¿Dónde queda La Habana?
Frank Correa
LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - Fernando de Dios y Daniel Bless son dos guantanameros que hace unos años casi protagonizan la hazaña de viajar de Guantánamo a La Habana en bicicletas.
La idea fue de Fernando. Ir de Guaso a la capital por tramos, con paradas en los pueblos más importantes de la isla, donde los comités municipales de la Unión de Jóvenes Comunista les darían la bienvenida, comida, hospedaje, y los despedirían a la mañana siguiente en la línea de partida para acometer el próximo tramo y repetir el procedimiento hasta finalizar el viaje en el capitolio, el 7 de diciembre.
A Daniel le gustó la idea de conocer otros pueblos, comer y hospedarse gratis, conocer mujeres. A Fernando le interesaba más la propaganda, resaltar en la nomenclatura comunista, llegar a La Habana. Se escudó en la figura del General Antonio Maceo, que cayó en Punta Brava un 7 de diciembre. El proyecto contó con el apoyo de las organizaciones políticas de Guantánamo.
El 28 de noviembre, una representación oficial acompañó a los jóvenes hasta El Redondel, una gasolinera situada a la salida del pueblo. El primer secretario de la juventud comunista leyó un comunicado de despedida. Un fotógrafo captó el momento: el grupo de militantes aplaudiendo, los homenajeados con las bicicletas listas y los ojos clavados en la carretera. Fernando aparece feliz, Daniel, preocupado.
Los ciclistas iniciaron el pedaleo. Debían llegar a Santiago de Cuba en la primera etapa. Luego Bayamo, Las Tunas, Camagüey, Ciego de Ávila, Villa Clara, Sancti Spíritus, Matanzas, La Habana. El programa estuvo martillando la cabeza de Daniel durante los primeros diez kilómetros. Y se fue acentuando el martilleo a medida que aparecieron las primeras montañas. Pedaleaban en silencio, bañados en sudor apenas en el kilómetros 19. El peso de las mochilas aumentaba. Camiones, autos, guaguas, pasaban a toda velocidad y desaparecían. Daniel comenzó a rezagarse. Fernando aminoraba la marcha para esperarlo.
En el kilómetro treinta apareció la cafetería de Granadillo, en la ribera de la presa La Yaya. Daniel propuso una parada, pero Fernando dijo que no era necesario. El acuerdo era pedalear fuerte, a un ritmo sostenido hasta Yerba de Guinea, en el kilómetro sesenta, donde se detendrían a orinar y descansar diez minutos. Luego, hasta Santiago de Cuba, donde arribarían en horas de la tarde. A Daniel el kilómetro sesenta le pareció inalcanzable. Se detuvo.
-Vamos a coger un diez.
Sin hacer caso a la reprimenda de su compañero, se internó en la maleza. Su tardanza inquietó a Fernando, que lo llamó varias veces sin resultados. Nada peor que la indisciplina. Así no llegarían a la capital el 7 de diciembre. Para cumplir esa meta el dúo debía funcionar como un reloj, sin intermitencias, pero ya estaba detenido, prácticamente en la línea de partida. Por fin Daniel salió del matorral y sorprendió al amigo.
-Voy al agua.
Caminó hacia la presa. Ni la comida que le esperaba en los pueblos, ni los hoteles con aire acondicionado, ni las mujeres que pudiera conseguir, ni los intereses políticos de su amigo, podían ya con los mil trescientos cincuenta y nueve kilómetros que le aguardaban por delante. Miró con desdén la autopista que se perdía ante ellos y se sintió más cansado. Si Yerba de Guinea, que estaba al doblar de la esquina le parecía muy distante, La Habana era una quimera imposible de alcanzar. Dejó caer la mochila sobre la hierba, se quitó la camisa y los zapatos, satisfecho con su decisión de abortar la hazaña. El agua fría de la presa lo esperaba para restaurar sus fuerzas y ayudarlo a regresar a Guantánamo.
Fernando lo siguió hasta la orilla, sermoneándolo en nombre de la moral revolucionaria. Daniel se volvió al amigo antes de sumergirse en el agua salvadora.
-Oye, mi hermano, dime, ¿tú sabes dónde queda La Habana?
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