Crónica          
18 de marzo de 2008

Revendedores espirituanos

Oscar Mario González

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Los revendedores de la ciudad de Sancti Spíritus, ciudad cabecera de la provincia de su nombre, fueron objeto de un reportaje periodístico mostrado  por el Noticiero Nacional de la Televisión en su emisión estelar de las ocho de la noche del pasado 22 de febrero

Los que no estén muy familiarizados con la problemática cubana deben conocer que el gobierno de la Isla considera a los revendedores o intermediarios como uno de los agentes económicos más dañinos a la sociedad. Tal animosidad se acrecienta en el caso que nos ocupa por cuanto estos individuos compran artículos de las tiendas estatales con la finalidad de revenderlos. Así pues, el intermediario tenido como alguien beneficioso y necesario en la distribución de los bienes producidos en cualquier país de economía libre, en la Cuba actual es mal mirado, perseguido, multado y frecuentemente encarcelado.

Específicamente se trata de artículos de gran demanda que suelen venderse a precios más bajos que otros de su tipo. Cuando aparecen en las tiendas estatales se difunde su presencia y el público acude en tropel a los lugares de venta. Es entonces cuando entra en escena nuestro personaje: el revendedor, el “buscavida”, “el luchador”, “el metecabeza”.
Según el periodista estos individuos  acaparan los artículos, comprándolos en  cantidades para luego revenderlos a mayor precio con un margen de ganancia a su favor. Tal actitud es calificada  por el comunicador con los peores adjetivos  y es su propósito sumar la opinión pública a sus criterios. Criterios que en realidad no son propios sino que reflejan los intereses y orientaciones de las autoridades estatales.

Así pues, el reportaje muestra a dos señoras despotricando con los peores epítetos condenatorios. Son unos “delincuentes”, arguye una, mientras otra los califica de “especuladores” indignos de nuestra sociedad socialista. Otras tantas afirman no conocer del asunto y nunca haber tratado con ninguno de ellos, evitando con el silencio sumarse a la farsa. Los directivos aseguran que han puesto límites a la cantidad de artículos a vender pero que los revendedores acuden en grupos y  al ser requeridos amenazan a dependientes y ejecutivos con represalias. Aseguran haber informado de tales anomalías a las autoridades del orden público y que éstas alegan no tener competencia en el asunto.

Para los que vivimos aquí y conocemos los hilos que entretejen la realidad cotidiana, el reportaje constituye una manipulación y una tergiversación de los hechos a la vez que oculta el meollo del fenómeno.

En realidad los revendedores suelen ser informados de la llegada de los productos por enlaces que tienen dentro de la empleomanía y por los propios directivos de las tiendas. En otro sentido no es cierto que sólo los revendedores acudan a comprar en horas laborables. Las más recientes inspecciones llevadas a cabo por entidades del gobierno demuestran que los horarios de mayor concurrencia son precisamente los que coinciden  con el turno laboral. Aun más, muchos de estos marchantes que se dan una “escapadita” lo hacen con la anuencia de su jefe inmediato que  a su vez cuenta con la tolerancia de su superior.

Pero hay algo que subyace en la raíz del asunto a lo cual no hace referencia el reportaje y, téngase por seguro que no es por falta de ingenio del periodista, que se evidencia con las siguientes interrogantes: ¿Por qué el gobierno no abarrota las tiendas  con estos productos, teniendo en cuenta que se venden caros según similares de otros países? El negocio de las tiendas, como cualquier otro, se amplía con las ventas y todo vendedor, incluyendo en este caso al gobierno, añora mayores ventas como único requisito para el éxito económico.

El acaparamiento y la reventa, en este caso, tienen su origen en una oferta insuficiente, en un abastecimiento incapaz de satisfacer la demanda. Este mal tiene la misma edad que el totalitarismo. Mientras persista tendrán vigencia sus efectos. No hay que culpar por ello a los revendedores, a las tenderas y directivos. Ni siquiera a la policía que lucra al abrigo de todas estas anomalías, y que también coge su parte. Es esta cosa que anda desde hace medio siglo y que como mancha ponzoñosa, se extiende  desde Pinar de Río hasta Guantánamo.

 

 
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