Romelio Martínez, la leyenda del “Gordo”

A Romelio lo valoró mejor la gente que los técnicos. El pueblo se postró a los pies del hombre con más fuerza de la pelota de su tiempo
Cuba, pelota, Romelio Martínez
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La HABANA, Cuba.- A la pelota no le han faltado gordos legendarios. Acá tuvimos a Yosvany Peraza, que sembraba el terror en el infield. A Alejo O’Reilly, un salvaje desde el lado izquierdo del home plate. A Alfredo Despaigne, que en Japón aumentó cinco libras por cada cuadrangular que conectó. Mientras, en Grandes Ligas brilló CC Sabathia con su panza cervecera, y lo hicieron también Cecil y Prince Fielder, e inclusive (me quito el sombrero) Tony Gwynn…

Pero el gordo de mis simpatías siempre ha sido Romelio Martínez.

El jonronero de Bejucal era la fuerza en estado puro. Un poderío sin dependencia de los hierros del gimnasio, con un swing peculiar que rozaba la rodilla con la tierra. Quien lo veía por primera vez se mofaba pensando que el botón de su camisa saltaría por los aires, presionado por tanta barriga apretujada. Un instante después, el batazo del regordete lo hacía aplaudir con entusiasmo.

A Romelio lo valoró mejor la gente que los técnicos. El pueblo se postró a los pies del hombre con más fuerza de la pelota de su tiempo (sí, más que Lázaro Junco y que Orestes Kindelán), pero los supuestos expertos alegaron que 110 kilogramos eran demasiado para un tipo que no llegaba a los seis pies.

Olvidaban, qué pena, que en el béisbol no hay nada como poner la pelotita del otro lado de la cerca. Que los sluggers naturales son y serán siempre la voz prima del juego. Que por eso a Ted Williams y Babe Ruth se les coloca siempre por encima de Ty Cobb e Ichiro Suzuki.

Justo eso, dar palos de vuelta completa, es lo que hacía Romelio. Era lento, carecía de posición al campo, pero soplaba un estacazo cada 12,84 visitas oficiales al home plate y sus hits se resumían en dos bases promedio. Tan fuerte le pegaba que nadie le discutió el cuarto peldaño en un line up donde hacían fila tipos como Pedro Luis Rodríguez, Juan Carlos Millán, “Nacho” González y Gerardo Miranda.

Por aquello de “al infinito y más allá”, pareciera que Buzz Lightyear es el clon espacial del gran bejucaleño. Daba igual el estadio, la dirección del viento, la calidad del bate… al final sus conexiones volaban con absoluto desparpajo y desmesura, empujadas por el trabajo combinado de un tren inferior monumental y las muñecas del mismísimo Sansón.

Tan solo hablé con él dos veces, pero no hacían falta más para captar la bonhomía que lo habitaba. La primera ocasión, cuando puso en mis manos la bandera del equipo Vaqueros al campeonato nacional de softbol de la prensa. La otra, por teléfono, mientras él compartía algunos tragos (¡vaya equipo!) con Luis Giraldo Casanova y Braudilio Vinent.

Por desgracia, colgó el bate muy temprano. Para jugar en el exterior había que retirarse previamente (chantaje puro y duro), y Romelio dijo adiós a los 32 abriles en aras de salir rumbo a Nicaragua y Colombia con la mira más enfocada en lo económico que en lo deportivo.

Por desgracia, la muerte se lo llevó apenas rebasados los 50, provocando que su tierra natal se volcara a la calle con un gladiolo entre las manos.

Por desgracia, jamás le pagaron la felicidad que reportó. Más de lo mismo.

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