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La cola para “pirarse”

Cuba, cubanos

LA HABANA, Cuba. – En Cuba hay una cola más multitudinaria y desesperante que las del pollo, el aceite, los dólares de CADECA, la gasolina en el CUPET y los turnos para el hospital. 

Es tan inmensa esta otra que ningún fotógrafo, por bueno que sea su lente y amplio que sea el encuadre, alcanza a mostrárnosla en una única imagen. Es imposible hacerlo. A no ser que lo intente por pedazos, por fragmentos dispersos, de esa grandísima cola que aun sin movernos de nuestras casas comenzamos a hacer desde el minuto en que tomamos consciencia del callejón con muy pocas salidas en que nacemos, cuando lo hacemos en Cuba.

Es la cola para irnos de los mil y un modos en que nos vamos los cubanos aun cuando no nos vayamos del todo y aceptemos ese juego de simulaciones de ir y regresar, solo para “tomar un respiro”. 

Pero a fin de cuentas, aunque insistamos en que no lo es, siempre será la cola para emigrar, para darnos por vencidos y aceptar que no hay otra solución viable para nuestras vidas y las de nuestros seres queridos que no sea renunciar —a fuerza de decepciones y represiones— a vivir en el país donde nacimos para comenzar de cero en cualquier otro lugar.

No se habla de otra cosa en Cuba. Todas nuestras conversaciones empiezan y terminan ahí cuando exhalamos, en forma de grito o de suspiro, como si fuera parte de nuestra respiración, ese deseo de “salir echando”, de “pirarnos”, como decimos aquí cuando la palabra “emigrar” no sirve para describir nuestro hartazgo. 

Incluso cuando hablamos de cualquier otro tema o cuando ni siquiera abrimos la boca, en el más solitario de los silencios, terminamos pensando (o soñando) en huir bajo el influjo de esa sensación de no estar haciendo lo que debemos hacer. De estar fatalmente “mareados”.

Cada día que pasa, mientras más tóxico e inhabitable se vuelve nuestro entorno, crece entre nosotros la sensación de que el país se divide entre el ganador que se ha ido, el que se va, y el perdedor que se queda, que se “adapta”, que se conforma o que se resigna. Entre los que logran huir y los que han quedado atrapados en todas esas miles de cosas con las cuales nosotros mismos levantamos los muros de esta prisión, que sin lugar a dudas lo es. 

Pero son cosas como el miedo y el valor, la ingenuidad y la claridad, las utopías y el pragmatismo, los sentimentalismos y la sangre fría, el dinero y los bolsillos vacíos, demasiada o muy poca fe en nuestras capacidades, nuestra locura y nuestra cordura las que nos hacen tomar la opción de partir o la de quedarnos. 

Si nadie es temerario al quedarse en Cuba tampoco lo es al hacer lo contrario. No hay valor alguno en irse ni tampoco en permanecer. Todo depende de por qué lo hacemos y si nos reconforta. 

De haber algo “malo” o “bueno” en la decisión muy personal que tomamos estaría en negarles a los demás la libertad de que tomen sus propias decisiones, en juzgarlos por tomar un camino u otro, por seguir o no el consejo sobre una experiencia mejor que la otra.

He leído por estos días de éxodo masivo y “salidas del armario político” opiniones encontradas de cubanos y cubanas que se enfrentan, a veces con demasiado odio, a causa de sus diferencias sobre lo que sería mejor para Cuba. 

Gente que se piensa superior o más astuta porque elige esto o aquello. Discusiones que no llevan a ninguna parte y que nos mantienen “entretenidos” sin poder ver que hace muchísimo tiempo ese país del que nos alejamos o en el cual permanecemos dejó de existir, lo aniquilaron, y ahora Cuba es solo ese país personal que cada cual lleva dentro, por el cual luchamos o nos cruzamos de brazos. Esa es la cruda realidad.

Nuestra historia, plena de vicisitudes, nos ha llevado a este punto en que para sobrevivir como cubanos y cubanas nos hemos visto obligados a cargar con nuestro país y llevarlo con nosotros a todos lados. 

Incluso aunque vivamos en esta porción de tierra que geográficamente conocemos por “Cuba” —bajo un régimen que intenta imponernos por la fuerza esa otra “Cuba” usurpada, distorsionada, retorcida, de la que hoy buscamos escapar—, dentro de nuestros hogares, y exclusivamente para nosotros, siempre existe nuestro país personal, libre de ideologías y oportunismos políticos. 

Por fortuna, ahora que Cuba vive dispersa por el mundo, enriqueciéndose de otras realidades y experiencias, de otras alegrías y tristezas, de fortunas e infortunios, tenemos, como toda nación errante que nunca fue olvidada por los suyos, en la diáspora, la oportunidad de proponernos para bien de todos reunir en uno solo ese país diverso, sin divisiones de “adentros” ni “afuera”. 

Porque no hay lugar para odios y venganzas si en verdad queremos recuperar un país físico que hoy es, existe, solo por los fragmentos que cada cual carga con uno mismo. Todos estamos en esta cola que nadie puede fotografiar “de cuerpo entero”, y a algunos les llegará el turno mientras a otros les toca esperar. 

Otros se quedarán dormidos, sí, o cuando el cansancio los rinda se irán a casa con las manos vacías, pero a diferencia de las colas del pollo, el aceite y la gasolina, en esta entre cubanos de a pie, no se trata de vencer o ganar, solo de tomar nuestro lugar, el que elijamos o el que nos toque, y sin vernos como enemigos, pensar en que no es solo la cola para “pirarse”, sino la de comenzar desde adentro y afuera, juntos, a construir el país que una dictadura nos ha arrebatado.   

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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