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El secreto de mi madre

Tania Díaz Castro 

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - Mi madre fue una ferviente y apasionada comunista. Comenzó a serlo allá por la década del cuarenta del siglo pasado y continuó con sus viejas ideas durante los primeros catorce años del régimen de Fidel Castro. Se le rompían los zapatos a mi madre en movilizaciones masivas, guardias de los Comités de Defensa de la Revolución -CDR-, reuniones, asambleas, planes de la calle para niños, etc., y también su salud.

La recuerdo anciana y muy activa en todas aquellas faenas ordenadas por el régimen, y en su costumbre de leerse los periódicos del día, para saber lo que sucedía en Cuba.
Misteriosa al fin, como todos los comunistas, guardó con gran celo su desilusión por el castrismo, y poco a poco, de forma silenciosa, abandonó sus tareas en la organización de los CDR, de tal forma que ni yo, su hija, lo descubrí a tiempo.

Necesité de varios años, luego de morir repentinamente mi madre en octubre de 1973, para descubrir su más oculto secreto.

Como nada me dijo, nada le preguntaba. Pero algo raro percibía en el ambiente de su casa, donde vivía con mi padre y mi hijo. Hoy, después de más de treinta años trascurridos, inolvidables recuerdos asaltan mi memoria como aves que se resisten a emprender vuelo.

Por ejemplo, mi padre, que fue partidario de León Trotsky, ya no discutía con mi madre. Parecía como si después de toda una vida de matrimonio y en permanente disputa, al fin se hubieran puesto de acuerdo. 

Por aquella fecha, debo ser honesta, yo no hubiera aceptado de buen grado la posición indiferente de mi madre ante la revolución. Seguramente por eso no fue sincera conmigo.
Mientras muchos teníamos todavía esperanzas de que la nación pudiera tomar mejores caminos bajo la dirección de Fidel Castro, mi madre se convertía en una disidente silenciosa.

Ni remotamente pudo haber sospechado que apenas cinco años después de su muerte China comenzaría a tener un gran crecimiento económico gracias a sus reformas capitalistas, que la URSS y el mundo socialista desaparecerían y, mucho menos, que la mayor fuente de ingresos de Cuba serían los millones de dólares anuales en remesas que envía desde Estados Unidos los exiliados.

Simplemente mi madre vio la pobreza del país, un gobierno represivo, un exilio en aumento, fusilamientos, división familiar y además, que las nacionalizaciones a industrias y al comercio en general eran ya un verdadero fracaso.  

Mientras su cadáver era velado en la funeraria La Nacional, en Infanta y Carlos III, me llamó mucho la atención que un agente del Ministerio del Interior, que se hacía nombrar Isaac, estuviera presente allí, entre los amigos y vecinos de mi madre, hasta que salió el féretro hacia el Cementerio de Colón.

Recuerdo que me acerqué  a él, algo extrañada, y le pregunté por qué estaba allí, si no era amigo de mi familia.

La respuesta es obvia. Lo mismo se hizo ante el cadáver de Jesús Yanez Pelletier, con el del padre del doctor Darsi Ferrer y el de cualquier desafecto de la revolución. Es una técnica macabra empleada por ese órgano represivo para sugerir que se trataba de un colaborador disfrazado. 

Mi madre fue enterrada con su secreto. A mí me tomo años descubrirlo.

 

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