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Bonches sangrientos

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Ni vampirismo trasnochado ni sucedáneo del empleo de sanguijuelas como curativo, la sangría por pinchazo es una manifestación de agresividad salvaje y absurda, que hoy amenaza con devenir nueva moda entre la juventud habanera, en particular la de los barrios periféricos, donde suelen vivir los más pobres y marginados.

Sea con tijera, navaja o cuchillo, los pinchazos a traición, casi siempre sin que medien broncas ni enemistades previas, constituyen en estos días la mala nueva de los Bonches, que así es como le llaman ahora los adolescentes a sus fiestas nocturnas. El único fin de tales agresiones es que corra la sangre. Importa menos, o nada, quién sea la víctima. El ataque no es para ventilar rencillas sino para consumar un rito.

La lectura más bruta y la adulteración más nociva de ciertos fundamentos de la cultura afrocubana conducen a estos muchachos a la idea de que para ser aceptados como miembros de organizaciones como la de los abakuá, tienen que probar su “valía” haciendo correr la sangre, sin reparar en la iniquidad del método ni en la extrema expresión de cobardía y miseria moral que denota esa tendencia.  

El hecho, además de mostrar otra arista, una más, de la intemperie espiritual y del estado de silvestre desorientación en medio de los cuales crecen nuestros jóvenes, revela las consecuencias, nefastas de una política cultural y de un sistema de educación que echó al olvido durante decenios (postergándolos, ninguneándolos, intentado deslegitimarlos) algunos de los legados más auténticos de nuestra historia y más representativos de nuestra identidad.   

Aunque ya con ello están yendo demasiado lejos, no se trata únicamente de la violencia física que estos muchachos puedan ejercer contra sus iguales, por lo general los más indefensos, ni del modo frío y rastrero que escogen para ejercerla. También en sus actos hay violencia y comportamiento insano contra la cultura del país.

Su ignorancia, su condición de reos de una política cultural oscurantista, y su enajenación como espectadores pasivos de los enfoques de una industria turística de feria, folklorista y barata, no justifican suficientemente ese adulterio de las normas y principios de los abakuá, los paleros y otras organizaciones nacionales con herencia africana.

Lo menos que podrían hacer, ya que se sienten atraídos por ellas, es estudiarlas con un mínimo de rigor, para lo cual, por suerte, no tienen que buscar información en los programas de las escuelas, ya que todavía en las calles habaneras, justo sobre todo en las de los barrios más pobres, hay muchos ancianos que configuran fuentes serias de conocimiento sobre tales legados.

Ya les advertirán esos sabios ancianos que la práctica del golpe vil por la espalda, y contra los inocentes, no sólo quebranta los principios de decencia y de hombría que rigieron siempre la conducta en sus antiguas sociedades; también representan un ataque traidor contra la memoria de Cuba y lo cubano.

 

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