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Paren el mundo

José Hugo Fernández

LA HABANA, CUBA, noviembre (www.cubanet.org) - Hace unos días, en La Habana, a muy poca distancia de la celda donde el médico y activista de derechos humanos Darsi Ferrer boqueaba, desfallecido, como consecuencia de una huelga de hambre para protestar por su injusta encarcelación, la directora general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Margaret Chan, dijo sentirse impresionada por la comprensión que tiene Fidel Castro sobre la sanidad pública y por su compromiso con la salud de los cubanos.  

Mientras al médico y disidente pacífico le requisaban las medicinas que su esposa había intentado hacerle llegar con la ilusión de mitigar en algo la infrahumana desatención sanitaria que impera en los calabozos de Valle Grande, un penal aterrador, la señora Margaret Chan departía cariñosamente con el dictador sobre el envejecimiento primermundista de la población en la Isla.

A la misma hora tal vez en que la directora general de la OMS se paseaba con Castro por los prados de su gran búnker, sintiéndose humilde al verlo tan “fuerte” y tan “dinámico”, muy cerca de allí (cerca en el espacio físico pero al parecer a varios años luz del corazón de los paseantes), más de un centenar de efectivos de las Brigadas de Respuesta Rápida, remedo fidelista de los Camisas Negras hitlerianos, acechaban violentamente la casa de un opositor político habanero, donde permanece cercado un pequeño grupo de personas cuyo delito es manifestarse en forma pacífica contra el régimen.  

Después la señora Chan terminó su estancia de 4 días en Cuba y se fue a dar cuenta a la prensa mundial sobre lo “maravilloso” que había encontrado a Fidel Castro durante las más de 2 horas que disfrutó el privilegio de conversar con él.

Y su declaración, claro, tuvo amplia cobertura. Muchísimo más amplia que otra noticia -coincidente en la fecha y por el tema-, según la cual el grupo Consenso Cubano, que reúne a las principales organizaciones políticas del exilio, divulgaba su documento “Diez medidas en beneficio de la familia cubana”, proponiéndole inútilmente a nuestra dictadura que al menos por primera vez en medio siglo nos dejase caer concesiones tan elementales como:

La eliminación de los humillantes permisos que debemos pedir (y pagar) los cubanos para salir o entrar en nuestro país, en caso de que se nos concedan. O la eliminación de la salida definitiva como categoría impuesta por las autoridades para desterrarnos y despojarnos de todos los bienes y derechos en el suelo patrio, entre ellos el derecho de regresar cuando queramos para establecernos nuevamente en la tierra que nos vio nacer.

Valdría repetir aquí algo que sentenciara Martin Luther King no hace tanto tiempo como para que lo echemos al olvido: “Cuando se recuerden las grandes atrocidades que han ocurrido en el siglo XX, se verá que lo peor no han sido las fechorías de los malvados, sino el silencio de las buenas personas”.

Pero como quiera que el siglo XX ya ha pasado de largo, en tanto las fechorías y el silencio continúan prodigándose, quizá no nos quede más remedio de momento que la aplicación de lo que dijo Mafalda, aquella menuda criatura del caricaturista Quino: “Paren el mundo que me quiero bajar”.

 

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