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Tema trillado  

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - No se me ocurre hablar de política en una galería de arte ni en el lobby de un cine, un teatro u otra institución cultural. La política en Cuba es un tema tabú que pasa por el susurro, el miedo y la simulación. La mención de ciertos personajes del poder provoca recelos en algunas personas y desdén en la mayoría, mientras la palabra disidente se asocia con derechos humanos y éstos con locura y represión.

Hay quienes piensan que la política es un negocio estatal, cuyas agencias publicitarias son el noticiero de televisión, la mesa redonda y los periódicos Granma, Juventud Rebelde, y otros que reproducen el discurso oficial y exaltan palabras devaluadas como socialismo, patria, nación, igualdad, resistencia e imperialismo.

La polémica no marca nuestra cultura política. Los medios de comunicación sólo ofrecen la envejecida percepción del grupo que ejerce el poder, anclado en el pasado y en la exclusión de los que piensan diferente, calificados de “apátridas y mercenarios”, como en la década de 1960. Lo anterior conduce a temores y recelos en un amplio sector de la población, que prefiere alejarse de un tema que considera peligroso.

Hay otro sector que asume riesgos y se sumerge en el ruedo. Son los disidentes u opositores al régimen, apreciados por la población con la defensa de los derechos humanos. Dentro de estos encontramos desde socialdemócratas hasta liberales y cristianos. Si bien cada uno tiene su propio programa político les es difícil luchar por el poder, pues las fuerzas represivas tratan de anularlo y el partido que gobierna los descalifica y excluye como adversarios.

El hombre no es “un animal político”, como decía el exagerado Aristóteles. Si la política es lucha por el poder y su sentido es la libertad, en Cuba apenas existe la política, pues pasamos sin transición de la revolución libertaria a la supresión de quienes se opusieron a sus excesos, y a la imposición del ineficaz sistema de economía estatal, cuyos gestores intentan ahora reformar sin liberar el mercado y las fuerzas productivas internas.

Desde mediados de 2006 se habla de cambios desde las alturas y hasta los medios de información abordan el tema con cautela, pero la exclusión sigue igual. Se pronuncia  el vocablo debate, aunque los términos transición y democracia siguen ausentes y parecen tan peligrosos como las palabras castrismo, tiranía o dictadura.

¿Hacia dónde cambiar con los protagonistas del pasado? ¿Hacia los modelos chino, vietnamita o coreano? ¿Cómo producir más y mejor bajo un asfixiante control estatal y salarios devaluados? ¿Cómo enfrentar el mercado negro si se prohíbe el libre flujo de mercancías? ¿Cómo mejorar los servicios de salud pública si continúa la exportación de médicos a decenas de países?

Hacer política no es cambiar lo imprescindible para conservar el modelo de intolerancia y exclusión. Veremos qué pasa, pues la política no es ideología, sino antagonismo. Tal vez por eso la política parece insustancial en Cuba, donde es apreciada por muchos como un epílogo para un final inesperado.

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