PRENSA INTERNACIONAL
Agosto 21, 2003

Crónicas inmunes

Alejandro Armengol. El Nuevo Herald, agosto 21, 2003

Un hombre recorre las calles de La Habana. Dice que lleva una cámara oculta, pero no es cierto. Le bastan la mirada, las manos y su mente para apresarlo todo. Camina por la ciudad y llega hasta los últimos rincones de la isla, hasta más lejos cuando es necesario. Un cronista se pasea por Cuba y nos regala desde la cárcel un libro ejemplar.

Pruebas de contacto de Raúl Rivero, el poeta y periodista condenado a 20 años de prisión por el régimen castrista, es una obra indispensable para conocer la realidad cubana de los últimos años.

Escritas con lucidez y precisión, las crónicas que conforman el libro reflejan lo que es vivir en un país que se arrastra en una ''mezcla de capitalismo miserable con socialismo en retirada''. Por sus páginas desfilan los temores, las vivencias y el desencanto de tres generaciones que no han conocido un mundo mejor que la Cuba surgida luego del 1 de enero de 1959. No son historias de triunfo y opulencia sino de miseria y desesperación en muchos casos. Pero tampoco son testimonios del desaliento lo que encierran las palabras. Hay humor e ironía y un ansia de vivir --de sobrevivir al menos-- que constituyen el antídoto perfecto para aguantar estos tiempos difíciles. Su creación no es tampoco un acto inocente: por estar libre de ataduras, el autor pagó con la cárcel.

En Oración del Año Nuevo, el escritor hace un pedido que no se le cumplió: "Ahora que se va este año y gran parte de mi vida se va con él, lo que más quisiera para el que viene es que se me excluya de los planes del gobierno.''

Uno lee en vilo las enumeraciones de los maltratos y vejaciones sufridas por tantos disidentes y periodistas independientes y llega a la página 54. Allí se habla del poeta Reynaldo Hernández Soto, ''que ha sido huésped de la conocida prisión de Canaleta''. Uno sabe al leer estas palabras que en esa misma cárcel se encuentra ahora Rivero, y surgen entonces dos lecturas que se superponen en el horror común que es el presidio político cubano. La realidad que supera al conocimiento, al esfuerzo elemental que supone sentarse con un libro entre las manos, que llega primero como un susurro y va aumentando amenazadora.

Esta lectura que va más allá de las letras y los signos ortográficos y las emociones y los hechos que se narran le otorgan al libro un valor de denuncia que lo recorre de punta a cabo, y que adquiere en el inicio de una de las crónicas un momento de definición mayor: "Si un poeta se convierte de pronto en un hombre peligroso para las autoridades del país donde nació no hay que mandarlo a la cárcel. Un gobierno sensato cambiaría su código penal''.

Lo extraordinario es que esta emoción se desprenda de un conjunto de textos en los que en ningún momento se apela a la exaltación, que están escritos con sencillez cotidiana, con la frialdad del reportero y no con la retórica del patriota. Crónicas y viñetas en que, por un momento, el periodista cede su voz a los que cuentan sus vidas para que luego el escritor, el poeta, cree una visión que va más allá de lo inmediato y nos devuelva la esencia del país a través de la literatura: los testigos transformados en personajes y las anécdotas convertidas en el relato de un mundo alucinante y macabro.

Hay una foto luminosa de Jesse Fernández que sirvió de portada a las primeras ediciones de La Habana para un infante difunto, de Guillermo Cabrera Infante. En ella se ve a un fotógrafo con su cámara antigua sentado en la base de una farola del Parque Central, en La Habana. El hombre, que es tan viejo como su cámara, no mira de frente: permanece de perfil como distraído, pero uno sabe que él sabe que lo están retratando; que su indiferencia no es tal y que por su labor y experiencia se puede dar el lujo de la complicidad que lo une al objetivo.

Este mismo vínculo elemental de una causa común se percibe en las crónicas en las que Rivero pretende ser sólo un retratista de la sociedad cubana de fin de siglo. Porque también él sabía que estaba en la mirilla: ''Se vive en una tierra de nadie porque se ha rechazado el terco mandato del gobierno, una superficie sobre la que se quiere respirar pero no aparece definida todavía ni siquiera en muchos de los proyectos políticos renovadores con los que se sueña''. La lectura de Pruebas de contacto no sólo nos ayuda a conocer ese mundo de jineteras, jugadores, disidentes, periodistas independientes, ex presos y gente cuya aventura diaria es comer y montar bicicleta. También nos permite valorar la labor de Rivero como divulgador de lo que ocurre en su país: su interés por comunicar la realidad --o las diversas realidades: "Cuba no es una sola. Hay muchas''-- a pesar de los riesgos de hacerlo bajo un gobierno que logra "combinar con elegancia y desenvoltura el miedo y la amenaza con incursiones severas en momentos precisos''.

La aparición de Pruebas de contacto, publicado por la editorial Nueva Prensa Cubana --que dirige Nancy Pérez-Crepo-- es la reafirmación de la existencia en la isla de ''muchos otros caminos que no pasan por las dos vías obligadas de los cubanos: la resignación o el olvido''. Caminos que el gobierno de La Habana puede intentar torcer o cerrar, pero que se resisten, inmunes, en la soledad de una cárcel o en la existencia de miles de testigos: los lectores y creadores de este libro.

aarmengol@herald.com

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