
y por allá, extrae y sustrae; lucha los
10 dólares. Porque ¿cómo
privarse de ese símbolo que a diferencia
de otros no ha sido manipulado ni manoseado como
propaganda ideológica? ¿Cómo
no engalanar nuestros hogares con su presencia,
si él está en todos aquellos países
donde existe la libertad y la prosperidad y era,
además, reverenciado en la Cuba de siempre
por nuestros abuelos y sus ancestros? Pero además,
es para muchos el regalo al recién nacido,
al Niño Dios del cielo, de la estrella
y del pesebre.
Hoy, cuando veo el centelleo multicolor de los
arbolitos navideños, cuyas guirnaldas parecen
danzar al compás de las notas del villancico,
al influjo de esa música y esa luz, mi
recuerdo se centra en aquéllos que nunca
dejaron de encender su arbolito. No importa cuántos
fueron o si su número era pequeño
en relación a la totalidad. Lo importante
es que siempre hubo suficientes cubanos que desafiando
la aversión y ojeriza de las autoridades,
a veces en el interior del cuarto matrimonial,
encendían su arbolito de paz y amor al
acercarse el día de la Navidad. cnet/03
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