La continuidad por otras vías

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press  

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Algunos amigos soslayan mi opinión con una carcajada. Otros optan por una desestimación argumentada. Algunos se suman a las presunciones sobre la continuidad del gobierno cubano, quizás con algunos retoques que le permita ganar 7 u 8 años más de supervivencia.

Estas observaciones tienen como punto de partida 2006, año en que Fidel Castro se alejó del poder a causa de una enfermedad considerada secreto de Estado. O sea, existe la probabilidad de que el castrismo pueda cumplir su 57 aniversario en 2016.

En la cúpula se barajan una serie de pasos tendientes a facilitar un proceso de aperturas que pudieran emergen con mayor dinamismo en los próximos años, como parte de un diseño al más alto nivel y ante una eventual desaparición física de Castro.

Dudo que sobre la mesa de los estrategas figure un plan armónico que alcance las áreas necesitadas de transformaciones. Por experiencia histórica, las dictaduras ceden lo necesario, negocian con vistas al reacomodo y a la ganancia de tiempo. Las circunstancias que se mueven alrededor de la Isla no invitan a considerar una rendición de los gobernantes. Esto último tendría que ocurrir a través de un bloqueo total o una invasión.

Tales escenarios ocuparían, si acaso, el último lugar en la escala de los pronósticos. Es muy difícil que pudieran concretarse a la luz de una actuación internacional que elige entre el apaciguamiento en sus versiones más benévolas, el acercamiento crítico, o la abierta complicidad como sucede con algunos países de Latinoamérica, Asia y África.

El totalitarismo ha hecho concesiones durante su larga trayectoria sobre los destinos del país. Los pasos dados en ese sentid  se explican a partir de los intereses de la nomenclatura, y no de los resultados que tengan entre sus fines el libre desarrollo de la sociedad en materia económica, derechos civiles, políticos y culturales,  
 
El régimen está consciente de que debe emprender los cambios. Es lógico que sean lentos, tortuosos y hasta con retrocesos. El temor a que se desencadenen otras fuerzas de cambio, de manera colateral, aumenta el nivel de prudencia y de la  vieja guardia partidista.

Pese a las reticencias de los elementos más conservadores en romper estereotipos y encauzar al país por los senderos del pragmatismo, en los próximos años se abrirán algunos candados, no tanto a causa de una mano generosa decidida a cambiar el curso de un modelo obsoleto, sino a partir de las presiones que el inmovilismo reproduce a escala institucional, que afecta a grandes segmentos de la población. Lograr tan siquiera un mínimo de racionalidad y eficiencia es un mandato que supera las barreras impuestas por la ideología.

Los cambios en curso, y los que esperan su turno, serán tibios y limitados. En un plazo no muy largo el partido comunista tendrá que revisar parte de sus dogmas, pues el llamado socialismo cubano no podrá sobrevivir sin ampliar su integración al sistema capitalista mundial, y esto choca con la ortodoxia que todavía se exhibe a los cuatro vientos.

Es factible que pueda crearse, como base para una futura transición, la convivencia de un partido único junto a empresas privadas de varias naciones. Dosificando el movimiento hacia una apertura es que el régimen compra tiempo. A este ritmo y con el control represivo casi intacto, es posible que la gerontocracia y sus herederos puedan celebrar 7 u 8 aniversarios de lo que para entonces puede que sea un remedo caribeño del modelo chino o vietnamita.
Ante lo sombrío del paisaje, es necesario que la oposición interna redoble los esfuerzos para no permitir que Cuba se transforme en una dictadura con economía de mercado, y decrete ciertas concesiones en el ámbito de los derechos individuales.

La democracia con todos sus atributos debería ser la meta a conseguir. Cualquier otra fórmula sería jugar otra vez con el destino de la nación.