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Lo mejor para todos

René Gómez Manzano

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - La televisión cubana divulgó un reportaje en el que se aludía a algunas de las actividades contestatarias realizadas con ocasión del 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos. Aunque sin nombrarlas, el tema central del guiso periodístico eran las Damas de Blanco.

La burda intentona por restar prestigio y credibilidad a esas dignas mujeres sólo sirvió para demostrar una vez más el divorcio de la verdad que caracteriza a los alabarderos del régimen. En vista de su carencia de argumentos, cocieron un rancho en el que se mezclan algunas imágenes recientes con otras que tienen años de antigüedad.

Como prólogo del bodrio, vimos la escena barriotera de una conga y las declaraciones de personas que emplean el grito y la coacción como medios para expresarse. El baile me hizo recordar décadas pasadas. ¡Quién hubiera dicho en 1959 que los mismos que criticaban La chambelona y El mayoral, como muestra de la endeblez ideológica de los políticos de entonces, terminarían movilizando a sus adeptos a fuerza de tambores y cornetínes!

Después vino la ofensa a la inteligencia ajena: se repitió la idea, ridícula en su mero enunciado, de que unas esposas y madres, para protestar por el encarcelamiento de los hombres que aman (encierro que ellas, con toda la razón del mundo, consideran arbitrario y totalmente injusto), necesitan recibir dinero y órdenes desde una capital extranjera. La solidaridad y el interés de diplomáticos acreditados en La Habana fue mostrada como supuesta prueba de injerencia y sometimiento.

La incoherencia de las tomas presentadas para acreditar las acusaciones formuladas demuestra que el objetivo central era otro. En realidad, el de infundir temor a los descontentos de hoy, que mañana pudieran sentirse tentados de gritar su disgusto, en especial si la situación terrible que hoy sufre el pueblo cubano se hace aún más calamitosa.

A las recientes maniobras militares denominadas  Bastión, se suma ahora la manipulación grosera, que pretende identificar las protestas pacíficas de la disidencia interna, con las actividades de compatriotas que, desde el extranjero, han optado por medios análogos a los que en su  momento usaron contra Batista muchos de los actuales gobernantes. También se adivina la advertencia tácita a todo discrepante potencial: si se materializan los propósitos del régimen, ellos no deben esperar otra cosa que represión y coacción.

De todos modos, hay que confiar en las reservas de civismo del cubano. Pese al descomunal esfuerzo de medio siglo por envilecerlo, por convertirlo en un obediente peón presto a aplaudir los actos e ideas de los amos de turno, cualquier detonante inesperado pudiera hacerlo canalizar hacia la protesta ciudadana la indignación contenida.

Los intentos del régimen por curarse en salud son dignos de mejor causa. Cuando la enfermedad terminal que padece se muestre en toda su virulencia, no alcanzarán soldados, policías, ni congueros para contener la ira del pueblo. Entonces no hará falta la orden de ningún jefe ni coreógrafo: la espontaneidad será la regla, y ya se sabe que, por desgracia, en explosiones de ese tipo, nadie suele salir ganando. Decididamente, sería preferible que los que hoy mandan crearan canales para que los ciudadanos puedan expresar de manera ordenada sus anhelos y esperanzas. Sería lo mejor para todos.

 

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