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Un guajiro optimista

Tania Díaz Castro 

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Braulio es un campesino que hizo un largo recorrido, desde los remates de Guane, un pequeño pueblo de la provincia Pinar del Río, donde vive, hasta el centro de la capital cubana, sólo para comprarse una guayabera.

-Le dio por eso –dijo su mujer-, y cuando a Braulio le da por algo, hasta que no lo consigue no para.

En Guane no consiguió pasaje en uno de los ómnibus chinos que circulan por todo el país. Ni siquiera un auto de alquiler. Como todo fue tan rápido, porque el capricho le entró de pronto, viajó de botellas: una rastra, un camión de volteo, un turista en un BMW, y por último, en un  taxi particular, norteamericano, de la década del 50, conocido como almendrón, que le cobró de Artemisa a La Habana, 9 chavitos,  equivalente al salario que recibe como agricultor durante una semana.

La matraquilla de tener una guayabera comenzó cuando leyó en la prensa que, en junio de este año Fidel Castro donó al proyecto sociocultural de Sancti Spíritus -ciudad donde nació la prenda, la primera guayabera que después del triunfo de su revolución.
En el pasado mes de octubre, supo que también el presidente venezolano Hugo Chávez, donó la suya, tal y como habían hecho numerosas personalidades cubanas.

Recordaba a su padre y su abuelo, siempre de guayabera los domingos. También a su tío Jacinto, que vive en Miami, y dice que allá se venden en algunas tiendas a distintos precios, algunas hasta por diez dólares.

Optimista y deseoso de estrenarse una guayabera a los 70 años, preguntó dónde podía comprarse una y caminó por la calle Obispo, hasta llegar a la tienda La flor de Lis, cuyos clientes son primordialmente turistas extranjeros.

Sin miedo, pese a la locura del tumulto callejero y los numerosos turistas que hacían fotos sin parar, entró en la tienda y pidió una guayabera blanca, de mangas largas, con cuatro bolsillos y tres hileras de alforzas al frente y en la espalda, como era la que él recordaba.
Braulio se vio ante el espejo con su guayabera puesta, sacó el pecho muy orondo, contento le enseñó al empleado los pocos dientes que le quedaban y le dijo que se la envolvieran.

Pero la historia tuvo un triste final. La guayabera costaba 45 pesos convertibles, que él no llevaba, equivalentes a mil 125 pesos moneda nacional, o 54 dólares norteamericanos.
Braulio abrió los ojos y exclamó:

-¡Demasiado cara!

Sus amigos se lo habían dicho, que se olvidara de la guayabera. También su mujer, cuando le repitió que eso era un lujo en Cuba.

Pero Braulio es un guajiro terco como un mulo. Quería convencerse por sí  mismo.

 

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