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Delirio Habanero

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - Delirio Habanero es una pesadilla recurrente en el paisaje nocturno de la Plaza de la Revolución. Enclavado en el noveno piso del Teatro Nacional, este café concierto mezcla en una especie de rompe cabezas humano las piezas que conforman el rostro emergente de la sociedad. Jóvenes alucinados, empresarios ególatras, extranjeros suspicaces y prostitutas agresivas, asisten cada fin de semana para dar rienda suelta a la imaginación.

Envueltos en la penumbra de un escenario cuyos ventanales de cristal los colocan bajo la mirada reprobatoria de Ché, los hombres nuevos soñados por el guerrillero se entregan al goce que les proporciona un falso capital.

Botellas de ron Carta Blanca Havana Club se comercializan en el delirio a 22 CUC, cervezas Bucanero a 2, entremés de jamón y queso a 10, y otros desatinos inalcanzables para un trabajador cubano, hace sentir a los visitantes herederos del sultán de Brunei.

En el centro del salón, dos jóvenes apenas salidas de la adolescencia se abrazan con un viejo con pinta de Moscú. El mulato de trenzas logra que su momia danesa se mueva al compás del reggaetón, y dos muchachas funden en un beso los fuegos del romerillo cubano y Madrid.

Nada es igual después de haber soñado con otra realidad que se levanta como  un muro entre las monedas denominadas duras y la nacional. El alto nivel de mediocridad comienza con un cover de 5 CUC.

Lo demás no importa. Ni Dayanis  Lozano (más abrigada que una joven komsomol bajo la nieve de Moscú) mezclando en el escenario la rumba con hip-hop y rock. Ni la pantalla gigante que invita a mover los pies al ritmo de la salsa, la timba y el son, hasta  que se apague y borre estas horas en las que escaparon de la realidad.

Volver es la única meta de ahora en adelante. Nada los detendrá: ni el costo que tenga el sacrificio y mucho menos lo que pensara Ché.

Todo es azul. Rostros, manos y cuerpos bañados por las luces del escenario. Del otro lado del ventanal, la pesadilla roja se difumina en un tono amarillento que muere contra el mármol del busto de José Martí.

Es de madrugada en esta Habana que delira. En la otra no ha comenzado a amanecer.

 

 

 

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