PRENSA INTERNACIONAL
Agosto 26, 2003

Entre comevacas anda el bistec

José Antonio Zarraluqui. El Nuevo Herald, agosto 25, 2003.

El comevacas de Eloy Gutiérrez Menoyo se ha ido a Cuba a plantarle cara al comevacas de Fidel Castro. ¡A estas alturas de la historia, Jesús del Gran Poder!

Lo de comevacas fue un sambenito que el compañero Fidel le encasquetó al compañero Eloy hace decenios y que a este le hace maldita la gracia, sobre todo porque la historiografía isleña y los pocos papeles periódicos que allí se siguen imprimiendo se lo adjudican sin retaceos.

--¡Yo no soy ningún comevacas! --protestaba Menoyo el otro día.

A lo mejor no, pero la acusación es seria y válida, porque todos esos que bajo diferentes banderas concluyeron que Fulgencio Batista y Zaldívar era lo peor de lo peor y los cubanos tenían que quitárselo de encima a como diera lugar demostraron en la práctica, cuando se echaron al monte, saber comer vacas que no eran suyas.

Fidel se había ido a la Sierra Maestra, en el extremo oriental de la isla, y cuando otros grupos cubanos idealistas --dejando a un lado a los capitostes-- se organizaron en el Escambray, hacia el centro isleño, vio una competencia que en modo alguno le convenía y, al tiempo que despachó hacia allí una ''invasión'' capitaneada por Camilo Cienfuegos y el Che Guevara, organizó una campaña publicitaria descomunal para hacer ver que Faure Chomón, al frente de la guerrilla del Directorio Revolucionario, y Eloy Gutiérrez Menoyo, al frente de la guerrilla del Segundo Frente Nacional del Escambray, eran un par de vulgares oportunistas. ¡Y comevacas!

En absoluto le faltaba razón, pero era una perversidad el decirlo él. ¿Pues qué derecho podía tener Castro para tildar de comevacas a Chomón o a Menoyo cuando él, Fidel, provenía de una familia de muevecercas con nocturnidad y alevosía que prosperó en la mayor de las Antillas gracias a la práctica del abigeato? Todavía hoy día el hermano mayor, Ramón Castro, que tiene a su cargo unos cuantos ''planes'' vacunos estatales, a cada rato a un vecino que regenta otro ''plan'' estatal le quita unos metros de terreno, moviendo las cercas de noche, o le quita unas cuantas cabezas de ganado. Lo de cuatreros lo llevan en la sangre.

Pero hay más, bastante más. Y no voy a referirme a Ubre Blanca ni al científico André Voisin, a quien Fidel se trajo de la dulce Francia para que le demostrara al mundo cómo era que debía criarse el ganado vacuno, el de leche y el de carne, con la programación de pastos por cuartones, para que resultaran superabundantes la leche y la carne. A lo que me voy a referir es al Fidel guerrillero, ese visionario que se tiró a las lomas para poner las cosas en su lugar.

A Fidel le complacía matar vacas, creo que quien lo contó fue Georgie Anne Geyer en El príncipe de las guerrillas --y si no fue ella me van a perdonar, pero es que después de leer tantas historietas hagiográficas del compañero en jefe a uno se le empiezan a mezclar y ya no sabe a cuál atenerse. ¿Recuerdan ustedes aquel rifle con mirilla telescópica y de lo más justiciero que The New York Times hizo famoso? Déjenme decirles que el rifle justiciero y la mirilla telescópica le servían mayormente al compañero Fidel para cazar a distancia a soldaditos desprevenidos --casquitos los bautizó él-- y practicar el tiro al blanco con las vacas.

Hombre, Cuba nunca fue la India, donde las vacas son sagradas. En la isla las criábamos con mucho amor para merendárnoslas después. Y hasta comentábamos que el mejor amigo del hombre no era el perro, sino el buey. Pero tampoco era para ir por ahí matando vacas a mansalva. A Fidel le gustaba probar puntería --su rifle justiciero, su mirilla telescópica-- en las vacas. No contra un ave, porque hay que afinar bien, sino contra las vacas. Y le valían tanto las que ramoneaban mientras espantaban las moscas con el rabo, tolón tolón, como si estaban en reposo, rumiando.

Ese amor de Fidel por las vacas ha llevado a casi el exterminio de la especie vacuna. Cuba, antes de la revolución, era el país de los seis millones. Seis millones de habitantes, que producían seis millones de toneladas de azúcar --¡una tonelada por ciudadano!-- y criaban seis millones de cabezas de ganado --¡una para cada cubaniche! Hasta que llegó el comandante (Fidel) y mandó parar. Y ahora se va para allá el otro comandante (Eloy) a decirle que esta revolución de 44 años no ha servido para nada y lo que hay es que iniciar otra revolución.

La verdad, resulta bastante perturbador. Porque uno no sabe cuántas terneras serán capaces de zamparse este par de comevacas si se sientan juntos a una mesa y ordenan un almuercito.


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