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Your browser may not support display of this image.Las dos aceras

Rafael Ferro Salas

PINAR DEL RÍO, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) – Apenas iniciado el día, se divulgó la noticia: el viejo Valdés había muerto.

Tres años atrás le diagnosticaron cáncer de pulmón. Su médico y amigo de infancia le dijo que viviría dos. Conocí  a Pedro Valdés a finales de 1973. Era un hombre de seis pies de estatura, negro, y con cara de buena gente. En ese año, me encontraba pasando el servicio militar obligatorio en un batallón de comunicaciones. Ya le decían El viejo, a pesar de ser un hombre joven.

Dos compañeros y yo fuimos expulsados de centro de estudios de las Fuerzas Armadas, cuando nos sorprendieron en un aula escuchando un disco de los Beatles. Llegamos al batallón  con signo de malditos en nuestros expedientes. Los soldados, clases y oficiales nos tenían como tipos no confiables.

El viejo era sargento del ejército. Se nos acercó sonriendo:

-Qué dicen los muchachones de la otra acera.

No caímos en cuenta.

-¿Ustedes no se saben el cuento de la acera de los bobos? A los tipos que caminan por la acera equivocada les dicen así, es la acera del sol y a todo el mundo le gusta andar por la sombra.

-A veces el sol es bueno, sobre todo en la playa –dije.

Me miró sin dejar de sonreír.

-Pedí a la jefatura que te asignaran a mi pelotón.

-Disculpe, me gustaría que usted le solicitara a la jefatura que prefiero ir para donde manden a mis dos compañeros.

-Veré qué puedo hacer.

Dos días después estábamos juntos en el pelotón del sargento Valdés. Enseguida nos identificamos con él. En los ratos de descanso, al terminar los obligados ejercicios militares nos sentábamos a conversar. Un día lo llamaron a la oficina del jefe de la unidad. Al rato llegó para decirnos que lo habían trasladado. Una semana después fuimos sacados del batallón.

Terminamos los dos años de servicio en un lugar ubicado a más de 60 kilómetros, y no supe más del viejo hasta una mañana del año 1993, en pleno período especial y con Unión Soviética recién desmerengada, en que volví a encontrarme con él. Llegó a mi encuentro sonriendo como el primer día, aunque mucho más viejo. También me pareció más pequeño.

-No es fácil ver a un negro canoso ¿eh? Son los años, muchachón… los años –bromeó tocándose la cabeza.

Nos abrazamos y conversamos largo rato.

-Aquella vez que me llamaron a la oficina fue para amenazarme. –Explicó - Me dijeron que no podía seguir hablando con ustedes debido a mi condición de sargento. A ti y a tus compañeros los tenían marcados como “desviados ideológicos”.  Le respondí al jefe que no dejaría de hacerlo, pues no veía nada malo en ello, que no podían obligarme. Si que pudieron, caramba.

Ya en la despedida y a modo de consejo, me dio su última orden de enseñanza:

-Hay dos aceras en esta vida, muchacho. Camina siempre por la del sol aunque te digan que es la contraria. Deja que los bobos sigan en las sombras hasta que se den cuenta.

Ahora el viejo emprendió un viaje a lo desconocido; lamento no haber estado allí a la hora de su partida para decirle que cada día somos más los que estamos en esta acera del sol, y que caminamos confiados, mirando cómo se van quedando poco a poco solos los estancados en la acera de las sombras.

 

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