Cheíto Rodríguez, la leyenda del Aquiles cubano

Bastaron 92 escasos dólares para condenar a ‘Cheo’, el personaje amado por la gente, el slugger más grande que habían visto las Series Nacionales
Cheíto Rodríguez
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LA HABANA, Cuba.- Yo entrevisté una sola vez a Pedro José Rodríguez, y esa vez me bastó para quererlo. Siempre lo he dicho así, y juro que no es pose ni pasión por la frase categórica. Lo que pasa es que la bonhomía de ‘Cheo’ era aplastante.

Fue una charla de una hora en un balcón con vista al mar allá en Cienfuegos. Él llegó un poco tarde, avergonzado, y ensayó un breve discurso donde la timidez llevó la voz cantante. “Usted no tiene que justificar ningún retraso”, le advertí, pero siguió enfrascado en explicar que la salud, que el carro, que “lo siento”.

Alguien trajo café y encendí la grabadora. Empecé a hablar y ‘Cheíto’ hacía silencio. Yo le contaba esto, aludía a lo otro, y Pedro José Rodríguez escuchaba. Por fortuna, en una de esas se desatascó.

Recuerdo haberle sacado algunas perlas. Me dijo que siempre prefirió batear de 5-1 con un cuadrangular que de 5-5 sin ninguno, y admitió su propensión a pronosticar aquellos bambinazos panorámicos. Aseguró que jamás recortó el swing en dos strikes, y que si los pitchers le “enseñaban un ‘cantico’ de la mano ya podía batearles avisado”.

Hablaba bajo, gesticulaba poco. Cuando lo conminaba a relatar esas historias que moldearon su leyenda, la reticencia a vanagloriarse era evidente. El hombre que desforraba pelotas como entretenimiento y firmaba cuadrangulares por puro amor al arte del bateo, no sabía hacerles swing a los alardes.

Yo crecí viendo a ‘Cheíto’. Fue uno de los superhéroes de mi infancia (Elpidio Valdés, Marquetti, Vargas, Sandokán, Bruce Lee), y aspiré por mucho tiempo a poder emularlo en el home plate. Ah, qué grande se veía cada vez que le pegaba a la pelota… Cómo la hacía caminar por los celajes… 

En Santa Clara no se olvida que despachó un batazo hasta el organopónico, y en La Habana clavó una conexión en la tercera sección de gradas del Latino, y en Las Tunas dio un palo que no paró hasta un cementerio próximo al terreno… Dios mismo no se explica cómo fue que ‘Cheíto’ sopló 15 jonrones en apenas 45 turnos durante el Centroamericano en Medellín.

Sin embargo, “lo mataron”. Él, que tenía la fuerza, carecía del poder. El poder pertenecía a unos tipos incapaces de levantar a las tribunas o estimular el sueño beisbolero de un país. Unos tipos oscuros facultados para decidir cualquier destino, inclusive el de un bateador irrepetible.

Bastaron 92 escasos dólares para condenarlo. Un amigo venezolano se los regaló en medio de un torneo, y aceptar el dinero del “enemigo imperialista” fue delito suficiente para la sanción inexorable. ‘Cheo’, el personaje amado por la gente, el tercera base que paraba los rollings con el pecho, el slugger más grande que habían visto las Series Nacionales, dejó expuesto el talón y las flechas de la miseria humana se cebaron en su mansedumbre.

“Todavía no he podido averiguar la razón para tanto ensañamiento. Llevaba doce años recibiendo ofertas de mucho dinero en todas partes, los scouts me venían siguiendo desde los juveniles, y nada de eso se tuvo en cuenta a la hora de analizar mi caso”.

Así me lo resumió con la voz casi apagada en la entrevista de marras. El dolor, como si fuera sangre, le chorreaba, y a mí me dio por echar mano de los versos de Emilio García Montiel: “Yo recuerdo a los hombres en el momento mejor de su caída. Cerca ya de la noche. Cuando apenas se advierte una sombra, una nostalgia, un temblor hacia el fin”. 

Eso le dije y él me dio la mano. Hubo un abrazo, un gracias, un nos vemos. Tengo testigos de que lloré de admiración. Cuatro años después, Pedro José volvió a morir, ya para siempre.

“Yo los recuerdo en días apacibles: hechos sobre un pasado de extraña lucidez”.

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