HISTORIA
¿Es Santa Clara la ciudad de Marta o del Che?
SANTA CLARA, diciembre (www.cubanet.org)
- Sin penas ni glorias pasó este 13 de
noviembre para Santa Clara. La fecha identifica
una de las efemérides más importantes
para la ciudad porque ese día pero del
año 1845, en el seno de un hogar opulento
de la calle Sancti Spíritus, hoy Juan Bruno
Zayas #47, nacía Marta Abreu Arencibia.
Hija de Pedro Nolasco González-Abreu y
Rosa Arencibia, pasó su niñez y
juventud en una villa de apenas 8 mil habitantes,
sin casinos, sin paseos públicos, sin ferrocarriles,
sin periódicos, sin alumbrado público,
porque para ese entonces sólo las familias
más pudientes utilizaban el farol de aceite.
Marta no conoció las mil y una maneras
de pasar el tiempo que trajo después el
progreso. Solía verse paseando por las
polvorientas y accidentadas calles de la villa
en una volanta.
En 1869, cuando Marta tenía 24 años,
la familia Abreu-Arencibia se muda para la calle
Prado y Trocadero en La Habana. Desde muy joven
recorrió el mundo. Conoció el progreso
y la vida de la alta sociedad. Puso sus pies en
países de América y Europa especialmente
en la moderna Francia y desde entonces aprendió
a amar la libertad y el progreso.
Sin la anuencia de sus padres, en la ciudad que
la vio nacer, a los 29 años, mientras corría
el mes de mayo de 1874 y en la Iglesia Mayor,
se casó con el joven matancero Don Luis
Estévez- Romero, quien más tarde
fuera un ilustre abogado y profesor de la Universidad
de La Habana, y en 1902 llegaría a ser
el vicepresidente de la naciente República.
Marta desde temprana edad se dedicó a
ayudar a los necesitados, pero no fue hasta la
madurez que se consagró a las actividades
benéficas ayudada por su esposo y sus dos
hermanas; Rosa Beatriz y Rosalía Paula.
En Santa Clara construyó obras artísticas,
educacionales y benéficas entre las que
se encuentran los colegios San Pedro Nolasco para
varones y Santa Rosalía para hembras. También
fundó el colegio Gran Cervantes para niños
negros y el asilo San Vicente de Paúl,
destinado a albergar a pobres sin techo.
Construyó el teatro La Caridad, con un
costo superior a los 150 mil pesos, cuatro lavaderos
en las márgenes del río Bélico
y el Cubanicay, para que los grupos más
humildes de mujeres tuvieran donde lavar gratis.
Obra suya fue también la primera planta
eléctrica de la ciudad; creó el
dispensario El Amparo para niños pobres.
Cedió terreno y local para construir la
escuela de Buen Viaje, sufragó los gastos
del viaje por el mundo del naturalista Don Carlos
de la Torre, para que ampliara sus conocimientos,
repartió grandes sumas de dinero a los
desamparados, la atención a las escuelas,
hospitales, asilos, etc. y entre sus demás
aportes a Santa Clara, las mujeres de aquí
agradecieron las máquinas de coser que
les envió desde Francia.
Calificada como la primera y más sobresaliente
de las cubanas, en su doble cualidad de incansable
filántropa y ferviente patriota, se calcula
que donó a la lucha independentista más
de medio millón de pesos, aunque la cifra
podría ser aún mayor. Desde París,
donde residía, giró grandes sumas
de dinero al Partido Revolucionario Cubano que
radicaba en New York, siempre identificada como
el ciudadano Ignacio Agramonte. Jamás los
patriotas le solicitaron ayuda porque ella lo
hacía espontáneamente.
Con el advenimiento de la República, siendo
la segunda dama del país, continuó
su dadivosa faena en el aspecto social. Los hijos
de Santa Clara lo saben muy bien. Cuando su esposo
renunció al cargo de vicepresidente de
la República en 1905, regresaron a vivir
a Santa Clara por un tiempo, para después
mudarse definitivamente para París el 16
de julio de ese año.
Víctima de un ataque de peritonitis a
pocos días de haber sido intervenida quirúrgicamente,
en la tarde del 2 de enero de 1909 fallecía
en París, rodeada de sus seres queridos,
pero lejos de su amada patria.
En Cuba todos los periódicos publicaron
la triste noticia, recordando encomiásticamente
sus virtudes filantrópicas y ciudadanas.
En Santa Clara, donde no se sabía nada
de la enfermedad que la aquejaba, la noticia llegó
en la tarde del día siguiente. La conmoción
fue tremenda. El dolor común invadió
a todos los corazones. El ayuntamiento municipal
en sesión extraordinaria, declaró
3 día de duelo oficial y la suspensión
de toda función en lo adelante, ese día
en el teatro La Caridad. Un mes después
llegaba la noticia de la muerte de Don Luis, quien
ante la ausencia de la amada, decidió quitarse
la vida como "el mayor tributo que un hombre
ofrenda a una mujer".
Lastimosamente sus restos no yacen en Santa Clara.
El 20 de febrero de 1920, llegaron a La Habana
los restos de Marta Abreu y de Luis Estévez,
transportados por el vapor Flandres. Su traslado
al cementerio Colón fue un acto sencillo,
sin pompa. En 1926 se inauguró la estatua
de la excelsa dama santaclareña en el Parque
Vidal de la ciudad que la vio nacer y crecer.
En esa ocasión su hijo Pedro remitió
a la comisión gestora de la obra la suma
de 100 mil pesos para que fuesen distribuidos
entre los pobres de la localidad, para así
perpetuar el santo recuerdo de la madre y un motivo
para que los indigentes la recordaran una vez
más.
Quizás si este 13 de noviembre, hubiera
estado relacionado con algún hecho de la
revolución, los actos de recordación
no hubiesen faltado. Tampoco los grandes titulares
en la prensa plana, radial o televisiva. Posiblemente
el narrador deportivo de la emisora local o la
directiva del gobierno y el partido municipal,
no conozcan totalmente esta historia, ya que repiten
constantemente la frase "Santa Clara la cuidad
del Che".
Los más adultos se asombran al escuchar
cómo las autoridades usurpan la pertenencia
de Santa Clara a Abreu de Estévez. Para
ellos Santa Clara seguirá siendo "la
ciudad de Marta". cnet/46
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