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La ira revolucionaria

Luis Cino

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - En la primavera de 1980, cuando conocí los mítines de repudio contra los que intentaban escapar del paraíso de Fidel, además de repugnancia, sentí desconcierto. Nunca imaginé que hubiéramos llegado tan abajo en la escala zoológica. Pero, es una triste realidad humana, los límites de la infamia siempre pueden ir mucho más allá de lo que uno supone. 

No debía asombrarme el regreso de los mítines de repudio. En realidad, nunca se fueron. Sus promotores olvidan que son contraproducentes, y como si no tuvieran otra fórmula a qué acudir, los traen de vuelta cada vez que lo estiman necesario.  

Los estrategas de la represión vuelven a apostar fuerte por las coreografías de las turbas callejeras y la indignación de utilería. Sólo que luego de tantos años de desencanto, el trabajo de los coreógrafos es más difícil. Cada vez son más los que se niegan a danzar al son de la ignominia.  

Pero todavía  encuentran apapipios, marranos y porristas para sus sainetes represivos. No pasaron en vano tantas décadas de vileza y abyección. Hemos vuelto a ver en estos días el odio en las caras de los rufianes y las arpías, los gritos rabiosos de la jauría sujeta por traíllas.   

La turba, pastoreada por corpulentos oficiales de la policía política que reciben órdenes por sus móviles, ahora se desplaza en ómnibus Yutong. Presta a insultar o golpear  a una  señal de sus amos. Lo curioso es cuán fácil vuelven a la calma, justo cuando más exaltados parecen. La indignación revolucionaria tiene flujos y reflujos, a conveniencia de los directores de escena. Si en algo son buenos, es en domar bestias de pelea: perros sin dientes y gallos tusados.  Habrá que averiguar qué extraño fenómeno (sabe Dios si freudiano) ocurre con la indignación popular y la chusmería orientada por el Partido. 

El 10 de diciembre (¡vaya día para el reality show de los porristas!), la marcha de las Damas de Blanco no fue molestada en su recorrido de varios kilómetros desde la casa de Laura Pollán, en Neptuno y Aramburu, hasta el antiguo Palacio Presidencial. Por el contrario, la gente que aceptaba sus gladiolos, las miraba con una mezcla de curiosidad y admiración. Hasta que llegaron los ómnibus con los indignados revolucionarios, no comenzó el progrom. Parecían dispuestos a devorar y escupir luego los huesos de “las gusanas”. Su ira terminó, como si nunca hubiera sido, tan pronto gritaron los últimos insultos en la puerta de Laura. Entonces se retiraron disciplinadamente. Como salidos de una escuela dominical. 

No sé si Moratinos y Zapatero, tan ingenuos, creerán que esto es una historia de hutus y tutsis, y agradecerán el hecho de que las autoridades evitaran las bajas fatales. Por mi parte, no creo para nada en la espontaneidad de la ira del pueblo revolucionario. En todo caso, si estos gamberros y pirujas de las brigadas de respuesta rápida quieren salvar la revolución y el socialismo, ¿por qué en vez de hostigar a mujeres indefensas, no trabajan más y mejor, dejan de robar al Estado y en la primera asamblea que se lo permitan,  levantan la mano y dicen unas cuantas verdades?

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