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Campeón  destronado

Frank Correa 

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - El deporte en Cuba se proclama como una conquista indiscutible de la revolución, un derecho del pueblo. Pero lo ocurrido hace poco  al juvenil Roberto Macfarlanes en la semifinal de un campeonato nacional  de ajedrez celebrado en Guantánamo, demostró lo contrario. Y lo hizo alejarse para siempre del deporte de los trebejos. 

El día que comenzaba la competencia estaba sentado en un banco del parque, frente a la academia José Raúl Capablanca, leyendo un libro de teoría y mirando con nostalgia a los jugadores que disputarían en breve cuatro plazas para representar a Oriente en el campeonato nacional, cuando vio salir al director de la academia,  desesperado, con las manos en la cabeza. 

Se acercó a ver qué pasaba; el director  lo tomó por el brazo y lo llevó a un lugar aparte. 
-Tengo un problema -le dijo-; nos falta un jugador en el equipo y el torneo va a comenzar. ¿Te atreves a jugar en primera categoría? 

Macfarlanes no  creía lo que escuchaba. El director le explicó que la falta de un jugador provocaba serios problemas. Tenía que confeccionar un nuevo pareo, era un rompecabezas armar las rondas, además de otras implicaciones que atentaban contra la calidad del evento.  

-Es muy tarde para salir a buscar un suplente  -dijo. 

Su libro de teorías hablaba precisamente de la disposición del ajedrecista como factor vital en el triunfo. También del valor, la voluntad, la entereza. Más que de recursos técnicos y tácticos, instruía de herramientas espirituales para el aprendizaje y lograr  fortaleza en el tablero. Macfarlanes dijo que sí. A los pocos minutos se encontraba junto a medio centenar de jugadores, aplaudiendo las palabras del comisionado, que dejaba abierto el torneo,  preámbulo del campeonato más importante del país. 

La ventaja de jugar sin presión, más las enseñanzas del libro, se confabularon para la cadena de victorias que consiguió el juvenil en las nueve rondas que duró el evento.  

Contradictoriamente a la alegría del equipo Guantánamo por los éxitos de Macfarlanes, el director de la academia se sentía cada vez más nervioso. Era contraproducente que el torneo lo ganara un juvenil, que no había clasificado en las eliminatorias provinciales.  


En la ronda siete, el director de la academia le pidió que perdiera la partida. Aunque el muchacho intentó jugar mal, el contario jugó peor, y se rindió. En la octava ronda le pidió que no se presentara. Macfarlanes estaba ebrio de ovaciones y aplausos y no hizo caso. Negoció tablas  con su oponente  y se marchó a la carrera de la sala.  

En la ronda nueve, el director le bloqueó la entrada a la academia, pero el entrenador del equipo Camagüey  interrumpió para informarle que el rival de Macfarlanes no se presentaría a la ronda final, que podía declarar campeón al guantanamero. 

Todos se acercaron a felicitarlo, augurándole un futuro promisorio en el juego ciencia. Hasta los perdedores le daban la mano, deseosos de encontrarse con él   otra vez, para la revancha. 

Cuando se quedaron solos, el director  le habló con dureza. 

-Te pedí un favor y te excediste. Era que taparas un hueco, no que ganaras.  No puedes ir al campeonato nacional. No tienes coeficiente Elo, ni experiencia. Estoy seguro que esta chiripa no podrás  repetirla. Es mejor que le cedas el puesto a Gavilanes, a Héctor Louit, o a Carlos Luque.  

Aunque Macfarlanes juró  que contaba con la voluntad, el valor, la entereza, y todos los atributos que enseñaba su libro, el director no le entregó el trofeo de campeón, ni siquiera un diploma de reconocimiento. Retiró su nombre de la pizarra. Le dijo que era mejor que se ausentara un tiempo de la academia, para evitar problemas.    

-Por esto pueden sancionarme. Y a ti también.

 

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