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Introducción

Sobre el autor

Capítulo XL


"Ya tenemos la verdad. Y ahora ¿qué hacemos con ella?" Fue lo último que dije antes de caer en la sonsera del alcohol.

Habíamos estado dándonos ronazos desde el mediodía y los razonamientos tras la neblina de la bebida pueden resultar desde lúcidos hasta geniales, pero nunca aceptables, porque a la hora de ejecutarlos habría que lograr el mismo estado y entonces la vida no sería más que una especie de delirium. El alcohol despierta muchos demonios. Salta el demonio bronquero, aflora el demonio artístico, surge el demonio analítico, brinca el demonio filosófico, aparece el demonio político, preséntase el demonio libidinoso, asiste el demonio mundano, irrumpe el demonio tiránico, se llena el ámbito de demonios que cada cual trata de apaciguar como puede para no parecer impertinente. Pero lo más sensato es despertar temprano al demonio taciturno para que espante a todos los otros que quieran departir con los presentes, y escuchar lo que los demonios de los demás tienen que decir.

"Ya tenemos la verdad y ahora ¿qué hacemos con ella?" Fue lo último y lo único que dije en todo el día antes de caer en la sonsera.

El Bastardo ampliaba su teoría sobre la tercera opción. Según él, es necesario detener la rapiña, el descontrol, la inmoralidad, la ineficiencia y el aferramiento al poder de los actuales gobernantes, pero sin que ello constituya compromiso con los grupos de oposición del exilio que tengan tendencia pro norteamericana, porque eso sería una nueva variante del anexionismo del siglo pasado. Hay que crear una fuerza nacional interna capaz de frenar los desafueros del poder establecido y capaz también de impedir que los nuevos héroes del exterior vengan con su capital a invertirlo en Cuba y quitarnos la isla de debajo de los pies.

Y su discurso fue copioso, ardoroso, lapidario. Estuve de acuerdo con él en muchos puntos de vista. Donde empezaba a enredarse la pita era en la manera de materializar lo expuesto: la vía pacífica. Todos votaban por la resistencia pasiva, por la ausencia de toda violencia. El Loco defendía el socialismo como la utopía más bella propuesta por la historia de las formaciones económicosociales. El socialismo, como la utopía más humana. Afirmaba que no era el socialismo expresado por los clásicos del marxismo lo que se había venido abajo en la Europa del este, sino esa especie de autocracia totalitarista y burocratizante que había creado en las masas la desestimulación y el desaliento. Todo ello propiciado por la violación de las fundamentales leyes económicas del socialismo por parte de sus dirigentes.

El Loco asumía la catástrofe con una especie de resignación. "Volveremos a tener socialismo, yo creo en él. Pero actualmente, en un mundo unipolarizado, es demasiado peligroso hasta mencionarlo".

El Zurdo era más objetivo, hasta donde el ron lo permite. Hacía un recuento de aciertos y desaciertos. Basaba su peroración en principios puramente concretos, materiales. Hablaba de infraestructura económica, de utilización racional de los recursos naturales, de ampliación del mercado con el mundo, de agrupación americana para el desarrollo posterior, de planes agroindustriales que aumentaran los rubros exportables. Defendía apasionadamente la postura oficialista.

Ernestico me preguntó que qué era la mayéutica, y le dije riendo que lo que estaba presenciando. "El intento de llegar a la verdad entre todos sin que nadie imponga sus criterios", reafirmé rumbo al baño. Ya el discurso del Zurdo me aburría y la vejiga me pedía cambiarle el agua a los pececitos.

Lendoro, un mulato simpático y dicharachero, fue quien más me impresionó. Hizo un análisis verdaderamente cómico. Dijo: "Para analizar la actualidad cubana hay que remitirse a la historia. El conocimiento del pasado es la mejor manera de interpretar el presente".

Nos reímos. Había engolado la voz y hacía ademanes exagerados con las manos. Se mesaba la barba, movía las cejas, congelaba los labios al final de alguna palabra pronunciada con altisonancia.

"Desde que el insigne genovés... (Ernestico, ¿era genovés o portugués el almirante?) pisó tierra cubana se vislumbró el destino de la isla. Los conquistadores la creyeron una indiecita apetecible y establecieron el concubinato. La crápula que vino con Don Cristóbal no era muy laboriosa que digamos, y pusieron a nuestros aborígenes a pinchar para ellos. El vicio de que unos trabajaran para otros se instaló. Cuando se jodieron los indios se empezó a traer negros desde todas las selvas del Africa.

"A los peninsulares, las esclavas les hicieron la boca agua y la siempre fiel isla se amulató de mala manera. Yo soy un buen ejemplo. Los mulatos y los no mulatos, los criollos y no criollos, se cansaron de que los peninsulares los siguieran manteniendo a costa del concubinato con su tierra y le cayeron a planazos. Los norteamericanos se dieron cuenta de que la mulatona estaba reventando de buena hembra y se metieron en la bronca de los criollos con los gallegos. Cuando todo se arregló, los norteamericanos se quedaron aquí, solazándose con la mulatona, y manteniéndola, por supuesto.

"El vicio de que unos trabajaran para otros se había cambiado por el de que nadie trabajaba. El pícaro o el caprín, como plazca, pululaba. Surgió otra generación de criollos que no soportaba el concubinato, ahora con los norteamericanos, y se armó de nuevo la bronca. En 1959, con el triunfo de los nuevos criollos, los norteamericanos se emberrenchinaron y nos quitaron el petróleo, y nos quitaron la jama, y no nos compraron el azúcar, vaya, nos cortaron el agua y la luz, y ahí mismo nos buscamos a otro, que no es por nada, pero la mulatona estaba buena todavía, y aparecieron los rusos. Y de ahí pa'lante ya se sabe, a gozar el comunismo. Petróleo ruso, trigo ruso, camiones rusos, barcos rusos, guaguas rusas, rusos con cubanos, cubanas con rusas, indias con españoles, negras con gallegos, mulatas con chinos, todo mezclado, todo revuelto. Se revolvió el mundo. El socialismo en Europa explotó como un globo de a peseta y a la mulatona caribeña no le ha quedado más remedio que empezar a buscar un chino que le ponga un cuarto". Y se calló casi ahogado por la risa, y fue cuando yo dije: "Ya tenemos la verdad. Y ahora, ¿qué hacemos con ella?", y caí en la sonsera del alcohol que al otro día no te deja recordar lo que sucedió de ahí en adelante.

Capítulo Treinta y Nueve

Capítulo Cuarenta y Uno





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