El español
Frank Correa
LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - Los pueblos de Jaimanitas y Santa Fe conocieron hace poco la muerte de Héctor Colón, un español oriundo de Castellón, Valencia, quien visitó Cuba por espacio de quince años y le profesaba un amor poco común.
Según contó a sus amigos cubanos en las farras que financiaba cada vez que visitaba Cuba, su padre era corregidor del pueblo y su hermano un famoso abogado. La familia tenía varios pisos en Valencia y dos casas en la playa, que alquilaban, y le permitían a Héctor venir dos o tres veces al año, a vivir su vida de cubano, mujeriego, jocoso, borrachín, desandando los barrios malos de La Habana, interactuando con el pueblo. Aquella soltura existencial lo llevó a procrear cuatro hijos con cubanas, uno en el reparto Juanelo, otro en La Lisa, una hembra en Jaimanitas y otro varón en Santa Fe.
Salía con un grupo de jóvenes de La puntilla de Santa Fe o del Callejón de los perros, en Jaimanitas, que esperaban ansiosos la llegada del español para acompañarlo en sus juergas. Se iban en guaguas hasta el malecón, Héctor compraba un par de botellas de Havana Club, varias cajetillas de cigarrillos, pagaba veinte números a cualquiera de los trovadores buscavidas que caminan sin parar a lo largo del muro cantando sones tradicionales y boleros, con eso ya estaba formada la fiesta hasta el amanecer.
Pero la vida de Héctor Colón en los últimos tiempos había involucionado de una manera rara. Quizás tanto ron, tanto jolgorio y tanta Cuba terminó “fundiéndole los metales”, y con cada nuevo viaje se transformaba más. Comprendí que estaba excesivamente raro cuando me contó su decidida conversión al comunismo. Ya no bebía, ni fumaba, ni dejaría más hijos regados. El dinero que antes derrochaba lo emplearía en ayudar a los pobres. Habló del comunismo como religión, vi mucho fanatismo en sus palabras. Esa vez trajo dos maletas de ropas usadas y las repartió a desconocidos de los barrios marginales Zamora y Coco Solo. Me relató que había comenzado a estudiar Derecho en la universidad de La Habana, según sus palabras intentaba recuperar el tiempo mal gastado.
En su último viaje me visitó con una computadora portátil. Estaba bien vestido, afeitado, su semblante diáfano me hizo dudar que fuera el mismo Héctor Colón de antes. Estaba entregado a un proyecto cultural de rap, con coreografías que le robaban todo su tiempo. Para explicarse mejor me puso un video de un grupo musical desconocido, con una propuesta de baile que no entendí. Pidió que lo ayudara en la parte literaria. Me hizo anotar todos los adjetivos que cupieran en una hoja de papel.
Desde “alegre” hasta “zafado” escribe todos los que recuerdes. Luego yo me encargo de fotografiar caras que expresen la apariencia de cada apelativo.
Le hice una lista bien larga que lo dejó satisfecho. Al despedirse me dijo que pronto tendría noticias suyas, cuando su proyecto tomara forma y saliera a la luz.
Hoy he conocido de su trágico final, al suicidarse en unos de los apartamentos de la familia, en Valencia, por intoxicación con gas metano. Dejó una carta, con un saludo para Cuba.
beilycorrea@yahoo.es
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