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Los nuevos dueños

Osmar Laffita Rojas

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - Han transcurrido 41 años desde 1968, año en que el gobierno cubano lanzó la llamada Ofensiva revolucionaria y se apropió forzosamente del comercio minorista y de las pequeñas empresas. Lo hizo alegando falsos pretextos. Acusaron a los dueños de ser agentes enemigos y apoyar a potenciales opositores o de que eran burgueses enemigos del pueblo, o de que querían desestabilizar el país. Así se liquidó por completo lo que quedaba de libre empresa y se eliminó el sector más dinámico de la economía de entonces, que aseguraba los servicios y productos indispensables para la población.  

Después de cuatro décadas, con la excepción de los cerca de 90 mil  trabajadores por cuenta propia que sobreviven a duras penas, de los 270 mil con licencia que había a finales del año 1994, todo es del gobierno, dueño único y  administrador de 34 mil establecimientos de gastronomía y servicios. 

Entre estos establecimientos hay miles de cafeterías que, cuando hay, venden café, ron, condones, pan con croqueta, refrescos y cervezas que por lo general nunca están frías, porque las neveras pasan meses en espera de reparación.  

En ellos la iluminación es pésima, faltan los vasos y cubiertos y los empleados alegan que son los clientes quienes se los roban. Los baños están clausurados, no hay agua y mucho menos productos ni implementos de limpieza, razón que explica, entre otras, la pésima higiene reinante en los mismos.  

Los empleados de las cafeterías y de los miles de puestos de fritas se dedican a vender la mercancía que ellos mismos compran por la izquierda y a timar a los clientes, despachando gramos de menos o adulterando los precios. Son las únicas formas que tienen de obtener una ganancia real, porque el salario que devengan mensualmente, como ocurre a todos los cubanos, no les alcanza ni para medio mes.

En las farmacias, también del Estado, cuando supuestamente no hay una medicina, el empleado le dice al cliente que si la paga al precio del mercado negro siempre se puede “resolver”. 

En las barberías y peluquerías, el pago de los servicios no responde al listado de precios oficiales. Un corte de pelo cuesta 10 pesos y no los 60 centavos, que oficialmente debe costar. Una mujer, para teñirse el pelo, tiene que disponer de 120 pesos o 5 CUC. 

En los talleres de reparación de efectos electrodomésticos, por lo general nunca hay las piezas necesarias, pero si el cliente paga en divisas, las piezas aparecen por arte de magia.   


Los zapateros remendones no tienen cuero para trabajar, ni clavos, ni hilo, ni pegamento. Por eso, el más mínimo arreglo cuesta 25 pesos, debido a que tienen que comprar los insumos en el mercado negro.  

Las tarifas de los choferes de auto de alquiler, conocidos como boteros, oscilan entre 10 y 20 pesos y la mayoría de estos boteros sólo trabaja de día porque todos saben que por la noche es muy probable que los asalten. 

Los pocos productos de la canasta básica que venden por la libreta de racionamiento para un mes, no alcanzan para diez días. Lo que falta, hay que salir a “inventarlo”. Los productos de aseo hay que comprarlos en moneda convertible. Para comer carne de cerdo o carnero, vegetales frescos la única opción son los mercados de oferta y demanda, que venden a precios prohibitivos. Los mercados agropecuarios estatales siempre están desabastecidos.   

A finales de diciembre de 2008, el ministro de Comercio Interior, Marino Murillo, informó que los “faltantes” en su dependencia ascendieron a 200 millones de pesos, una cantidad muy alejada de los 400 millones del año 2007.  De este modo los gobernantes eluden el uso de la palabra “robo”.

Tanto descontrol y corrupción han propiciado el surgimiento de un influyente sector de nuevos ricos que actúan con total impunidad y disponen de lo que no es de ellos. Lo forman administradores, bodegueros, almaceneros y gerentes de todo tipo; con el dinero que manejan, compran favores, callan a los inconformes y sobornan a sus superiores. Así es que logran mantenerse en sus puestos. 

Así de escandalosa es la corrupción reinante en el sector de la gastronomía y los servicios. Muchos cubanos ven en estos trabajos la vía más expedita, aunque riesgosa, para amasar una pequeña fortuna.

 

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