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El fallo está en la maquinaria

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Exagerados pertinaces, siempre que sea para su beneficio, los mandarines de Cuba llevan al colmo de la exageración aquello de que, en política, la percepción de los hechos resulta siempre mucho más importante que la realidad.

Ahora recién se cayeron de la mata al percibir que el desaprovechamiento de nuestros recursos agrícolas (una calamidad ya histórica, que hemos venido sufriendo en los últimos 50 años) radica en el exceso de trabajadores improductivos y funcionarios y dirigentes con que cuenta su infraestructura.

No es que deje de ser uno de los problemas (uno más, aunque ni siquiera el peor) que han incidido en la improductividad del rico suelo cubano. Es que, en general, este fenómeno tipifica las estructuras administrativas del régimen. Así que, lejos de representar la insuficiencia de un sector en específico, abarca todas las esferas productivas y de servicios en la Isla, con categoría de mal crónico y difícilmente remediable si no es removido desde la raíz.

Muy pronto tendremos ocasión de ver que con la proyectada eliminación del 10 por ciento de lo que ellos llaman el “personal improductivo”, y con la reducción a la mitad del número de dirigentes y funcionarios en la rama agrícola, el régimen sólo va a conseguir hacer creer que trabaja por la recuperación de nuestra agricultura, a la vez que estará agravando el exceso de personal improductivo en otros sectores, adonde sin duda tendrá que enviar a los que saque del campo.  

El asunto es que el fallo en cuestión no estriba en piezas o mecanismos aislados, sino en todas las piezas y los mecanismos de la maquinaria productiva nacional. Es parte mínima del descalabro de un sistema que, no obstante las múltiples pruebas de su inviabilidad, continúa empecinado en imponernos con puño de hierro, a través del remiendo de sus fallidos fundamentos.

No será necesario volver a citar el ensarte de torpezas y desatinos que durante decenios han provocado la ruina de la agricultura. Por suerte (para un hipotético futuro, sobre todo), ya quedaron claramente expuestas en asambleas, por los propios trabajadores del sector, y también han sido desmenuzadas con objetividad por más de un analista independiente.

Si acaso valdría insistir en cuanto a que en el fondo de toda esta debacle generada por la improductividad (en la agricultura, en la industria y en un interminable etcétera), condicionándola, perpetuándola, yace la testaruda negativa de nuestros mandarines ante la única solución que hoy es factible, dadas las circunstancias: la liberalización real, abierta, honesta de las fuerzas productivas, y el uso autónomo de sus medios y estructuras, junto al reconocimiento del derecho a la iniciativa individual plena de quienes trabajan.

Por supuesto, no estamos descubriendo el agua fría. Es verdad de Perogrullo, al alcance del entendimiento de cualquiera con disposición y con elemental capacidad para percibir los hechos como lo que son y nada más: hechos.

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