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Delitos a tutiplén 

Frank Correa

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - El sobrino de Crispín llegó de Venezuela hace unos días, y como siempre, se sentó con su tío y mentor  en el portal de su casa, a beber cerveza Bucanero y  analizar el futuro.

Crispín es el artífice de la presencia del sobrino en Venezuela. Desde pequeño lo indujo  a casarse con una yuma y volar de aquí. Crispín  tiene algo de profeta,  vislumbró para Cuba un largo periodo de  escasez y  caminos sin salidas, y después de la caída del campo socialista,  exhortó al sobrino a que buscara una yuma.

El sobrino no conoció a una americana, ni a una italiana, ni a una española,  sino a una  venezolana  de su misma edad, viuda de un hombre rico. Crispín le dijo al sobrino:
-¡Agarra ahí,  y no sueltes!

Se casaron, y se fue a vivir fue a vivir a Venezuela, en una lujosa residencia en Caracas. Llevan casados cinco años, y les va de maravillas. Crispín viene  un par de veces al año  a visitar al tío, le deja  dinero para que el anciano no pase  apuros,  se sientan en el portal a tomar cervezas y  reflexionar.

En cada nuevo viaje,  el sobrino se convence más de lo incosteable del sistema socialista.  Esta vez  le confesó al tío que Chávez está espantando lo que sirve del capitalismo,  y en su lugar ancla  las supuestas ventajas del  socialismo que,  por vivirlas tanto tiempo en carne propia, tío y sobrino  saben que  son  puros espejismos. 

-En Venezuela la delincuencia sigue,  la pobreza está  donde mismo, vivimos en la cima de un volcán, cada día el cerco se va cerrando, como sucedió aquí,  tío.

Crispín recordó las  palabras del  reeducador, a la puerta de salida del  Combinado del Este, hace unos años, el día en que salió de la cárcel. Crispín se envalentonó  porque tenía  la carta de libertad en el bolsillo y le dijo al  militar que Cuba era una fábrica de delitos.
-Tengo que respetar  la decisión del tribunal -le contestó con sorna el reeducador-,  abrir la puerta y  dejarte ir. Pero con sólo hacer una llamada  te  van detener  en la esquina, por cualquier delito, tal vez por   mirar de frente a un policía. Y te van a traer otra vez  aquí. ¿Quieres que te guarde la cama?

Dice Crispín que aquel día comprendió cómo funcionaba todo. No se podían vender durofríos, ni  coquitos, ni remendar zapatos por cuenta propia, ni jugar bolita. Te atrapaban con dólares en los bolsillos y te sepultaban  en una celda por el delito de tráfico de divisas. Si vendías un pantalón que no te gustaba o te quedaba chiquito, te acusaban de actividad económica ilícita. Si comprabas tres cartones de huevos o varias latas de puré de tomate, te llevaban preso por acaparamiento. Si  te quejabas en público eras un desviado ideológico. Crispín conoció en la prisión a un individuo que estaba confinado  por soñar que la revolución se iba a pique y contar su  sueño en público.

-Hice bien en largarme, no sé qué hubiera sido de mí si me quedo. Aquí todo es delito.

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