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Introducción

Sobre el autor


Capítulo XXXIX


"¿Dé donde sales?"

"De la parte oscura y buena que no conoces de ti mismo", dijo el Niño del Pífano.

"¿Siempre has estado?"

"Estoy en cada hombre. Unos no se enteran nunca. Los más me vislumbran. Algunos, en la hora de la grandeza, puestos a elegir, me convocan y conocen. Y ése es el momento de las revelaciones, el ordenamiento, la decisión y los milagros. Después que el hombre se enfrenta con su conciencia y ésta le dicta la acción, pierde la ingenuidad. Todo cuanto acomete lo responsabiliza con sus consecuencias. Se vuelve dueño de esa parte del universo que le es dada para su dominio, y aprende para siempre su manquedad para la zona ignota y vedada. El universo es la cárcel del hombre. Su ordenamiento, el carcelero. Sus predios instan a recorrerlos para que el hombre crea que es libre, pero siempre choca con un límite. Hay quienes opinan que la posibilidad del movimiento es la libertad. No han aprendido aún que la verdadera libertad radica en el conocimiento de las limitaciones propias, en el acatamiento de un orden superior, ya sea terrenal o divino, en la amplitud de la ignorancia, que sustituye con ilusiones y en la capacidad para ilusionarse aunque también conozca las fronteras de sus sueños. En la ilusión no hay más libertad posible que la de elegir la pompa a la cual dedicarás tu esclavitud. Eres un reo del universo y de tu propio sueño. Al hombre sólo le es dado a escoger las pompas que prepara el universo."

"¿No hay alternativa?"

"Entre los hombres, sí. Puedes escoger un grupo u otro, una tendencia u otra, pompas en fin. En relación con el orden universal, no. Si eres rey, serás vigilante de tus súbditos y reo de tu cetro, y llegará el momento en que envidiarás la libertad de tus subordinados, quienes a su vez envidian tus libertades para gobernar. El vanidoso será reo de sus admiradores; el beodo, de sus libaciones; el mitómano, de sus embustes; el sabio, de su colosal ignorancia."

"¿No hay escapatoria?"

"Esa es la valentía que se requiere para vivir. Saber que sin escapatoria has de elegir una de las pompas del universo y que a pesar de ti más tarde detestarás. Acudirás a la permuta, intentando escapar de tu mala elección y entenderás que tu tránsito no ha conducido más que al agotamiento de pompas que no te pertenecían. Arribarás a la conclusión de que la única libertad posible es la soledad, y caerás en la cuenta de que el hombre es esencialmente posesivo, y convertirás tu soledad en una nueva propiedad para tener certeza de su existencia y la tuya, gracias al celo con que la defiendes y cuidas."

"¿Es como una trampa?"

"Como muchas trampas. La primera es la de la elección. Nada es más difícil que acertar la pompa exacta para la cual has sido designado. Hay quienes la hallan después de haber agotado muchas de ellas. Otros no la encuentran nunca, precisamente no encontrar ninguna era la suya. Y los menos, desde el primer intento. Mas todos, al final, la que les corresponde."

"¿Es como si estuviéramos predestinados?"

"Si prefieres esa denominación, está bien. La predestinación no es más que la armonía universal. Para que concurran los tipos han de asistirle sus antípodas y sus pariguales en todas las gradaciones. La voz no existiera si no fuera escuchada. Toda materia es la necesidad de otra para ser verificada."

"¿De qué puedo asirme?"

"El hombre, para descubrir su verdadera pompa, ha de despojarse de toda atadura que tenga con otras. De lo contrario, deambula eternamente. Es imposible entregarse o adueñarse totalmente de una burbuja mientras se añoran otras. El hombre logra su realización cuando llega limpio a la pompa que le pertenece, ha elegido acertadamente y el universo la ha habilitado para él."

Junto a sus últimas palabras, el Niño alzó el pífano y empezó a ejecutar la sinfonía del equilibrista. Sus dedos se esmeraban en que la melodía surgiera plácidamente. La melodía brotaba en un haz de luz azul transparente y se elevaba, tajando la oscuridad de la noche de la ilusión. En un punto del cielo, una descarga eléctrica paralizó un relámpago entre dos nubes. El relámpago quedó tendido como una cuerda floja, iluminada apenas por la luz de la sinfonía. El haz de luz azul transparente inició una circunferencia que se cerraría con las últimas notas.

Enmanuel no había implorado el milagro. Pero en sus noches de soledad, al igual que el Labriego, había compuesto su pompa azul, y del mismo modo la ofreció para que la decoloraran y la destruyeran. Sólo que no podía vivir sin ella, y mucho menos aceptar la imposibilidad de reconstruirla una vez rota. Por eso, en el momento más desgraciado, cuando se creyó vencido, apeló al trémulo candil de su conciencia, y saltó el Niño del Pífano con la incalculable fuerza que tienen los niños para las reconstrucciones, y depositó sobre el relámpago a La Troyana.

Argos la emprendió a ladridos contra el horizonte. El Abuelo, convencido de la imposibilidad de la rehabilitación de la pompa en que una vez creyó, se preparó para contemplar la batalla de Enmanuel, quien se preguntó si no sería otra falacia y el Niño puso a estallar todas las burbujas ante su mirada.


Capítulo Treinta y Ocho

Capítulo Cuarenta




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