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¿Quiénes somos?

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - Cuando examino algún sitio en Internet que no conozco, hago clic sobre el apartado Quiénes somos. Allí se identifica quien o quienes realizan la página, ahí conocemos su identidad.  Identidad significa, entre otras cosas: “Conciencia que una persona tiene de ser ella misma”, además: “Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan”.

Desde hace años los cubanos discutimos sobre nuestra identidad. El concepto lo utilizó y utiliza la casta gobernante para justificar sus alianzas estratégicas, tácticas y también momentáneas.

Recuerdo que fuimos  “hermanos”  de los pueblos que formaban la Unión Soviética, y cuando estudiaba en la enseñanza secundaria el idioma ruso era obligatorio, el atribulado profesor de ruso me aprobó para no tener un suspenso más.

En las actividades culturales de la secundaria había una rubia glamorosa, al estilo Hollywood, que iba con mucho maquillaje a la escuela, de tez muy blanca, alta, más alta que la mayoría de los del aula, y a la pobre le colgaron el sambenito de bailar Katiuska, aquella melodía que era para los rusos como el son para los cubanos, y a la pobre le quedó para siempre el mote de la Katiuska, ¡qué años aquellos!

Incluso en los 45 días de permanencia obligatoria en los trabajos agrícolas en una granja, hicieron un “acto cultural” para los guajiros boquiabiertos, que pensaron conocer cómo bailaban los de la ciudad y lo que les metieron por los ojos fue la Katiuska de la rubia que más que rusa parecía una  Marilyn Monroe de provincia.

Pero no solamente rendimos homenajes interminables a nuestra importada e impuesta identidad rusa o eslava en las escuelas, sino también en la vida diaria. Muñequitos rusos, cantantes rusos, búlgaros y checos, eran vistos con frecuencia en la televisión. ¡Artistas de los pueblos  hermanos! Y yo mirándome el brazo de carne prieta y ni pensar en eso…

Nos era más natural leer libros acerca del heroísmo de un Mijaíl o un Oleg en las guerras mundiales, que conocer de las guerras de independencia latinoamericanas, o simplemente María, de Jorge Isaac. Para qué recordar la colección ejemplar del realismo socialista sobre El Don de Mijaíl Shólojov, que inundó como un torrente increíble de realismo socialista los estantes de las librerías cubanas.

Hubo una época en que coqueteamos con China. Los estanquillos de periódicos y revistas se decoraban con los colores de China Reconstruye y China Hoy, en contraste con las ortodoxas revistas URSS y Unión Soviética y la increíblemente apologética revista coreana sobre Kim Il Sung.

De los países del Este europeo nos llegaron ramalazos de sus culturas, por ejemplo, de la RDA (Alemania del Este) las matemáticas en las escuelas, de Bulgaria, sus conservas y perfumes; de Rumanía y Hungría, los vinos; de la antigua Checoeslovaquia, las telas, cristalería, aquellas películas de los estudios Barrandov, y hasta cierta liberalidad que nos gustaba más que la ortodoxia de aquellos soviéticos o “bolos”, como les llamábamos.
En los años 80 comenzamos la “era africana”, los soldados cubanos por miles en Angola, Congo y Etiopía, nos retrotrajeron a la esclavitud, quizás revisitada, sin tener que meternos en barracones, aunque no sé si serían parecidos a los “albergues” donde alojan a los que pierden sus moradas por causa de derrumbes. ¡Suenen los tambores entonces a todo dar!

Ya en los 90, la vuelta a los confines latinoamericanos inició el reconocimiento de los pueblos hermanos de la América al sur del Río Bravo. Pero la subida al poder de Hugo Chávez en Venezuela y el renacimiento de la izquierda en los gobiernos de naciones sudamericanas, nos acercó aún más y podemos parafrasear el slogan de Tele Sur, ahora el norte de los cubanos es el sur.

¿Quiénes somos al cabo de tanto bandazo? En estos 50 años hemos acogido identidades según los cambios de política. ¿Aún se puede hablar de raíces culturales españolas y africanas? Sí, las raícen son las raíces, y nadie las puede arrancar, por más katiuskas que se bailen.

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