PRENSA INTERNACIONAL
Agosto 12, 2003

Azúcar vs paredón

Ramón Ferreira. El Nuevo Herald, agosto 12, 2003.

Durante una eternidad Fidel ha mantenido a Cuba bajo el terror del paredón, amenaza que confiábamos terminaría algún día, debido a ese arco iris de esperanza que Celia Cruz mantenía con su música sobre el país y recordándole al mundo entero de dónde surgía tanta vitalidad y alegría.

La desaparición de Celia del cielo universal nos ha dejado sin esa aurora de optimismo que nos traía su presencia cuando creíamos haber perdido la ruta de regreso a la Cuba añorada. Los crímenes de Fidel y su desprecio por nuestra herencia de libertad podía considerarse una tragedia transitoria que eventualmente la historia echaría a un lado, pero la historia puede resultar demasiado lenta cuando se vive con el tiempo limitado para soportarla.

Celia Cruz fue la más pertinaz de los sobrevivientes, tal vez por poder expresar sus ansias de libertad, cantándole al mundo entero la Cuba de sus recuerdos, sin explicaciones ni arengas, sin lamentos o rencores, la frente alta, la voz firme y el mensaje claro: ¡Azúcar!

Vaya metáfora menos agresiva para descartar la tiranía fidelista y aparentemente menos peligrosa para el tirano. Es probable que hasta Fidel la haya escuchado con nostalgia, recordándole cómo fue el azúcar lo que usó como moneda para sostenerse en el poder. Celia nos lo ha devuelto como moneda de libertad, como recuerdo imperecedero de nuestro pasado, de su final incorporación a nuestro folklore, llevándonos con su azúcar por los cañaverales de donde surgió.

Celia enardeció de alegría a quien la escuchaba, a los felices, impulsándolos a bailar salsa, y a los tristes, permitiéndoles aspirar a días mejores. Ni Fidel ni el tiempo podían callar a Celia, entonces resultaba indigno permanecer callado y resistirse a gritar con ella: ¡Azúcar!

Ahora que el paso del tiempo sobre todos nosotros la encontró en su ruta antes que a Fidel, nos quedan la imagen, la voz y el patriotismo que animaron a Celia como un estandarte multicolor que conduce a la bandera cubana, resumida en una exclamación eterna: ¡Azúcar!

De norte a sur, de este a oeste, el mensaje de Celia recorrió continentes y ella recibió homenajes y honores de gobernantes y espectadores como si se tratara de una reina de un imperio por venir, donde sus habitantes visten galas desconocidas, bailan en vez de ofrecer discursos y su embajadora transmite recuerdos de un mundo feliz, con frases que riman sin ofrecer nada, que alientan sin hacer promesas, rescatan de lo más profundo de cada cual la alegría de vivir y poder expresarlo sin necesidad de intérpretes.

Nos hemos quedado sin guía hacia el ideal soñado.

Al cesar la presencia de Celia, volvemos a quedar a merced de quienes escriben música para ser cantada por quien más puede. De nuevo Cuba se ha quedado sin otra promesa, más valiosa que todas las que hemos visto desvanecerse con los vaivenes de la lucha por territorios en vez de seres libres.

Hemos vuelto a ser relegados a la fila de aspirantes a la libertad, sin que sepamos siquiera si está en camino el ejército que nos devolverá la esperanza que Celia dejó plantada, tal vez porque se considera que sufrimos menos, que siempre tuvimos placebos para mantenerse en fila, que los crímenes de Fidel resultan tolerables porque suman menos que los millones de posibles víctimas que hay que rescatar antes.

Tal parece que el mensaje de libertad que proclamó Celia intoxicó a Washington, en vez de alentarlo, que se dejó llevar por su aparente felicidad y resignación para relegar a Cuba hasta que haya exterminado todas las tiranías donde los pueblos ni siquiera tienen un recuerdo tan imperecedero como el que nos dejó Celia: ¡Azúcar!


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